Capítulo 78.- Entre cose y cose
Anacleta
Miñambres, una vez pasado el susto, se quedó más tranquila, y sobre todo
animada, al ver que el Dr. Inocencio Palominos la estaba cuidando. La
deshidratación que había tenido aconsejaba permaneciese al menos un día más en
el hospital, así que para ella era una buena noticia saber que tendría
frecuentes visitas de su Inocencio, un hombre íntegro y volcado en su trabajo,
en donde se estaba labrando un merecido prestigio.
El Dr. Palominos aprovechó un descanso en sus actividades para repasar en su despacho la documentación obtenida en un congreso. Le extrañaba que el Dr. Teófilo Astilla, jefe de Medicina Interna del Hospital de Móstoles-Empanadilla, avanzase de forma tan rápida en sus investigaciones y se preguntaba si no estaría contraviniendo los códigos de ética de la profesión. En cualquier caso, era sospechoso verlo conducir un flamante deportivo y que sus trabajos de investigación, siempre exitosos, se publicasen tan rápidamente en las revistas médicas. Inocencio no podía seguir siendo tan inocente, así que empezó a pensar mal: “Algo raro, debe haber ahí y tengo que averiguarlo. No me extrañaría que un día de estos los maderos fuesen a detener a este Astilla”. Si él conseguía pruebas, no sólo defendería la profesión sino que sería un héroe ante los ojos de su futuro suegro, el sargento Miñambres.
Fue
a visitar a su amigo, el Dr. Atanasio Zurdo, un diestro cirujano que trabajaba
en el Hospital de Móstoles-Empanadilla. Atanasio lo abrazó efusivamente con
cuidado de no clavarle el bisturí en la espalda, porque en ese momento se
disponía a operar a una paciente, pero
como la paciente ya estaba bajo los efectos de la anestesia y no se iba a
impacientar, le invitó a unirse a la operación y así entre corte y corte, entre
cose y cose, podían ir charlando. Es curiosa esa habilidad que tienen los
cirujanos de abrir las tripas y mantener al mismo tiempo una animada
conversación sobre cualquier banalidad.
- Me gustaría acceder al laboratorio de analítica para confrontar unos datos, pero todo ello de forma confidencial -le dijo Palominos.
- Bueno, creo que podemos arreglarlo -le respondió zurdo, que en ese momento zurcía con gran habilidad y tino los mediastinos.
El Dr. Palominos aprovechó un descanso en sus actividades para repasar en su despacho la documentación obtenida en un congreso. Le extrañaba que el Dr. Teófilo Astilla, jefe de Medicina Interna del Hospital de Móstoles-Empanadilla, avanzase de forma tan rápida en sus investigaciones y se preguntaba si no estaría contraviniendo los códigos de ética de la profesión. En cualquier caso, era sospechoso verlo conducir un flamante deportivo y que sus trabajos de investigación, siempre exitosos, se publicasen tan rápidamente en las revistas médicas. Inocencio no podía seguir siendo tan inocente, así que empezó a pensar mal: “Algo raro, debe haber ahí y tengo que averiguarlo. No me extrañaría que un día de estos los maderos fuesen a detener a este Astilla”. Si él conseguía pruebas, no sólo defendería la profesión sino que sería un héroe ante los ojos de su futuro suegro, el sargento Miñambres.
- Me gustaría acceder al laboratorio de analítica para confrontar unos datos, pero todo ello de forma confidencial -le dijo Palominos.
- Bueno, creo que podemos arreglarlo -le respondió zurdo, que en ese momento zurcía con gran habilidad y tino los mediastinos.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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