jueves, 25 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (y 25)
Juan le había contado que alguna vez, en una de esas
interminables noches de espera, distinguió al final de la calle, bajo la luz
plateada de la luna, una figura femenina. Era una joven, con el cabello largo y
oscuro cayendo sobre sus hombros, sosteniendo un libro contra su pecho como si
fuera un escudo. Sus pasos eran lentos, vacilantes, como si la ciudad misma la
intimidara. Se detuvo a unos pocos metros de distancia, bajo el resplandor de
un letrero de neón que anunciaba “Cerveza Mahou”. Sus ojos, grandes y
profundos, se cruzaron por un instante con los de Juan, y el mundo entero pareció
contener el aliento. ¿Era ella? Podría haberlo sido. Y sin embargo sostenía un
libro entre sus manos, apretado junto a su pecho. ¿El título? No podía
distinguir el título. ¿Sería “Noches de Sing-Sing? ¿O tan sólo se trataba de
otro espejismo de un corazón hambriento?
Según contó, este suceso se repitió algunas veces más.
Aquella joven lo miraba fugazmente y algo se encendía dentro del alma de Juan.
Pero entonces, como si un viento invisible se hubiera levantado de repente,
aquella joven daba media vuelta y se alejaba, y cada golpe del tacón de sus
zapatos sobre el asfalto de la calle, se convertía en un martilleo constante de
punzadas de dolor que penetraba más y más en su corazón.
Tan obsesionado estaba Juan con encontrarla de nuevo, que
no supo decirle a Carlos si aquella escena se repitió muchas más veces; tan
sólo recordaba unas pocas, porque siempre tenía la vista clavada en la puerta
de aquella discoteca rebuscando entre los rostros de todas las chicas que entraban
y salían esperando reconocer a Clara o a su amiga.
Y es que en nuestra vida, en nuestra existencia en esta
tierra, no hay respuestas, sólo preguntas, sólo espera y ojalá que también
perviva la esperanza. Así lo reconoció Carlos, comprendiendo que la historia de
Juan no había terminado, porque aquella historia era la espera misma, la
obstinación de un alma que se niega a rendirse al vacío de lo superficial.
Carlos llegó por fin a su casa, para reencontrarse con su
vida habitual, aunque el impacto emocional de esta historia perduraría para
siempre en su memoria. Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en el
apartamento de Juan, el sonido de la vieja Olivetti seguí rompiendo
monótonamente el silencio de la noche. Porque Clara, real o imaginada, era el
símbolo de lo que Juan anhelaba: un amor que trascienda, una conexión que dé
sentido a nuestra vida. Y aunque ella no volviese a parecer en su vida nunca
más, la espera de Juan continuaría indefinidamente, porque la chispa de luz que
desprendió aquél inusual encuentro era un faro que rompía eternamente la oscuridad
reinante. Y en aquél mundo de negrura, iluminado tan sólo por la lejana e
intermitente luz de ese faro, Juan era la voz de un poeta que gritaba con tinta
su irredimible esperanza.
miércoles, 24 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (24)
Pero se dio cuenta de que esta historia era como la vida
misma, no se sometía a las reglas de los finales convencionales. No había
ningún final, no había ningún telón que –como en una representación de teatro-
cayera poniendo “fin”. O quizás aquello era realmente el final de aquella
historia y luego vendrían otras diferentes, con Juan renaciendo de sus propias
cenizas y emprendiendo nuevas aventuras y afrontando nuevos encuentros.
Aquella chica joven, tan demasiado joven, estaba leyendo
“Noches de Sing-Sing” de Harry Stephen Skiller, en medio del jolgorio de una
discoteca. No era una situación normal pero quizás, por eso, precisamente,
había atraído la atención de Juan. Porque ella, Clara, era un destello que
iluminó –aunque sólo fuese fugazmente- la vida de su amigo, insuflándole una
alegría y una esperanza que ya creía olvidada.
Mientras caminaba, recreaba en su mente aquella escena.
Clara, una chica de diecisiete años, con ojos que parecían contener universos y
una risa que era como un verso suelto en una página en blanco. En aquella mesa,
rodeados por el torbellino de la discoteca, habían compartido algo que Juan no
podía nombrar, pero que sentía como una verdad absoluta: una conexión de almas,
un refugio en un mundo que sólo ofrecía vacío existencial. En medio de aquél
caos, como si se abriese una cápsula que los separase del mundo exterior, Juan
había improvisado unos versos que encendieron una conexión íntima entre los
dos. Pero, como la vida misma, aquello fue también algo efímero.
Al día siguiente, la realidad los había alcanzado: ella,
demasiado joven para entrar en la discoteca, se había enfadado, frustrada por
las reglas de un mundo que no entendía su espíritu. Juan la había acompañado a
un autobús, con la promesa de esperar un nuevo encuentro, y desde entonces,
nada. No conocía sus apellidos, ni su dirección, ni su teléfono… sólo la conocía
a ella, su interior, su alma, y el eco de su voz y su sonrisa sentados los dos
en un rincón de la discoteca con un libro abierto sobre la mesa, imponiendo su
presencia en contraste con las copas de alcohol que se agolpaban unas junto a
otras.
¿Era un loco, Juan? ¿Se había aferrado a un espejismo?
¿Era un poeta que transformaba en versos cada momento de su vida? ¿O era,
simplemente, un hombre atrapado por su propio idealismo, incapaz de rendirse a
la corriente de la vida? Estaba claro que Juan no conocía la respuesta, y por
eso cada viernes, al caer la noche, volvía a esa esquina, con la misma chaqueta
de pana y la misma esperanza obstinada. La discoteca seguía allí,
imperturbable, vomitando risas y música, pero él ya no entraba. Se quedaba
fuera, escrutando cada rostro, cada sombra, buscando un par de ojos castaños
que pudieran ser los de ella. En algún
lugar de la ciudad, o tal vez más allá, Clara existía. De eso estaba seguro. Quizás
estaría sentada en otro café, con un libro nuevo entre las manos, buscando
también, sin saber cómo ni por qué, alguien que conectara con su interior. O
quizás no. Quizás la noche la había engullido, como engullía a tantos, y su
alma se había perdido en el torbellino de lo cotidiano. Pero Juan elegía creer
en lo primero, porque la alternativa era un vacío que no estaba listo para afrontar.
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martes, 23 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (23)
La noche
madrileña se extendía como un lienzo roto, lleno de remiendos de luz y sombra.
En la Gran Vía los letreros luminosos seguían parpadeando incansablemente cada
noche, en una rutina que parecía vestirse forzada alegría. El asfalto mojado y
sonido de las ruedas de los coches surcando los charcos, se mezclaba con el
murmullo de los transeúntes cargados de bolsas y paquetes adornados con motivos
navideños. Madrid era una fiesta que nunca terminaba, y la discoteca El
Paraíso, con su fachada iluminada por destellos rojos y azules, seguía siendo
el corazón palpitante de aquella esquina de la calle, un lugar donde los
cuerpos se movían al compás de melodías disco y los corazones buscaban, aunque
fuera por una noche, algo que los llenara.
Juan permanecía
allí, fiel a su promesa, como una figura tallada en la penumbra, apoyado contra
la misma pared desconchada que había sido su refugio durante semanas. La luz de
una farola, pálida y frágil, se derramaba sobre su rostro, acentuando las
ojeras que marcaban su piel como mapas de un viaje sin destino. Sus manos,
hundidas en los bolsillos de su chaqueta, temblaban ligeramente, no por el frío,
sino por la tensión de una espera que se había convertido en religión. A
intervalos, la música de la discoteca se filtraba al exterior, un murmullo
lejano que no lograba alcanzarlo. En su mente, el mundo entero se había
reducido a esa esquina, a esa puerta, a la posibilidad de un encuentro que lo
redimiera…
Carlos quedó
impresionado con esta historia y, aunque lo deseaba, no encontraba palabras que
pudieran infundir ánimo en su amigo. Permanecieron en silencio unos minutos.
Apuraron sus copas de vino. Miraron el reloj y Carlos se levantó para
despedirse de Juan.
- No sé qué
decirte. Comprendo que cualquier palabra de ánimo sería baldía. Intenta salir
de esta como tantas veces lo han intentado y conseguido los protagonistas de
tus novelas.
Juan
agradeció en silencio aquellas palabras sinceras. Se levantó y se dirigió a la
puerta para despedirse. Se dieron un abrazo. Juan se dio media vuelta y se
sentó, ahora, frente a la máquina de escribir; bullían en su cabeza miles de
palabras y de historias que se empujaban unas a otras por salir y plasmarse en
el papel. El sonido del teclear de la máquina de scribir se convirtió en la
nueva melodía de aquella habitación.
Fuera, su
amigo Carlos caminaba de regreso a su casa con todos los pensamientos y emociones
de este encuentro agolpados en su cerebro y en su corazón. ¡Cómo le hubiera
gustado un final distinto, uno en donde Juan encontrara a su amada, en donde
sus manos se entrelazaran bajo las luces de la discoteca y una música melódica los
envolviera en un abrazo eterno.
lunes, 22 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (22)
Al cerrarse
de nuevo las puertas de la discoteca, el rumor de la música se desvaneció y fue
reemplazado por un silencio que parecía envolver ahora a la ciudad entera.
Desde algún lugar lejano, quizás un bar o un coche con la ventanilla abierta,
comenzó a sonar “Desde aquél día” de Raphael, con su melodía nostálgica que
parecía escrita para ese preciso momento:
Yo no he vuelto a encontrarla jamás
Desde aquel día
De su vida no sé qué será
Desde aquel día
Es posible que tenga otro amor
Una nueva ilusión
O quizás llorará
O quizás llorará
O quizás llorará
Desde aquel día
Sus palabras de amor, ¿dónde irán?
Desde aquel día
Y de noche, ¿con quién soñará?
Desde aquel día
Es posible que esté como yo
Recordando mi amor
Sin poderme olvidar
Sin poderme olvidar
Sin poderme olvidar
Desde aquel día
Ninguno de los dos hacemos nada
Por volver
Y no nos vemos
Y no nos vemos
Desde aquel día
Ninguno de los dos recordaremos
El ayer
Y nos queremos
Y nos queremos
Desde aquel día
Desde aquel día
Ninguno de los dos perdonaremos
El ayer
Y nos queremos
Y nos queremos
Desde aquel día
Desde aquel día
Desde aquel día
Juan alzó la
mirada, buscando en la oscuridad de la calle una señal, un destello, una sombra
que pudiera ser ella. Pero no, ni ella ni su amiga, habían vuelto por aquél
lugar. La calle estaba vacía, acogiendo tan solo el eco de conversaciones
lejanas y el parpadeo de los letreros. Apoyó la cabeza contra la pared,
cerrando los ojos, y dejó que la música lo envolviera. En su mente, la imagen
de Clara -sus ojos castaños, su risa suave, el roce de sus manos- todo era tan vívido
que dolía. Había prometido esperarla, y lo haría, aunque la noche lo devorara,
aunque Madrid entero se convirtiera en un cementerio de recuerdos.
Y es que Juan
estaba atrapado en un limbo de su propia creación, un romántico que había
encontrado un destello de conexión en una noche fugaz y ahora se aferraba a él
como si fuera su única salvación. El ambiente cosmopolita y animado de la
ciudad era un escenario cruel para su espera, un lugar donde lo efímero y
superficial y en donde las almas como la suya parecían destinadas a perderse. Su
amigo Rafael, con su confesión inesperada, revelaba que incluso los que
abrazaban la noche llevaban sus propias máscaras, sus propios vacíos. Pero la
ausencia de Clara, más que una derrota, era para Juan una prueba de fe
inalcanzable, un desafío a su idealismo en un mundo que lo empujaba a rendirse.
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Yo no he vuelto a encontrarla jamás
Desde aquel día
De su vida no sé qué será
Desde aquel día
Es posible que tenga otro amor
Una nueva ilusión
O quizás llorará
O quizás llorará
O quizás llorará
Desde aquel día
Sus palabras de amor, ¿dónde irán?
Desde aquel día
Y de noche, ¿con quién soñará?
Desde aquel día
Es posible que esté como yo
Recordando mi amor
Sin poderme olvidar
Sin poderme olvidar
Sin poderme olvidar
Desde aquel día
Ninguno de los dos hacemos nada
Por volver
Y no nos vemos
Y no nos vemos
Desde aquel día
Ninguno de los dos recordaremos
El ayer
Y nos queremos
Y nos queremos
Desde aquel día
Desde aquel día
Ninguno de los dos perdonaremos
El ayer
Y nos queremos
Y nos queremos
Desde aquel día
Desde aquel día
Desde aquel día
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domingo, 21 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (21)
Juan lo
miró, sorprendido por la confesión. Había algo en los ojos de Rafael, un
destello de tristeza que contrastaba con su habitual desenfado.
- ¿Y por qué no lo dejas? -preguntó, con una curiosidad genuina.
Rafael hizo una pausa, como si la pregunta lo hubiera pillado desprevenido. Miró hacia la calle, donde un grupo de jóvenes reía bajo un letrero de neón que anunciaba “Cerveza Mahou”.
- Lo intenté -admitió finalmente, con una voz baja, casi un susurro-. Pero no supe encontrarme. Aquí, con la careta puesta, me olvido de quién soy. Solo contigo hablo como si fuera yo mismo. -Sacudió la cabeza, como si quisiera borrar esa confesión-. Pero dime, ¿qué haces aquí?
- Espero -respondió Juan, con una simplicidad que escondía un abismo de emociones.
- ¿A ella?
- Sí.
Rafael frunció el ceño, inclinándose hacia él.
- ¿A qué hora quedaste?
- A esta hora... hace un mes.
Rafael
parpadeó, atónito, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar.
- ¿Un mes? ¿Llevas un mes esperando?
Juan asintió, mientras volvía a dirigir su mirada, una mirada perdida, hacia el final de la calle.
- Quedamos el viernes siguiente. Vino, le di un libro mío, hablamos... Sentí algo real. Pero al día siguiente, no la dejaron entrar por ser menor. Se enfadó, no quiso ir a otro sitio. La acompañé a un autobús, y desde entonces, nada.
- ¿No tenías su dirección o su teléfono? -preguntó Rafael, con una mezcla de incredulidad y compasión.
- No lo necesitaba –respondió Juan, con una convicción que parecía sostenerlo en pie-. Su alma me bastaba.
Rafael suspiró y se rascó la nuca.
- Vamos a ver, Juan, esto no tiene sentido. No va a volver.
- No lo sé -respondió Juan, con un tono de voz que evidenciaba su fragilidad-. Pero dijo que su amiga venía mucho aquí. Quizás ella me vea y me diga algo. Le prometí que la esperaría, aunque fueran veinte años.
Rafael lo miró, con una mezcla de admiración y lástima.
- Eres un romántico empedernido. Ojalá la encuentres. -Le dio una palmada en el hombro, en un gesto que intentaba ser reconfortante pero que no podía disipar la soledad de Juan-. ¡Ánimo!
Antes de que
Juan pudiera responder, Néstor apareció en la puerta de la discoteca, con su
camisa verde esmeralda y una expresión en su rostro que delataba los efluvios
del alcohol.
- ¡Rafael, vamos! -gritó, con una voz enérgica que resonó en la calle-. ¡Hola, escritor! –añadió dirigiéndose a Juan.
Juan levantó una mano en un saludo débil, casi mecánico. Rafael miró a Juan una última vez, como si quisiera decir algo más, pero finalmente se limitó a un:
- ¡Cuídate!
Se unió a Néstor, y ambos desaparecieron en el torbellino de la discoteca, dejando a Juan solo en la calle.
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- ¿Y por qué no lo dejas? -preguntó, con una curiosidad genuina.
Rafael hizo una pausa, como si la pregunta lo hubiera pillado desprevenido. Miró hacia la calle, donde un grupo de jóvenes reía bajo un letrero de neón que anunciaba “Cerveza Mahou”.
- Lo intenté -admitió finalmente, con una voz baja, casi un susurro-. Pero no supe encontrarme. Aquí, con la careta puesta, me olvido de quién soy. Solo contigo hablo como si fuera yo mismo. -Sacudió la cabeza, como si quisiera borrar esa confesión-. Pero dime, ¿qué haces aquí?
- Espero -respondió Juan, con una simplicidad que escondía un abismo de emociones.
- ¿A ella?
- Sí.
Rafael frunció el ceño, inclinándose hacia él.
- ¿A qué hora quedaste?
- A esta hora... hace un mes.
- ¿Un mes? ¿Llevas un mes esperando?
Juan asintió, mientras volvía a dirigir su mirada, una mirada perdida, hacia el final de la calle.
- Quedamos el viernes siguiente. Vino, le di un libro mío, hablamos... Sentí algo real. Pero al día siguiente, no la dejaron entrar por ser menor. Se enfadó, no quiso ir a otro sitio. La acompañé a un autobús, y desde entonces, nada.
- ¿No tenías su dirección o su teléfono? -preguntó Rafael, con una mezcla de incredulidad y compasión.
- No lo necesitaba –respondió Juan, con una convicción que parecía sostenerlo en pie-. Su alma me bastaba.
Rafael suspiró y se rascó la nuca.
- Vamos a ver, Juan, esto no tiene sentido. No va a volver.
- No lo sé -respondió Juan, con un tono de voz que evidenciaba su fragilidad-. Pero dijo que su amiga venía mucho aquí. Quizás ella me vea y me diga algo. Le prometí que la esperaría, aunque fueran veinte años.
Rafael lo miró, con una mezcla de admiración y lástima.
- Eres un romántico empedernido. Ojalá la encuentres. -Le dio una palmada en el hombro, en un gesto que intentaba ser reconfortante pero que no podía disipar la soledad de Juan-. ¡Ánimo!
- ¡Rafael, vamos! -gritó, con una voz enérgica que resonó en la calle-. ¡Hola, escritor! –añadió dirigiéndose a Juan.
Juan levantó una mano en un saludo débil, casi mecánico. Rafael miró a Juan una última vez, como si quisiera decir algo más, pero finalmente se limitó a un:
- ¡Cuídate!
Se unió a Néstor, y ambos desaparecieron en el torbellino de la discoteca, dejando a Juan solo en la calle.
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sábado, 20 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (20)
Rafael
apareció desde la penumbra, acompañado de una mujer de cabello rubio y un
vestido brillante que reflejaba las luces de neón. La dejó con un grupo de
amigos que reían frente a la discoteca, intercambiando un guiño y una promesa
de volver pronto. Luego, se acercó a Juan, con una sonrisa que se desvaneció al
ver la expresión de su amigo.
- ¡Hola, escritor! ¿Qué haces aquí solo? -preguntó, con un tono que intentaba ser ligero pero no podía ocultar una genuina preocupación.
Juan no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en un punto lejano, donde la calle se perdía en la oscuridad.
- Nada -dijo finalmente, con una voz tan apagada que apenas se escuchó por encima del rumor de la noche.
Rafael frunció el ceño, apoyándose en la pared junto a él. Vestía una camisa de color mostaza y pantalones de campana, con un aire de desenfado que contrastaba con la tensión en su rostro.
- Venga, hombre, ¿qué te pasa?
- Nada -repitió Juan, pero esta vez había un dejo de amargura en su voz, como si la palabra fuera un escudo que no podía sostener por mucho tiempo.
Rafael suspiró, cruzando los brazos, intentando encontrar alguna forma de animar a su amigo.
- No me vengas con esas. ¿Es por la chica de aquel día?
Juan asintió lentamente y, por un instante, sus ojos se iluminaron con un destello de vulnerabilidad.
- Sí.
Rafael se pasó una mano por el cabello, con un gesto de frustración contenida.
- Venga, Juan, no te lo tomes así. Hay muchas mujeres en el mundo.
Juan se volvió hacia él, con una intensidad que hizo retroceder a Rafael un paso.
- ¿Pero es que no lo entiendes, Rafael? Yo no busco “mujeres”… busco “un alma”… la suya.
Como si se
hubiese hecho un silencio repentino en el mundo, la atmósfera entre ellos se
volvió densa, cargada de la dolorosa verdad que Juan había pronunciado. Rafael
lo miró, como si intentara descifrar un enigma que siempre había eludido.
Finalmente, suavizó el tono, como si temiera romper algo frágil.
- Lo siento. Quizás este ambiente no era para ti.
Juan esbozó una sonrisa amarga, mirando hacia la discoteca, donde las luces parpadeaban como un latido artificial.
- Pero ya estoy dentro.
Rafael se apoyó más en la pared, con una expresión que oscilaba entre la comprensión y la impotencia.
- ¡Y puedes salir! Hay más almas como la tuya, en tu mundo, el de la vida real –trató de animarle dando más energía a sus palabras.
- ¿Mi mundo? -Juan soltó una risa seca, casi cruel-. ¿Cuál es mi mundo?
- El normal, el de la mayoría de la gente -respondió Rafael, con un entusiasmo que sonaba forzado, como si también estuviera intentando convencerse a sí mismo-. Te envidio, ¿sabes? Tú puedes ser quien quieras. Yo solo tengo esto: la noche, las máscaras. Fuera de aquí, no soy nadie.
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- ¡Hola, escritor! ¿Qué haces aquí solo? -preguntó, con un tono que intentaba ser ligero pero no podía ocultar una genuina preocupación.
Juan no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en un punto lejano, donde la calle se perdía en la oscuridad.
- Nada -dijo finalmente, con una voz tan apagada que apenas se escuchó por encima del rumor de la noche.
Rafael frunció el ceño, apoyándose en la pared junto a él. Vestía una camisa de color mostaza y pantalones de campana, con un aire de desenfado que contrastaba con la tensión en su rostro.
- Venga, hombre, ¿qué te pasa?
- Nada -repitió Juan, pero esta vez había un dejo de amargura en su voz, como si la palabra fuera un escudo que no podía sostener por mucho tiempo.
Rafael suspiró, cruzando los brazos, intentando encontrar alguna forma de animar a su amigo.
- No me vengas con esas. ¿Es por la chica de aquel día?
Juan asintió lentamente y, por un instante, sus ojos se iluminaron con un destello de vulnerabilidad.
- Sí.
Rafael se pasó una mano por el cabello, con un gesto de frustración contenida.
- Venga, Juan, no te lo tomes así. Hay muchas mujeres en el mundo.
Juan se volvió hacia él, con una intensidad que hizo retroceder a Rafael un paso.
- ¿Pero es que no lo entiendes, Rafael? Yo no busco “mujeres”… busco “un alma”… la suya.
- Lo siento. Quizás este ambiente no era para ti.
Juan esbozó una sonrisa amarga, mirando hacia la discoteca, donde las luces parpadeaban como un latido artificial.
- Pero ya estoy dentro.
Rafael se apoyó más en la pared, con una expresión que oscilaba entre la comprensión y la impotencia.
- ¡Y puedes salir! Hay más almas como la tuya, en tu mundo, el de la vida real –trató de animarle dando más energía a sus palabras.
- ¿Mi mundo? -Juan soltó una risa seca, casi cruel-. ¿Cuál es mi mundo?
- El normal, el de la mayoría de la gente -respondió Rafael, con un entusiasmo que sonaba forzado, como si también estuviera intentando convencerse a sí mismo-. Te envidio, ¿sabes? Tú puedes ser quien quieras. Yo solo tengo esto: la noche, las máscaras. Fuera de aquí, no soy nadie.
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viernes, 19 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (19)
Tras
escuchar esta historia, Carlos quedó impresionado pero, a la vez, esperanzado
de que aquél encuentro hubiese traído por fin un poco de alegría y esperanza a
su amigo. Pero intuyó que aún quedaba algo más por desvelarse al contemplar el
rostro de Juan que permanecía triste. Por eso le pidió que continuara su
relato…
La Gran Vía
de Madrid, era un río de sombras y luces parpadeantes en aquella noche de 1975.
Los letreros de neón de los bares y discotecas titilaban como luciérnagas
cansadas, arrojando destellos rojos y azules sobre los adoquines húmedos por
una lluvia reciente. El aire olía a tabaco, a colonia barata y a la promesa
fugaz de la noche. Parejas pasaban riendo, sus voces mezclándose con el eco de
la música disco que se filtraba desde El Paraíso, la discoteca que parecía
devorar la calle con su bullicio. Era algo así como si la ciudad entera
quisiera despertar y gritar al mundo que estaba viva e invitase a todos a un
futuro de alegría y felicidad. Pero para Juan, apoyado contra una pared
desconchada, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de pana, el
mundo entero se reducía a esa esquina, a ese instante, a esa espera.
Tenía el
rostro cansado, con ojeras que delataban noches mal dormidas y días consumidos
por la escritura y la obsesión. Su cabello, desordenado como siempre, caía
sobre su frente, y sus ojos verdes, apagados por la fatiga, escrutaban la calle
como si pudieran conjurar a quien buscaba. La música de la discoteca, un ritmo
frenético que vibraba en el aire, no lograba penetrar la burbuja de su
introspección. Había algo en su postura, en la forma en que su cuerpo se
apoyaba contra la pared, que hablaba de una determinación frágil, como si
estuviera sosteniendo un castillo de naipes que podía derrumbarse con un soplo.
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jueves, 18 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (18)
Hubo una
pausa de silencio entre los dos, como una cápsula aislada del ruidoso ambiente
que los rodeaba.
- ¿Podemos quedar otro día? -sugirió Juan, sintiendo que aquél encuentro podía significar un cambio radical en su vida.
Ella lo miró, evaluándolo, y luego sonrió.
- Si no te importa mi edad...
- Lo que importa es el alma -respondió él, con una convicción que sentía crecer dentro de sí.
- ¿El viernes que viene? ¿Aquí? –propuso cargado de esperanza.
- Seguro que mi amiga me arrastra otra vez -dijo ella, con una sonrisa que más parecía una promesa.
Juan levantó un vaso imaginario simulando un brindis y en su rostro se dibujó una sonrisa que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba teñida de melancolía.
- Entonces, brindemos por nuestro próximo encuentro. ¡Camarero!
Ella rio y alzó también un vaso invisible y, mientras ambos brindaban con sus imaginarias copas en el aire, la música de la discoteca cambió a una balada romántica, una melodía suave que envolvió la sala en un halo de nostalgia. Las luces se atenuaron, y por un instante, el mundo entero pareció reducirse a esa mesa, a ese momento, a dos almas que se habían encontrado en medio de una noche plana.
Juan y
Clara, en medio del caos de la discoteca, habían encontrado un refugio en su
conversación, un espacio donde las palabras tenían peso y las almas podían
tocarse. Aquella ruidosa discoteca, con su mezcla de opresión y efervescencia,
era el insólito telón de fondo para este encuentro que bien parecía una chispa
aislada de profunda emoción y sentimientos, perdida en un mundo en donde todo
es superficial y efímero.
Sus amigos, Néstor y Rafael, con su hedonismo desenfadado, representaban todo lo que Juan rechazaba, pero también le mostraban permanentemente aquello en lo que temía convertirse: un hombre que se conformase con la superficie porque la profundidad verdadera dolía demasiado. Clara, con su juventud y su madurez inesperada, era un espejo donde Juan veía reflejada su propia búsqueda, pero también una promesa de algo más, algo que aún no podía nombrar.
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- ¿Podemos quedar otro día? -sugirió Juan, sintiendo que aquél encuentro podía significar un cambio radical en su vida.
Ella lo miró, evaluándolo, y luego sonrió.
- Si no te importa mi edad...
- Lo que importa es el alma -respondió él, con una convicción que sentía crecer dentro de sí.
- ¿El viernes que viene? ¿Aquí? –propuso cargado de esperanza.
- Seguro que mi amiga me arrastra otra vez -dijo ella, con una sonrisa que más parecía una promesa.
Juan levantó un vaso imaginario simulando un brindis y en su rostro se dibujó una sonrisa que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba teñida de melancolía.
- Entonces, brindemos por nuestro próximo encuentro. ¡Camarero!
Ella rio y alzó también un vaso invisible y, mientras ambos brindaban con sus imaginarias copas en el aire, la música de la discoteca cambió a una balada romántica, una melodía suave que envolvió la sala en un halo de nostalgia. Las luces se atenuaron, y por un instante, el mundo entero pareció reducirse a esa mesa, a ese momento, a dos almas que se habían encontrado en medio de una noche plana.
Sus amigos, Néstor y Rafael, con su hedonismo desenfadado, representaban todo lo que Juan rechazaba, pero también le mostraban permanentemente aquello en lo que temía convertirse: un hombre que se conformase con la superficie porque la profundidad verdadera dolía demasiado. Clara, con su juventud y su madurez inesperada, era un espejo donde Juan veía reflejada su propia búsqueda, pero también una promesa de algo más, algo que aún no podía nombrar.
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miércoles, 17 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (17)
Ella lo
miraba con una intensidad que lo desarbolaba pero, al mismo tiempo, le
insuflaba una energía positiva como nunca antes había sentido. Parecía que iban
a entrar en un mundo mágico… pero la estruendosa llegada de Néstor, que
irrumpió con una botella en la mano y el rostro enrojecido por el alcohol, les
hizo salir de su mundo y regresar de golpe a la realidad de la discoteca.
- ¡Eh,
intelectuales! ¿No venís a la pista? ¡Está que arde! –gritó Néstor,
tambaleándose ligeramente.
Juan y Clara respondieron al unísono, con una sincronía que los hizo sonreír:
- No, estamos bien aquí.
Néstor se encogió de hombros, imperturbable, y se alejó tambaleándose hacia la pista.
- Tu poema
es precioso -dijo ella, con una suavidad que contrastaba con el caos a su
alrededor.
- Gracias. Aunque, como puedes comprobar, este no es el mejor lugar para la poesía -respondió Juan, sintiendo que, por primera vez en meses, no estaba solo. Ella rio, con un brillo de felicidad en sus ojos.
- ¿Cuántos años tienes? –preguntó Clara.
- Veinticinco. ¿Y tú?
- Adivina.
- ¿Veintiuno? -aventuró Juan, estudiando su rostro.
- Menos.
- ¿Diecinueve?
- Menos.
Juan frunció el ceño, sorprendido.
- ¿Diecisiete?
Ella asintió, con una mezcla de orgullo y timidez.
- Por eso estoy tan atada a mis padres –asintió Clara.
- No los aparentas -dijo Juan, con una sinceridad que lo sorprendió a sí mismo-. Pero no importa el DNI, sino lo que llevas dentro.
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Juan y Clara respondieron al unísono, con una sincronía que los hizo sonreír:
- No, estamos bien aquí.
Néstor se encogió de hombros, imperturbable, y se alejó tambaleándose hacia la pista.
- Gracias. Aunque, como puedes comprobar, este no es el mejor lugar para la poesía -respondió Juan, sintiendo que, por primera vez en meses, no estaba solo. Ella rio, con un brillo de felicidad en sus ojos.
- ¿Cuántos años tienes? –preguntó Clara.
- Veinticinco. ¿Y tú?
- Adivina.
- ¿Veintiuno? -aventuró Juan, estudiando su rostro.
- Menos.
- ¿Diecinueve?
- Menos.
Juan frunció el ceño, sorprendido.
- ¿Diecisiete?
Ella asintió, con una mezcla de orgullo y timidez.
- Por eso estoy tan atada a mis padres –asintió Clara.
- No los aparentas -dijo Juan, con una sinceridad que lo sorprendió a sí mismo-. Pero no importa el DNI, sino lo que llevas dentro.
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martes, 16 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (16)
Cuando
terminó la canción y se sentaron de nuevo en su mesa, Clara se inclinó sobre
él:
- Cuéntame algo de lo que escribes. ¿Poesía, quizás?
Juan titubeó, sintiendo el peso de su mirada. Sacó su libreta, hojeó las páginas hasta encontrar un espacio en blanco, y comenzó a escribir, dejando que las palabras fluyeran como si fueran un río que llevaba tiempo represado. Ella lo miraba intrigada, sin atreverse a preguntar qué era lo que estaba escribiendo. Cuando Juan terminó, alzó la voz, apenas lo suficiente para que ella lo escuchara por encima del murmullo de la discoteca, que en ese momento parecía desvanecerse en una melodía suave, como si Clair de Lune de Debussy hubiera reemplazado el estruendo de la pista.
- Aquí va –respondió Juan y, sosteniendo la libreta entre sus manos, comenzó a recitarle un poema-
“Mi sueño es un alma de mujer que no encuentra cuerpo.
Sé que existe, y mi destino balbucea hacia ella.
La busco en los trigales que ondula la esperanza,
en las calles muertas de cielo,
en el mar salpicado de estrellas.
Ella está en la noche plana,
en el reír alegre, sin saber, del día.
Sabe que la busco y se esconde.
¿Por qué?
Se camufla en cuerpos vacíos,
muertos ya a la esperanza.
Yo, voraz golondrina,
engullo esos minúsculos cuerpos,
pero mi estómago se revuelve.
¿Dónde estará esa fruta ignorada que da la alegría?
Mi cuerpo se cansa.
Perdona que descanse un poco;
lloro las estrellas de tu noche,
de esta noche de mi alma.
Estoy cansado de palabras,
de perderme siempre en el mismo camino.
Perdona que muera esta noche…
una vez más”.
Mientras le recitaba aquél poema improvisado que reflejaba sus más profundos pensamientos, sus manos se rozaron sobre la mesa, un contacto fugaz que, sin embargo, conectó de una manera mágica sus corazones.
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- Cuéntame algo de lo que escribes. ¿Poesía, quizás?
Juan titubeó, sintiendo el peso de su mirada. Sacó su libreta, hojeó las páginas hasta encontrar un espacio en blanco, y comenzó a escribir, dejando que las palabras fluyeran como si fueran un río que llevaba tiempo represado. Ella lo miraba intrigada, sin atreverse a preguntar qué era lo que estaba escribiendo. Cuando Juan terminó, alzó la voz, apenas lo suficiente para que ella lo escuchara por encima del murmullo de la discoteca, que en ese momento parecía desvanecerse en una melodía suave, como si Clair de Lune de Debussy hubiera reemplazado el estruendo de la pista.
- Aquí va –respondió Juan y, sosteniendo la libreta entre sus manos, comenzó a recitarle un poema-
“Mi sueño es un alma de mujer que no encuentra cuerpo.
Sé que existe, y mi destino balbucea hacia ella.
La busco en los trigales que ondula la esperanza,
en las calles muertas de cielo,
en el mar salpicado de estrellas.
Ella está en la noche plana,
en el reír alegre, sin saber, del día.
Sabe que la busco y se esconde.
¿Por qué?
Se camufla en cuerpos vacíos,
muertos ya a la esperanza.
Yo, voraz golondrina,
engullo esos minúsculos cuerpos,
pero mi estómago se revuelve.
¿Dónde estará esa fruta ignorada que da la alegría?
Mi cuerpo se cansa.
Perdona que descanse un poco;
lloro las estrellas de tu noche,
de esta noche de mi alma.
Estoy cansado de palabras,
de perderme siempre en el mismo camino.
Perdona que muera esta noche…
una vez más”.
Mientras le recitaba aquél poema improvisado que reflejaba sus más profundos pensamientos, sus manos se rozaron sobre la mesa, un contacto fugaz que, sin embargo, conectó de una manera mágica sus corazones.
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lunes, 15 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (15)
Rieron
juntos, y por un instante, el bullicio de la discoteca se desvaneció, como si
el mundo entero se hubiera reducido al pequeño espacio de ellos dos en aquella
mesa.
- También me gusta la música clásica -añadió ella, con un tono casi confesional-. Menos mal, porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me gustara!
Juan arqueó una ceja, intrigado.
- Pero si estás tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
- Vine con una amiga que no paraba de insistir hasta que me convenció, quizás le dije que sí para darle gusto una vez y que ya me dejara en paz con su obsesión por venir a estos sitios que no van conmigo para nada. ¿Y tú?
- Lo mismo, tampoco me han gustado nunca estos sitios, pero mis amigos me arrastraron. Pero este lugar, fíjate… -Hizo un gesto hacia la pista, en donde podía verse una marabunta de cuerpos moviéndose como marionetas bajo las luces- Mucho ruido, poca luz, y demasiada superficialidad.
Ella siguió
su mirada, y sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice.
- Cuerpos vacíos, ¿verdad? -dictaminó ella.
- Exacto –reafirmó Juan, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía lo que llevaba meses intentando expresar.
- Ojalá nunca seamos así, como ellos, como cuerpos vacíos... ¿A ti te gusta bailar? -preguntó de repente ella, con un tono juguetón que tomó a Juan por sorpresa.
- No, lo encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿verdad?
Y, sorpresivamente, como impulsados por un mágico resorte, ambos se levantaron y se dirigieron a la pista a bailar una de esas piezas lentas que de vez en cuando ponían en las discotecas para dar un pequeño descanso a los frenéticos espasmos del rock and roll.
La música de
“Noches de blanco satén”, de los Moddy Blues, los envolvió y poco a poco fueron
estrechando sus cuerpos y sus almas. Él dijo que se llamaba Juan y ella que se
llamaba Clara, pero ninguno dio más detalles que permitiesen identificarlos
porque lo que cada uno buscaba era el interior del otro, no su envoltura ni sus
circunstancias.
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- También me gusta la música clásica -añadió ella, con un tono casi confesional-. Menos mal, porque mis padres siempre me llevan a conciertos. ¡Imagínate si no me gustara!
Juan arqueó una ceja, intrigado.
- Pero si estás tan “atada” a ellos, ¿qué haces aquí?
- Vine con una amiga que no paraba de insistir hasta que me convenció, quizás le dije que sí para darle gusto una vez y que ya me dejara en paz con su obsesión por venir a estos sitios que no van conmigo para nada. ¿Y tú?
- Lo mismo, tampoco me han gustado nunca estos sitios, pero mis amigos me arrastraron. Pero este lugar, fíjate… -Hizo un gesto hacia la pista, en donde podía verse una marabunta de cuerpos moviéndose como marionetas bajo las luces- Mucho ruido, poca luz, y demasiada superficialidad.
- Cuerpos vacíos, ¿verdad? -dictaminó ella.
- Exacto –reafirmó Juan, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía lo que llevaba meses intentando expresar.
- Ojalá nunca seamos así, como ellos, como cuerpos vacíos... ¿A ti te gusta bailar? -preguntó de repente ella, con un tono juguetón que tomó a Juan por sorpresa.
- No, lo encuentro absurdo. Pero a veces hay que hacer cosas absurdas, ¿verdad?
Y, sorpresivamente, como impulsados por un mágico resorte, ambos se levantaron y se dirigieron a la pista a bailar una de esas piezas lentas que de vez en cuando ponían en las discotecas para dar un pequeño descanso a los frenéticos espasmos del rock and roll.
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domingo, 14 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (14)
Ella alzó
los ojos, sorprendida, y Juan sintió una vibración especial que recorrió todo
su cuerpo. Sus ojos, de un castaño cálido, tenían una profundidad que parecía
invitar a perderse en ellos.
- “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme, como si no tuviera nada que demostrar.
Juan sonrió, genuinamente intrigado.
- No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan.
- Claro -dijo, con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía.
- Harry... Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers, por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
Ella rio suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad.
- ¿Qué lees normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
- Poesía y prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-. Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
Ella lo miró con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
- No -respondió ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
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- “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme, como si no tuviera nada que demostrar.
Juan sonrió, genuinamente intrigado.
- No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan.
- Claro -dijo, con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía.
- Harry... Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers, por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
Ella rio suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad.
- ¿Qué lees normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
- Poesía y prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-. Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
Ella lo miró con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
- No -respondió ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
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sábado, 13 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (13)
De repente,
Juan, que miraba a su alrededor sin fijarse realmente en nada, detuvo su
mirada. Una figura destacaba como una nota discordante en la sinfonía
estridente de la discoteca. Era una joven, sentada sola en una mesa apartada,
bajo la luz suave de una lámpara de pared. En sus manos sostenía un libro, y
leía con una concentración que parecía desafiar el caos a su alrededor. Su
cabello, largo y oscuro, caía sobre sus hombros, y vestía un sencillo vestido
azul que contrastaba con los atuendos ostentosos de las demás chicas. Había
algo en su postura, en la forma en que sus dedos pasaban las páginas, que
hablaba de una calma profunda, casi subversiva en un lugar como aquél.
Juan la estaba
observando fascinado cuando, de repente, vio cómo Néstor se acercaba a ella,
con su sonrisa de galán y le decía algo que no llegó a escuchar. La joven
levantó la vista, le respondió algo breve, y Néstor se retiró, encogiéndose de
hombros con una mezcla de diversión y derrota. Minutos después, Rafael intentó
probar suerte, pero también regresó con las manos vacías, riendo como si el
rechazo fuera parte del juego. “¡Increíble!”,
pensó Juan, con una chispa de curiosidad encendida en su pecho. “Los dos
grandes seductores, rechazados. Esa chica no es como las demás”.
Y sin saber
muy bien a qué obedecía aquél impulso repentino que sentía, se levantó como si
estuviese diciéndose “Es mi turno”. Sintió cómo su corazón se aceleraba, con
una extraña mezcla de nerviosismo y determinación. Cruzó la pista, sorteando
cuerpos que se movían al compás de la música, hasta llegar a la mesa de la
joven. Ella no se había dado cuenta de nada, tan entusiasmada como estaba con
la lectura de aquél libro en medio del caos de la discoteca. Fue la voz de Juan
la que la sacó de su ensimismamiento…
- ¿Qué lees? -le preguntó.
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- ¿Qué lees? -le preguntó.
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viernes, 12 de diciembre de 2025
Sigue esperando… (12)
El regreso
de Néstor y Rafael lo sacó de su ensimismamiento. Llegaron riendo, con nuevas
bebidas en la mano y el rostro iluminado por la euforia de la “cacería”.
- ¡Eh, escritor, despierta! -dijo Néstor, dando un golpe juguetón en el hombro de Juan.
- ¿Qué pasa? -preguntó Juan, con un dejo de fastidio.
Rafael se dejó caer en la silla, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su rostro.
- ¡No veas cómo están esas chicas!
Néstor guiñó un ojo, con aire conspirador.
- Suave, suave...
- Ya me lo imagino -respondió Juan, con desdén, mirando hacia otro lado.
Rafael no se dio por vencido.
- Venga, Juan, únete a nuestro “safari”. Hay una “tigresa” que...
- Hoy no —cortó Juan, con un tono seco que sorprendió a sus amigos- Prefiero quedarme aquí.
Néstor repitió su tic habitual, encogiéndose de hombros, como si la negativa de Juan fuera un capricho sin importancia.
- Allá tú. –le respondió.
- ¿Vamos? -dijo Rafael, ya de pie, con la energía de quien sabe que la noche aún tiene mucho que ofrecer.
- ¡Adelante! -respondió Néstor, y ambos se alejaron de nuevo, entre risas cómplices, perdiéndose en el caos de la pista.
Juan volvió
a hundirse en sus pensamientos, con la mirada vagando por la sala. “Míralos,
tan contentos, así, sin más”, pensó. “Y sin embargo cuando están solos y te
fijas en ellos, y los ves enmudecidos, con la mirada baja y una copa en la
mano, parecen seres tristes, parece incluso como si fueran capaces de pensar”.
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- ¡Eh, escritor, despierta! -dijo Néstor, dando un golpe juguetón en el hombro de Juan.
- ¿Qué pasa? -preguntó Juan, con un dejo de fastidio.
Rafael se dejó caer en la silla, con una sonrisa que parecía demasiado grande para su rostro.
- ¡No veas cómo están esas chicas!
Néstor guiñó un ojo, con aire conspirador.
- Suave, suave...
- Ya me lo imagino -respondió Juan, con desdén, mirando hacia otro lado.
Rafael no se dio por vencido.
- Venga, Juan, únete a nuestro “safari”. Hay una “tigresa” que...
- Hoy no —cortó Juan, con un tono seco que sorprendió a sus amigos- Prefiero quedarme aquí.
Néstor repitió su tic habitual, encogiéndose de hombros, como si la negativa de Juan fuera un capricho sin importancia.
- Allá tú. –le respondió.
- ¿Vamos? -dijo Rafael, ya de pie, con la energía de quien sabe que la noche aún tiene mucho que ofrecer.
- ¡Adelante! -respondió Néstor, y ambos se alejaron de nuevo, entre risas cómplices, perdiéndose en el caos de la pista.
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