Capítulo 62.- San Vladimiro (te lo
cuento y te has dormido)
En
la orden de San Vladimiro, el Somnoliento, todo estaba en orden. A las seis de
la mañana se levantaban y como siempre hacía frío a esas horas se volvían a
acostar. Gracias a que uno se quedaba siempre de guardia, dormían hasta las 10
a.m. en que el pringao de turno les llevaba el desayuno a la cama (yogur
desnatado, pan recién horneado, frutos secos, y té) y se quedaban de nuevo
dormitando hasta la hora del aperitivo. En esa hora echaban una partida a los
cirilos (un juego que un visitante asiático se apropió un día de tormenta en
que lo acogieron y el muy desagradecido lo popularizó y hoy es lo que todos
conocemos como “jugar a los chinos”). Pues bien, el perdedor en el juego de los
cirilos era el que tenía que estar de guardia y trabajar para los demás las 24
horas siguientes.
Tras el aperitivo venía la comida y ellos eran muy dados a la comida ligera (liebre, perdiz, y cualquier otro animal que fuese muy ligero) aunque cada uno se comía varias piezas para hacer honor a su santo patrón y sentirse después somnolientos, a lo cual ayudaba también el generoso vino. Tras la siesta (que la inventaron ellos y no los españoles, pero esa es otra historia) se levantaban a las 7:00 p.m. y –tras estirarse, bostezar y quitarse las legañas- decían en voz alta “¿Qué tareas tenemos que hacer hoy” a lo que siempre había uno que decía “pero es que ya es muy tarde” y todos asentían diciendo “pues entonces vamos a comer algo y nos vamos a dormir hasta mañana”.
Tan milagrosos eran los sueños de la orden de San Vladimiro que cuando Sergei llegaba a este capítulo veía siempre dormidos a todos sus oyentes. Así que, menos Violeta que estaba en otra onda (la de los seriales de telenovelas) y Anacleta (que se tiraba pedorretas), todos se quedaron con los párpados caídos. “¿Lo ves como te has dormido?”.
Tras el aperitivo venía la comida y ellos eran muy dados a la comida ligera (liebre, perdiz, y cualquier otro animal que fuese muy ligero) aunque cada uno se comía varias piezas para hacer honor a su santo patrón y sentirse después somnolientos, a lo cual ayudaba también el generoso vino. Tras la siesta (que la inventaron ellos y no los españoles, pero esa es otra historia) se levantaban a las 7:00 p.m. y –tras estirarse, bostezar y quitarse las legañas- decían en voz alta “¿Qué tareas tenemos que hacer hoy” a lo que siempre había uno que decía “pero es que ya es muy tarde” y todos asentían diciendo “pues entonces vamos a comer algo y nos vamos a dormir hasta mañana”.
Tan milagrosos eran los sueños de la orden de San Vladimiro que cuando Sergei llegaba a este capítulo veía siempre dormidos a todos sus oyentes. Así que, menos Violeta que estaba en otra onda (la de los seriales de telenovelas) y Anacleta (que se tiraba pedorretas), todos se quedaron con los párpados caídos. “¿Lo ves como te has dormido?”.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
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