lunes, 25 de enero de 2021

Un cadáver exquisito (85)

Capítulo 82.- Eficacia condicionada
 
Para cuando el Dr. Astilla llegó al Hospital de Móstoles-Empanadilla, el más moderno de esta ciudad, y a paso apresurado llegó al laboratorio de analítica, encontró que ya estaba cerrado. Inmediatamente llamó a seguridad para que le abrieran, era cuestión urgente que comprobase unos datos de vital importancia.
Mientras llegaba Manolo, el guardia de seguridad, un tío la mar de tranquilo, el Dr. Astilla estaba que echaba chispas, completamente encendido por la irritación, y si no echaba humo era porque no se podía fumar dentro del hospital. Miraba impaciente a uno y otro lado, hasta que vio aparecer a Manolo al que apremió. Tan pronto abrió la puerta, se dirigió al archivador que había al fondo de la sala, antes incluso de que Manolo encendiese la luz, pero Astilla se conocía bien el camino. Comenzó a revisar los informes y vio que no faltaba ninguno... claro que... este... había un informe guardado en sentido contrario y eso era muy extraño porque él era muy meticuloso. Tuvo un presentimiento y se dirigió a la fotocopiadora, la notó caliente, casi tanto como él, pero no pudo encontrar nada. No obstante tenía la certeza de que habían hurgado en sus papeles y habían fotocopiado algo, aunque no sabía qué.
 
Mientras tanto, en la cafetería del hospital, Zurdo y Apagada estaban en animada charla, Zurdo sentado a su derecha y Apagada encendida de pasión. Y mientras tanto, en su despacho, Inocencio perdía su inocencia según iba revisando y cotejando los papeles. En el ensayo clínico TT3-25 del estudio multicéntrico “TomaTres” los pacientes no habían sido elegidos muy aleatoriamente que digamos. A todos ellos se les había hecho previamente un test genético y sólo aquellos que coincidían en una serie de características habían sido asignados al grupo de pacientes a los que se administraba el nuevo fármaco, mientras que los demás se habían incluido en el grupo al que se administraba el fármaco de referencia. Conclusión: el nuevo fármaco aparecía mucho más eficaz cuando eso no era cierto, sino que su eficacia estaba condicionada por el tipo de pacientes a los que se había administrado.
Ensimismado como estaba, Inocencio Palominos no se dio cuenta que la puerta se abría sigilosamente y una sombra se proyectaba levemente sobre su espalda. Cuando se quiso dar cuenta, ya era tarde, Anacleta le abrazaba con ternura y él no pudo reprimir su emoción al ver sus ojos brillando con esa ilusión con la que siempre hacía todo.
- Tengo que ver a tu padre -le dijo Inocencio.
- ¿Tan pronto?
- No, no es por lo que tú piensas, sino por un asunto muy serio relacionado con mi trabajo.
Al oír esta prosaica explicación, a Anacleta se le salieron las chancletas, y resignada se dio media vuelta camino de su habitación.

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