A lo largo de mi
vida he conocido muchos directivos. Normalmente no piden opinión al responsable
de Comunicación sino que imponen sus condiciones: “Quiero que me organices una
Rueda de Prensa para pasado mañana (que es cuando tengo un rato libre), a las
siete de la tarde (que es la hora que mejor me viene), en tal sitio (porque
tengo que estar allí por otro asunto)”. Y cuando el responsable de Comunicación
le pregunta qué se va a anunciar en esa Rueda de Prensa, el directivo le
responde de una forma muy vaga, entre otras cosas porque ni él mismo tiene muy
claro lo que va a decir... ya improvisará. Esto que acabo de poner entre
comillas es una auténtica barbaridad, un disparate... y sin embargo es real...
y por desgracia es extremadamente frecuente.
Esa clase de
directivos prepotentes sólo piensan en ellos mismos y creen que todo el mundo
gira en torno suyo. Suelen manifestar su poder de manera dictatorial, dando
siempre órdenes y sin escuchar a los demás, y esa forma de ejercer el poder
crea adeptos... empleados que se pliegan a sus deseos sin contradecirle, entre
otras cosas porque lo único que conseguirían si les llevasen la contraria sería
enfurecerlos... y poner en peligro su puesto de trabajo o cuando menos sus
posibilidades de carrera dentro de la empresa. En otras palabras, el
responsable de Comunicación que le indica a ese directivo lo erróneo de sus
planteamientos, sabe que no va a conseguir hacerle cambiar de opinión, que lo
único que conseguirá será un enfrentamiento... y que finalmente tendrá que
acceder y hacer las cosas tal como se lo ordenan... Si esto era frecuente hasta
hace algunos años, ahora es infinitamente mucho peor, porque esos directivos
saben que un puesto de trabajo es un bien escaso, tan escaso que hay miles de
candidatos perfectamente cualificados dispuestos a hacer ese mismo trabajo por
menos dinero del que están pagando al que actualmente ejerce esa labor de
responsable de Comunicación.
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