Los directivos,
acostumbrados a constantes comidas de negocios, consideran normal ordenar que
se organice alguna comida para atender a los periodistas cuando quieren dar una
noticia, conseguir que estos publiquen algo, o simplemente darse un baño de
popularidad. Las comidas entrañan muchos riesgos, el primero el de la
ostentación; si el marco y los manjares son excesivos, esto se puede volver en
contra ya que el periodista entenderá que intentan comprarlo. El segundo riesgo
es el del tiempo: una comida dura mucho tiempo y eso es algo de lo que no
dispone el periodista, por lo tanto –salvo que allí vayan a decirse cosas muy
importantes- el periodista saldrá con la sensación de haber perdido el tiempo.
Y el tercer riesgo es el de la relajación del directivo: en un ambiente
distendido como es el de una comida, hay muchas posibilidades de que el
directivo se vaya de la lengua, sobre todo si hay algún periodista sagaz (que
seguro que lo habrá) que sepa “tirarle de la lengua” y provocar en él alguna
metedura de pata o declaración escandalosa. A fin de cuentas, el periodista que
acude a una comida de prensa, no lo hace por comer sino por aprovechar la hora
de la comida para trabajar y obtener alguna noticia destacada con la que volver
a la redacción.
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