Damos así un salto hasta el año 1973 en que se celebró en
Madrid, en el Palacio de los Deportes, el Campeonato de Europa de Halterofilia,
y tuve la suerte y el acierto de poder ir a verlo. Igualmente fue un acierto
que a la entrada del recinto entregaran un programa en el que se explicaba qué
era eso de la Halterofilia, su historia, las modalidades existentes, su técnica,
las categorías, etc. Gracias a esa guía disfruté mucho más de la competición,
aprendiendo a valorar el estilo de cada atleta tanto si era en la modalidad de
arrancada (elevar sin interrupción la barra desde el suelo hasta arriba con los
brazos extendidos en alto) como de dos tiempos (subir dicha barra en dos
tiempos, primero hasta los hombros y después hasta arriba con los brazos
extendidos).
A raíz de aquella competición y la exhibición dada por
los atletas, no era difícil verme alguna vez levantando el palo de la escoba en
arrancada o en dos tiempos, marcando perfectamente los movimientos de los
atletas. Pero como esto sólo lo hacía muy de vez en cuando y jamás entrenaba ni
hacía ejercicios de musculación, estaba claro que Dios no me había llevado por
el camino de la Halterofilia.
A pesar de esto sí que tuve ocasión de practicarla un
poco más en serio cuando me compré un piso en Tres Cantos, ya que la
urbanización contaba con un gimnasio en el que había diversos aparatos de
musculación y un buen surtido de halteras. Recuerdo que el primer día hice como
todo el mundo: darme un palizón de gimnasia con todos los aparatos habidos y
por haber y quedarme hecho polvo, lleno de agujetas, los tres días siguientes.
Por eso los españoles se apuntan todos los años a un gimnasio, van un par de
días y lo dejan; y por eso los gimnasios exigen una matrícula o algo así de
entrada porque saben que la mayoría de los que empiezan no aguantan más de un
mes. Sucede igual que con los cursos de idiomas: todos los españoles empiezan a
estudiar inglés todos los años, y todos los años desde el nivel cero; y todos
los españoles comienzan a hacer colecciones de fascículos de lo que sea, y
cuando han comprado los tres o cuatro primeros se cansan y lo dejan.
En esta ocasión, no obstante, el gimnasio estaba allí, en
la propia urbanización y era de acceso libre y gratuito, así que resultaba muy
fácil bajar a entrenar... aunque más apropiadamente debería decir bajar a
jugar. A fin de cuentas, de eso se trataba, de divertirse jugando a ser un gran
levantador de pesas. De esta forma pude ejercer la Halterofilia y disfrutar de
ella, con el gusto que da eso de añadir un par de kilos a cada extremo de la
haltera y levantarla al más puro estilo de arrancada o dos tiempos. Muchos
kilos no ponía, eso es cierto... pero quedaba tan bonito... y me hacía sudar y
me ponía fuerte. ¿Qué más podía pedir? Después, pasada la novedad, dejé de
interesarme por la Halterofilia y me centré en otros deportes, pero puedo decir
con orgullo que al menos en algún momento de mi vida he practicado la
Halterofilia y que una vez en mi vida yo fui “El niño más fuerte del mundo”.
Si escribes “Vicente Fisac” en Amazon, podrás ver todos los libros de este autor.
Si escribes “Vicente Fisac” en Amazon, podrás ver todos los libros de este autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario