viernes, 22 de enero de 2021

Un cadáver exquisito (82)

Capítulo 79.- Zurdo, por derecho
 
Atanasio Zurdo era muy conocido gracias a su habitual presencia en la plaza de toros de Las Ventas. A Zurdo le encantaba ver a los diestros. Seguía con interés todas las corridas y se sabía de corrido todos los nombres de toreros que habían salido por la puerta chica, es decir, por la puerta de la enfermería. Sin embargo, a pesar de su notable éxito y popularidad, siempre notaba un trato de favor hacia otro de los especialistas de su hospital. Era una astilla que tenía clavada, porque el susodicho era, precisamente, el Dr. Astilla. Por eso se alegró cuando Palominos le comentó que quería ver los análisis de  los pacientes a los que veía el Dr. Astilla.  Él también  había sospechado algo raro y no entendía por qué Astilla salía tanto en los tabloides.
 
En el laboratorio de analítica solía pasar largas horas la pediatra Lucía Apagada, a la que cada día tenían que echar literalmente de allí cuando apagaban las luces por mucho que Lucía insistiese en quedarse “un rato más”. Pero ya se sabe que en un área aséptica no se pueden consentir la presencia de “ratos”... ni ratas, ni cualquier otro animal, que para eso hay una sección específica.
Por consiguiente, deberían distraer la atención de Apagada mientras ellos curioseaban entre los archivos. Así que Zurdo se fue derecho hacia ella y le dijo:
- Hoy luce un buen día.
A ella, que le gustaban los juegos de palabras que se hacían con su nombre y apellido (no guardaba rencor a sus padres, sino que se lo tomaba con deportividad) le hizo gracia y respondió:
- Y tanto que luce, así que puedes apagar la luz.
Zurdo titubeó un instante; no sabía si tomarse eso como una gracia o como una insinuación. Pero fue suficiente para que Palominos se colase sigilosamente hasta la zona de los archivos. Lo que no sabía Palominos era que con esa estratagema había propiciado que Zurdo y Apagada pelasen la pava.

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