La Gimnasia es un deporte en el que se realizan
ejercicios físicos muy variados, los cuales exigen algo de fuerza pero sobre
todo mucha agilidad, elegancia y flexibilidad. Se distinguen varias clases,
como la Gimnasia artística, la rítmica, en trampolín, aeróbica, acrobática y
general. En esta última, que es a la que nos referimos en el presente capítulo,
su principal característica es que se realiza en grupos, generalmente muy numerosos
formando coreografías y puede ser además la más completa de todas ya que tiene
la capacidad de incluir y combinar ejercicios propios de las otras disciplinas
de Gimnasia. Otra característica es que los gimnastas van uniformados de una
forma acorde a la coreografía que vayan a desarrollar.
Este tipo de Gimnasia, aunque no sea competitiva, sí que
es un deporte, aunque para mí fue algo más que eso, fue: una asignatura. En
efecto, Dibujo, Religión y Gimnasia, eran las “Tres Marías”, las tres asignaturas
que siempre aprobábamos todos y que yo, que tenía por objetivo “aprobar” (eso
de sacar buena nota se lo dejaba a los empollones) valoraba sobremanera porque
el Dibujo me gustaba y se me daba bien, la Religión era fácil y la Gimnasia se
aprobaba sin problemas. Igual que los Tres Mosqueteros no eran tres sino cuatro
(porque se unió a ellos D’artagnan), las Tres Marías no eran tres sino cuatro,
ya que a ellas se sumaba la asignatura “FEN”. ¿Y qué es eso de FEN se
preguntarán los más jóvenes? Pues esas eran las siglas de una asignatura
llamada “Formación del Espíritu Nacional” en donde nos inculcaban los valores
de la Falange y nos hacían admirar al Caudillo, Francisco Franco Bahamonde,
salvador de la patria y Generalísimo de todos los Ejércitos.
Esto viene a cuento porque en alguna ocasión Gimnasia y
FEN se juntaban y entonces hacíamos una demostración de ese “espíritu nacional”
que promovía una juventud sana y obediente. El amplio patio del colegio de los
Escolapios de San Fernando, en la calle Donoso Cortés de Madrid, era el
escenario elegido y cada vez que hacíamos una demostración de este tipo
teníamos ante nosotros una entregada audiencia compuesta por todos los padres,
hermanos y demás familiares de los gimnastas que íbamos a intervenir.
La equipación no podía ser más cutre. Empezaré de abajo a
arriba: zapatillas de deporte (más parecían de albañil que de deporte) blancas,
calcetines blancos, pantalón corto blanco, y –ahora viene lo mejor- camiseta
blanca de esas de tirantes que usamos los hombres para vestir y nos ponemos
debajo de la camisa. ¡No eran camisetas de deporte, eran camisetas de vestir! Y
para dar más realce a tal demostración deportivo sindical, nuestras madres
habían tenido que coser a la camiseta un gran escudo conmemorativo del acontecimiento.
Uniformados de aquella manera, salíamos todos desfilando,
ante la emoción de las madres asistentes. Nos situábamos, equidistantes unos de
otros, cubriendo toda la superficie del patio de tierra. Y entonces, el
profesor de Gimnasia en un éxtasis de ordeno y mando, empezaba a tocar el pito
y a dar instrucciones, y todos nosotros le seguíamos en esos ejercicios tipo:
hombros arriba, hombros abajo; extensión de brazos y giro a la derecha, luego
giro a la izquierda; brazos en jarra y flexión de piernas, arriba y abaaajo;
salto y palmas, salto y palmas; etc. etc. y no doy más detalles para no herir
sensibilidades. Hay fotografías que demuestran bien a las claras cómo era
aquello, fotografías en donde se ve lo difícil que resultaba encontrar a dos
gimnasta que tuviesen brazos y piernas en la misma posición, siempre había
diferencias de ritmo entre unos y otros, no como las exhibiciones que se hacen
ahora en Corea del Norte, donde la multitud de gimnastas actúan al unísono como
autómatas (claro que ellos entrenan más y al que lo haga mal seguro que lo
mandan a un campo de concentración). Aquí la cosa era un poco más anárquica e
incluso se ve en esas fotografías cómo alguno está más pendiente de lo que hace
el de al lado para imitar después sus movimientos, que de hacerlos él de forma
espontánea, seguramente porque no se acordaba de qué clase de movimiento
gimnástico le tocaba hacer en ese momento.
Esas tablas de Gimnasia general eran un auténtico rollazo
para nosotros y nunca entendía cómo le podían gustar tanto a los curas y a
nuestros padres y familiares. Cuando yo he sido padre y he ido a ver algún
espectáculo de este tipo en donde participaban mis hijos, he tenido la
suficiente autocrítica e imparcialidad como para comprender que –como todo
aquello que se hace a la fuerza- resulta entre patético y ridículo.
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