Artículo
dedicado al trompetista de jazz, Tom Harrell (Illinois, Estados Unidos, 1946)
que en una ocasión amenizó con su música un congreso médico internacional
gracias al patrocinio de un laboratorio farmacéutico.
Tom Harrell está
considerado como uno de los mejores trompetistas de jazz de todo el mundo, un
hombre de conocimientos musicales enciclopédicos, admirado por su capacidad
para improvisar de una manera cerebral pero emocionalmente conmovedora. Pero
también padece esquizofrenia, una de las enfermedades mentales más preocupantes
de nuestra época.
Por esta
especial condición de genio de la música y enfermo de esquizofrenia que
desarrolla una vida normal gracias a los nuevos fármacos descubiertos contra
dicha enfermedad, actuó alguna vez ante psiquiatras e investigadores en el
campo de la psiquiatría, como en el año 2002 con motivo de la celebración de la
convención anual de la Asociación Americana de Psiquiatría, coincidiendo además
con la salida al mercado de su decimonoveno CD, “Live at the village vanguard”,
y a punto de celebrar su décimo aniversario de boda.
La esquizofrenia
es una enfermedad que afecta a una de cada 100 personas y de la que afirman los
expertos que, gracias a los nuevos tratamientos, éxitos como el obtenido con
Harrell, son cada vez más frecuentes. La medicina ayuda, desde luego, pero a
sus 55 años Harrell tenía que luchar con todas sus fuerzas para mantener la
concentración en un mundo desbordado de distracciones, en el que se le veía con
un aspecto lo suficientemente extraño como para atraer numerosas miradas
furtivas en la calle.
Ataviado con
unos anchos pantalones negros y una cazadora de cuero, también negra, con la
cremallera subida hasta el cuello, en aquellos momentos de sus actuaciones en
que no intervenía, se mantenía inmóvil bajo los focos del escenario, con los
brazos colgados a los costados, los labios extrañamente fruncidos, los ojos
cerrados y escuchando con más atención que cualquier otro de los que estaban en
la sala.
Cuando llegaba
su turno, levantaba la trompeta, tocaba unas notas claras, ricas, alegres
–notas que él mismo escribía- en perfecto ritmo con su banda y, durante breves
instantes, se sentía totalmente a gusto. Entre tema y tema, evitaba el parloteo
e incluso los consabidos “gracias” que otros artistas suelen utilizar para
conseguir el aplauso fácil del público.
Para los
verdaderos aficionados a la música de jazz, que aprecian la excentricidad,
siempre ha sido irrelevante la forma de actuar de Harrell; lo que les ha
importado ha sido la música. “Hay tanta pureza en su música, tanta melodía y
belleza”, explica Terrell Stafford, un trompetista de jazz que, tras haber
abandonado la música clásica después de escuchar tocar a Harrell, se dedicaba a
impartir clases en la Universidad de Temple. Hacia él sólo tenía palabras de
admiración: “es un gran compositor, y todo lo que toca a la trompeta cuando
improvisa es casi como una melodía escrita”, dice con frecuencia.
Para quienes
identifican la esquizofrenia con el hombre desaliñado que grita sus delirios en
la esquina de una calle, alguien como Harrell puede suponer una verdadera
sorpresa. Incluso la mayoría de los profesionales de la salud mental han
considerado históricamente la esquizofrenia (que produce paranoia, delirios y
pensamiento desorganizado) como una enfermedad que hace que el éxito en la
búsqueda de trabajo sea casi imposible. Como reconoce Zlatka Russinova,
investigadora del Centro para Rehabilitación Psiquiátrica de la Universidad de
Boston, “cada vez es mayor el número de personas identificadas como que han
alcanzado el éxito en diferentes profesiones”.
Pero, al igual
que en cualquier otra enfermedad, en opinión de los expertos, la esquizofrenia
es más grave en unas personas que en otras. Los nuevos medicamentos y las
nuevas actitudes están cambiando el aspecto de la enfermedad. Y Harrell no ha
sido el único caso de un famoso con esquizofrenia que ha saltado a las páginas
de los periódicos. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la gran popularidad alcanzada
por el Premio Nobel de matemáticas John Nash, tras el éxito de la película
sobre su vida “Una mente maravillosa”, interpretada también maravillosamente
por Russel Crown. Nash padecía esquizofrenia y supo convivir con ella y
desarrollar una vida normal.
Hijo de un
catedrático de Psicología Empresarial y Estadística, Harrell creció en la zona
de la bahía de San Francisco. Niño excepcionalmente brillante, aprendió a leer
solo y se saltó un curso en enseñanza básica. Empezó a tocar la trompeta a los
ocho años y, en el instituto, ya tenía su propia banda de jazz.
Intentó quitarse
la vida mientras estudiaba composición en Stanford. Eso provocó un diagnóstico
de esquizofrenia. Con tratamiento logró completar su formación escolar e inició
su carrera de música. Conoció a su esposa Ángela cuando ella llevaba a cabo una
investigación para una serie de televisión que trataba sobre la creatividad y
el cerebro. Harrell no llegó a formar parte del espectáculo, pero ambos
descubrieron que eran casi vecinos en Nueva York y se hicieron amigos. “Una vez
que superas el desconocimiento inicial de su situación y de la forma en que le
afecta, la enfermedad deja de convertirse en su aspecto más destacado”, afirma
su esposa. “Para mí, la enfermedad mental no le define como persona. Lo que me
llevó hasta él fue su inteligencia y lo divertido,
cariñoso, honesto, afectuoso y
desprendido que es... Podría seguir y no parar. Es sencillamente una persona
enormemente sincera, muy real y espiritual, muy generoso y divertido”.
A menudo,
resulta difícil manejar el estrés para quienes sufren esquizofrenia, y la vida
de un músico de jazz está llena de estrés. Están los viajes, los lugares
nuevos, los cambios de zonas horarias. “Muy probablemente su entorno no es el
mejor para estabilizar los síntomas”, reconoce Ángela Harrell, “pero por otra
parte , ha sido la música la que le ha ayudado a seguir hacia adelante todos
estos años”.
Durante su
matrimonio se produjo otro intento de suicidio y una reacción casi mortal a uno
de sus medicamentos, seguido de la búsqueda de un nuevo fármaco. Harrell
explicaba que los medicamentos le ayudaban a mantener la calma y a
concentrarse, pero que a veces también le hacían sentirse cansado. Según exponía
no escuchaba voces –como sucede en algunos afectados por esta enfermedad- pero
en algunas ocasiones tenía problemas para pensar con claridad, algo que él
definía como “si no tuviera suficiente oxígeno en la cabeza”.
Sin embargo
consiguió trabajar y escribir a diario, llegando a estar convencido de que la
esquizofrenia le ha hecho más productivo. “Una cosa que ha pasado con la
enfermedad mental es que me ha forzado más a adentrarme en mi mismo... en
cierto modo, me aísla socialmente. No tengo tantas opciones sociales como
tienen otras personas”.
Harrell es capaz
de escuchar acordes y percusión en los sonidos cotidianos que la mayoría de
nosotros rechazamos (el tintineo de unas copas o un dedo que tamborilea en una
mesa, por ejemplo), y las canciones le llegan en fragmentos, a menudo por la
noche cuando se “abre una puerta en mi mente”. Es obvio que las ideas fluyen
rápidamente en él. “El problema no estriba en encontrar una idea
nueva, sino en poder seguir el
ritmo del flujo de ideas nuevas”, comenta al hilo del recuerdo de aquella
primera vez cuando oyó una grabación de los años cuarenta de Dave Brubeck, el
líder de la banda que le introdujo en el sonido “mágico” de una nota sostenida
de trompeta.
A pesar de su aspecto tímido en el escenario, Harrell siempre ha reconocido que le gusta la comunicación con el público. En su opinión, la mejor manera de escuchar música es con los ojos cerrados. Por otra parte, confiesa su temor al rechazo social si mira a alguien de forma inadecuada. “Sería bueno comprobar cuál es la reacción del público, pero me da pavor ofender”. Para Quincy Davis, el batería del quinteto, la ausencia de teatralidad de Harrell siempre ha sido una ventaja, ya que eso significa que la música tiene que ser buena.
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