Capítulo 84.- ¡Esta es la mía!
La
ambulancia estaba llegando al hospital. Pedro oía la conversación que mantenían
los paramédicos del SAMUR.
- Paciente con angor inestable y delirio de cuernos. Se palpa al tiempo el pecho y la cabeza. Le hemos administrado cafinitrina sublingual y 10 mg. de diazepam. También le hemos puesto una boina para que deje de tocarse el cráneo.
Al tiempo, Pedro era trasladado en una camilla a una de las salas de urgencia, donde le monitorizaron y procedieron a su observación. En la mente de Bareta se mezclaban los últimos acontecimientos: el incendio, la libreta, los niños, los cuernos... Todo le daba vueltas, oía lejanas las voces de los médicos y los enfermeros.
- Dejen este box libre, no puede estar ocupado si el paciente está estable -ordenó alguien que acababa de llegar-. Reanimación está hasta arriba, así que súbanlo a la 216 de momento, la persona que está en la cama de al lado va a ser dada de alta en breve.
Oyó cómo le movían la camilla y le subían en el ascensor hasta llegar a otra planta.
- Ahora se va a quedar usted aquí tranquilito, no se preocupe por nada, tenemos su teléfono y nos pondremos en contacto con sus familiares -le dijo un rostro distorsionado mientas le dejaban la habitación en semipenumbra.
Al cabo de unos minutos, Pedro oyó el sonido de un móvil y una voz que le resultó familiar. ¿Sería posible esta afortunada coincidencia?
- Sí, ¿dígame? -contestaron-. Sí, soy yo, la Sra. de Bareta. Sí.....sí, sí claro..... ¿Cómo dice? ¿Un problema cardiaco? No, no, que yo supiera no tomaba ningún medicamento ni padecía del corazón. ¿Dónde dice que lo han llevado?...
Pedro no podía creerlo. ¡Era ella! el “pedazo de zorrón” de su mujer, la “guarra lasciva” que le había estado engañando no se sabe cuánto tiempo, se encontraba tras aquel biombo. Por una vez los astros se habían alineado a su favor y tenía la suerte de cara.
Se levantó lentamente, aún mareado por los efectos de la medicación, y con el goteo puesto. Descorrió el biombo de golpe. ¡Ahí estaban! No sólo se había encontrado al “putón verbenero” de Violeta, además, con cara de baboso y mirada de sorpresa, al “hijoputa” de Jacinto, el “cabronazo” que llevaba años puteándole y tirándose a su esposa.
- ¡Aggggg! -gritó Pedro, descargando toda su furia sobre Monteperales.
Como un poseso, se le echó encima y empezó a darle puñetazos, pero como se encontraba sin fuerza por culpa de la medicación, el otro se revolvía como un gato rabioso. Se levantó y cogió lo primero que tenía a mano, los zapatos. ¡Zas! ¡A la cabeza! Los jarabes y los frascos de orina que se encontra-
ban en el carrito de la antesala. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!...
A los lomos... Pedro intentaba escabullirse. Violeta chillaba histérica y pedía ayuda:
- ¡Loco! ¡Estás completamente loco y trastornado! ¡Para, desgraciao, que te vas a ver en la calle y tienes que pagar dos hipotecas! -aullaba tirándole del camisón y dejándole casi en cueros.
Pedro no paraba, le dio un empujón y la envió al fondo de la habitación, luego se ocuparía de ella. Se volvió hacia Jacinto que gateaba intentando meterse bajo la cama, pero lo trincó antes. No tenía nada a mano. De repente vio una cuña, eso valdría.
¡Clong! ¡Clong! Le pegó en "toa la quijá".
- ¡Mamonazo, yo te liquido!
Y eso habría hecho de no haber sido reducido por dos enfermeros que le sumieron en un sueño profundo...
- Paciente con angor inestable y delirio de cuernos. Se palpa al tiempo el pecho y la cabeza. Le hemos administrado cafinitrina sublingual y 10 mg. de diazepam. También le hemos puesto una boina para que deje de tocarse el cráneo.
Al tiempo, Pedro era trasladado en una camilla a una de las salas de urgencia, donde le monitorizaron y procedieron a su observación. En la mente de Bareta se mezclaban los últimos acontecimientos: el incendio, la libreta, los niños, los cuernos... Todo le daba vueltas, oía lejanas las voces de los médicos y los enfermeros.
- Dejen este box libre, no puede estar ocupado si el paciente está estable -ordenó alguien que acababa de llegar-. Reanimación está hasta arriba, así que súbanlo a la 216 de momento, la persona que está en la cama de al lado va a ser dada de alta en breve.
Oyó cómo le movían la camilla y le subían en el ascensor hasta llegar a otra planta.
- Ahora se va a quedar usted aquí tranquilito, no se preocupe por nada, tenemos su teléfono y nos pondremos en contacto con sus familiares -le dijo un rostro distorsionado mientas le dejaban la habitación en semipenumbra.
Al cabo de unos minutos, Pedro oyó el sonido de un móvil y una voz que le resultó familiar. ¿Sería posible esta afortunada coincidencia?
- Sí, ¿dígame? -contestaron-. Sí, soy yo, la Sra. de Bareta. Sí.....sí, sí claro..... ¿Cómo dice? ¿Un problema cardiaco? No, no, que yo supiera no tomaba ningún medicamento ni padecía del corazón. ¿Dónde dice que lo han llevado?...
Pedro no podía creerlo. ¡Era ella! el “pedazo de zorrón” de su mujer, la “guarra lasciva” que le había estado engañando no se sabe cuánto tiempo, se encontraba tras aquel biombo. Por una vez los astros se habían alineado a su favor y tenía la suerte de cara.
Se levantó lentamente, aún mareado por los efectos de la medicación, y con el goteo puesto. Descorrió el biombo de golpe. ¡Ahí estaban! No sólo se había encontrado al “putón verbenero” de Violeta, además, con cara de baboso y mirada de sorpresa, al “hijoputa” de Jacinto, el “cabronazo” que llevaba años puteándole y tirándose a su esposa.
- ¡Aggggg! -gritó Pedro, descargando toda su furia sobre Monteperales.
Como un poseso, se le echó encima y empezó a darle puñetazos, pero como se encontraba sin fuerza por culpa de la medicación, el otro se revolvía como un gato rabioso. Se levantó y cogió lo primero que tenía a mano, los zapatos. ¡Zas! ¡A la cabeza! Los jarabes y los frascos de orina que se encontra-
ban en el carrito de la antesala. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!...
A los lomos... Pedro intentaba escabullirse. Violeta chillaba histérica y pedía ayuda:
- ¡Loco! ¡Estás completamente loco y trastornado! ¡Para, desgraciao, que te vas a ver en la calle y tienes que pagar dos hipotecas! -aullaba tirándole del camisón y dejándole casi en cueros.
Pedro no paraba, le dio un empujón y la envió al fondo de la habitación, luego se ocuparía de ella. Se volvió hacia Jacinto que gateaba intentando meterse bajo la cama, pero lo trincó antes. No tenía nada a mano. De repente vio una cuña, eso valdría.
¡Clong! ¡Clong! Le pegó en "toa la quijá".
- ¡Mamonazo, yo te liquido!
Y eso habría hecho de no haber sido reducido por dos enfermeros que le sumieron en un sueño profundo...
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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