domingo, 3 de enero de 2021

Un cadáver exquisito (63)

Capítulo 60.- El intérprete que llegó del frío
 
Mientras tanto, en cuidados intensivos, se desarrollaba otra escena. El intérprete de la Guardia Civil, Sergei Kurkowsky Rodríguez -ruso por parte de padre, talaverano por parte de madre- hacía su aparición en la sala. Miñambres se dirigió a él:
- Mire usted estamus aquí con un lío de pelotas, asi que a ver si nos hace el favor de aclararnos algo. Este tipu- dijo señalando a Toribio- lleva horas hablando una lengua extraña, y como resulta que es testigo de cargo fundamental en un caso que nos ocupa, necesitamos que hable con él.
Sergei se encaminó hacia donde estaba Toribio. Había terminado  de  recitar  la  primera  guerra de las Galias y tenía al
personal  destrozado.  No  podían  soportarlo  más,  parecía  que aquello no iba a terminar nunca. Después de intercambiar unas frases con él, se dirigió a la autoridad allí presente y le explicó:
- Creo que no voy a poder ayudarles, este señor solo habla latín clásico y yo soy especialista en lenguas cirílicas y primer arameo.
Miñambres se quedó sorprendido. No daba crédito a tal alarde de ineficacia. Esto sería culpa del cabo, seguro. Le iba a caer un puro que se iba a acordar de la Habana, ese desgraciao.... A Kurkowsky sin embargo, le pareció una situación interesante. Era un agente doble de la KGB y su especialidad era el espionaje industrial. En cuanto se enteró de las empresas que andaban detrás de todo esto, pensó que quizá podía sacar tajada.
 
Kurkowsky era un superviviente, un ciclista profesional que había llegado a este punto casi por equivocación. De hecho, fue durante el Tour de Francia del 82 cuando se forjó su destino. Cuando llegaron al Alp d'Huez él tomó una dirección equivocada, más aún, se separó totalmente del pelotón. Como tenía la costumbre de no mirar atrás, no se dio cuenta de que iba sólo hasta pasadas tres horas. Siguió pedaleando durante dos horas más porque pensaba que en algún punto se encontraría con sus compañeros de equipo. No fue así. Al caer la tarde llegaba a un pequeño monasterio rodeado de una muralla. Pidió asilo y algo de cenar, ya que estaba desfallecido. Entonces descubrió algo increíble. Se trataba de una orden milenaria que había vivido en aquel reducto durante años. Sus ancestros llegaron hasta allí huyendo de las persecuciones religiosas del siglo IX D.C. Eran los únicos que quedaban de la orden de San Vladimiro, el Somnoliento. Dominaban el cirílico y, entre esta actividad y su huerto, se ganaban la vida. A Sergei le gustó tanto el ambiente y la serenidad de aquel lugar perdido que les pidió quedarse con ellos y conocer ese idioma que, a fin de cuentas, también era el de sus antepasados. Las vicisitudes que siguieron a su partida, ocho años después, serían muy largas para incluirlas en este capítulo.


Una novela en donde el humor alcanza el estado de gracia…

“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo

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