Capítulo 64.- Hoy por hoy
Tati
era de las que se levantaba pronto. Como las gallinas, mejor dicho, como el
gallo. A las seis en punto ya estaba de pie, tomándose enseguida un café solo
tan denso, que casi había que hacer fuerza con la cucharilla para disolver las
dos sacarinas que intentaban en vano endulzarlo. Y escuchando la radio en todos
los lados. Tenía varios transistores repartidos por la casa. Todos sintonizando
la SER. A ella le ponía Carles Francino. Era el único varón que le hacía tilín.
No tenía muy claro el porqué de ese capricho. Él catalán, ella castellana de
pura cepa. Él tirando a rojillo, ella tirando a azulillo. Él correcto, ella
súper incorrecta. Él hombre, ella casi. Gabilondo, no le gustaba. Nada. “Se
creía y cree un dios. El oráculo de la verdad progresista. Pero Francino, es…
es… es… mucho más guapo, dónde va a parar. Rarita que es una”, se justificaba.
Pero el amor de su vida había sido siempre Violeta. Cuánto la había amado en silencio. Cuánto había llorado en los baños del internado para que no la viese cuando recordaba cómo coqueteaba con los mozos de Sigüenza en el paseo de los Olmos en las tardes libres del domingo y a ella no la hacía ni caso. “Moscones de los cojones”. Aún ahora seguía haciendo una mueca cada vez que recordaba los pellizcos de monja terribles que le aplicó Sor Patrocinio, que se lo olía todo, como bruja que era, cuando la pillaba a solas en un pasillo. “Aniceta, Aniceta… que te mueres por una teta”, debió pensar aunque nunca se lo dijo. Imaginó que la vida podría dar algún giro… quién sabe.
Pero la vida es como una caja de melones, te crees que te los vas a comer todos y al final, muchos se acaban pasando y pudriendo. Y es lo que le estaba pasando a ella. Se estaba pudriendo. Sola. Sabía que con ese carácter que tenía corría ese riesgo, que no la aguantaría nadie. Nadie la aguantó. Solamente le quedaba la amistad de Tita.
Los
niños estaban durmiendo como troncos. Hoy libraba de su trabajo de monitora de
kick boxing y culturismo femenino en un polideportivo de Las Rozas. “Por cierto
¿por dónde anda Tita?”, pensaba mientras oía la cuña de El Corte Inglés
anunciando las rebajas. “Me tengo que pasar”. Era raro –pensó- que no la
hubiera llamado para preguntar por sus hijos. “¡Qué raro!”. Cogió el móvil.
“Guía. AaTita. La primera. Llamar”.
Piticlín, piticlín, piticlín, piticlín…
Lo cogió del bolsillo de la bata, la enfermera Críspula.
- ¿Diga?
- ¿Tita? ¿Eres tu, Tita? -contestó Tati.
- No la oigo bien, respondió Críspula. Yo soy una enfermera del Hospital Central. Este es el teléfono de Patricio, un travestí que, por cierto, tiene un cuerpazo de mujer de escándalo.
- Pero, ¿seguro que es no es el teléfono de Violeta López de la Manteca? Dijo Tati.
- A mí me han dicho que este es un señor con cuerpo de señora. Espere, que he notado en el bolsillo de la bata una cartera. Un momento que miro... ¡Andá! Pues es cierto, se llama Violeta. Y además dice cosas muy raras. Lo mismo esta aquí porque va a operarse para quitarse la colita.
Tati se quedó boquiabierta. En esas pasó una mosca por allí y viendo la oportunidad se le metió en la boca.
Pero el amor de su vida había sido siempre Violeta. Cuánto la había amado en silencio. Cuánto había llorado en los baños del internado para que no la viese cuando recordaba cómo coqueteaba con los mozos de Sigüenza en el paseo de los Olmos en las tardes libres del domingo y a ella no la hacía ni caso. “Moscones de los cojones”. Aún ahora seguía haciendo una mueca cada vez que recordaba los pellizcos de monja terribles que le aplicó Sor Patrocinio, que se lo olía todo, como bruja que era, cuando la pillaba a solas en un pasillo. “Aniceta, Aniceta… que te mueres por una teta”, debió pensar aunque nunca se lo dijo. Imaginó que la vida podría dar algún giro… quién sabe.
Pero la vida es como una caja de melones, te crees que te los vas a comer todos y al final, muchos se acaban pasando y pudriendo. Y es lo que le estaba pasando a ella. Se estaba pudriendo. Sola. Sabía que con ese carácter que tenía corría ese riesgo, que no la aguantaría nadie. Nadie la aguantó. Solamente le quedaba la amistad de Tita.
Piticlín, piticlín, piticlín, piticlín…
Lo cogió del bolsillo de la bata, la enfermera Críspula.
- ¿Diga?
- ¿Tita? ¿Eres tu, Tita? -contestó Tati.
- No la oigo bien, respondió Críspula. Yo soy una enfermera del Hospital Central. Este es el teléfono de Patricio, un travestí que, por cierto, tiene un cuerpazo de mujer de escándalo.
- Pero, ¿seguro que es no es el teléfono de Violeta López de la Manteca? Dijo Tati.
- A mí me han dicho que este es un señor con cuerpo de señora. Espere, que he notado en el bolsillo de la bata una cartera. Un momento que miro... ¡Andá! Pues es cierto, se llama Violeta. Y además dice cosas muy raras. Lo mismo esta aquí porque va a operarse para quitarse la colita.
Tati se quedó boquiabierta. En esas pasó una mosca por allí y viendo la oportunidad se le metió en la boca.
Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…
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