El Golf es un deporte que siempre se ha considerado
elitista ya que poder practicarlo exige el desembolso de una importante
cantidad de dinero (hacerse miembro de un club deportivo, comprar los carísimos
juegos de palos y pagar el coste de cada sesión), aparte de otros
inconvenientes tales como ir vestido en plan pijo, de punta en blanco de la
cabeza (gorrita) a los pies (zapatitos de golf). Tiene la ventaja de lo
agradable que resulta pasear por esas verdes praderas tan primorosamente
cuidadas, y la desventaja de las lesiones de brazo y espalda que suelen
acontecer ya que sólo se ejercitan (al dar los golpes) unos pocos músculos del
cuerpo, no como en Natación o en Marcha nórdica (Nordic Walking) en donde se
ejercitan de manera armónica todos los músculos del cuerpo y por consiguiente
resultan deportes más saludables. Los golfistas (que así se hacen llamar
quienes practican este deporte) dicen que no hay tanta diferencia, que bien
practicado el Golf te permite ejercitar 124 músculos de un total de 424. Sea
como fuere, doy fe que cualquier principiante, tras una maratoniana mañana
practicando el Golf, amanecerá al día siguiente con agujetas pero no en 124
sitios diferentes, sino sólo en tres o cuatro sitios (principalmente un hombro,
media espalda y un brazo).
Pero vayamos a lo que íbamos y repasemos mi experiencia
en este deporte. No sé si puede considerarse como tal mi afición al Mini-Golf,
en donde fui un prometedor Mini-Golfista, con gran habilidad para sortear
obstáculos e introducir la bola en los agujeros correspondientes. Durante
muchos años, no podían faltar en las vacaciones en la playa una o varias
sesiones de Mini-Golf con la familia. Pero, claro, visto así, aquello sólo era
un juego en donde se ejercitaba el buen humor pero no los músculos ni cabía
considerarlo deporte. Así que fueron pasando los años hasta que ya sobrepasada
la edad madura (más allá de los 50 años) practiqué el Golf, el auténtico... una
sola vez.
Con motivo de una Convención celebrada por mi empresa en
Valencia, en donde siempre se alternaba el trabajo y la diversión, nos
brindaron en esta ocasión la oportunidad de practicar el Golf en el campo de
Golf de El Saler (Valencia). Pusieron a nuestra disposición varios palos y
pelotas y nos dijeron: “Ahí lo tenéis, es todo vuestro”. Y nos lanzamos, cada
uno a su más anárquica manera, a practicar el Golf con la ventaja añadida de no
tener que ir vestidos de figurines, sino que todos íbamos en plan deportivo
simplemente (zapatillas deportivas, vaqueros o pantalón de sport, camisa normal
y algunos también cubiertos con una gorra de publicidad del antiasmático
Symbicort).
Lo mejor del golf es que no hay aglomeraciones, ni
tampoco hay que pelearse por la posesión de la pelota; cada uno tiene un montón
de ellas a su disposición. Y así nos pusimos unos cuantos en el lugar de salida
que, como en Golf son tan pijos lo dicen todo en inglés y le llaman “tee” (la
primera vez que me dijeron “vete al tee” yo le contesté “ya he tomado café, gracias”).
Cada uno a su aire fue dando golpes a las pelotas... de vez en cuando; la mayor
parte de las veces –sobre todo al principio- los golpes se los llevaba el aire.
Las risas sonaban, señal de que estábamos divirtiéndonos, interrumpidas de vez
en cuando por un “¡ay!”, señal evidente de que alguno había golpeado al suelo
para gran dolor y desconsuelo de su hombro. Aprendí una palabra nueva,
“chuleta”, que eran esos trozos de césped que levantaban algunos al rebañar el
suelo con el palo a la hora de intentar golpear la pelota. Pero así, poco a
poco, entre risas, ays y chuletas volando, también comenzaron a volar por el
aire las pelotas (las de Golf).
Si bien es cierto que las bolas que lancé no alcanzaron
gran distancia, sí que demostré un notable estilo y un más que meritorio
acierto a la hora de conectar el palo con las mismas. Era importante lanzarlas
lo más lejos posible (alcanzar el hoyo era tarea imposible a un solo golpe) y
en este sentido debo destacar que con muchas de las bolas que lancé superé...
¡los diez metros de distancia! Además, como no competía contra nadie sino que
sólo se trataba de una exhibición, pude presumir de mi gran habilidad que me
hizo terminar sin ninguna lesión, a diferencia de otros compañeros que se
empeñaron en atacar al suelo con saña dándole toda clase de golpes con el palo
y acabando con su brazo y hombro doloridos.
Ya que estábamos en tan agradable entorno también
practicamos otro tipo de golpes que, sin tener un diccionario de inglés a mano,
sería imposible recordar cómo se llamaban, pero que eran golpes más cortos para
introducir finalmente la bola en el hoyo.
Por consiguiente mi experiencia deportiva en esta
disciplina se saldó con una única exhibición de mi estilo en el marco
incomparable del campo de Golf de El Saler; y si alguien duda de ello no tiene
mas que pedirme que le enseñe una fotografía de aquél memorable día en donde se
puede apreciar mi depurado estilo con un perfecto “swing” golpeando la bola o
“wound” con mi palo o “iron” lanzándola en parábola al “green”, o sea, a la
enorme pradera de césped que teníamos frente a nosotros. ¡Y es que es tan
bonito eso de pasar una soleada mañana de verano caminando y haciendo ejercicio
en medio de las praderas y pequeñas lomas que forman los campos de Golf...!
Si escribes “Vicente Fisac” en Amazon, podrás ver todos los libros de este autor.
Si escribes “Vicente Fisac” en Amazon, podrás ver todos los libros de este autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario