Capítulo 68.- Señora, lo mejor sería
sanear y darlo con la llana
Desde
que tenía recuerdos, Tati solo había tenido ojos para Tita. Por lo que ese
encogimiento de tripas, ese pálpito cardiaco, ese sudor desmedido que generó
unos roales en el chándal Quechua que parecían agujeros negros, ese tembleque
en las rodillas, esos pezones duros como el acero… eran sensaciones que no
había sentido jamás. Eva, todo hay que decirlo, guapa, guapa, no era. Era alta.
Rubia. De unos 35 años. Estilizada. Atlética. Pero una viruela brutal mal
tratada -que pasó de niña en Manaos (Brasil) cuando estuvo con sus padres, unos
iluminados, que intentaron montar una empresa de turismo de aventura cuando a
la gente no le daba por hacer esas cosas y se arruinaron a los dos años- le dejaron
unas secuelas en el rostro que si se miraban un rato, se podían ver figuras
geométricas complejas, las caras de Bélmez, o imaginar dónde está Wally. Este
problema estético lo superó a base de decenas de psicoanalistas argentinos,
gurús de sectas apocalípticas, curanderos tipo “Vengo de Raticulín…” y demás
peregrinaciones donde sus padres la llevaron al sentirse culpables. Pero a Tati
le parecía la mujer más guapa de la tierra. Miraba en su interior.
La
vida es como un melón, que aunque no veas el interior, sabes
que está lleno
de pepitas que
no te las vas a comer.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo
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