martes, 23 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (23)

La noche madrileña se extendía como un lienzo roto, lleno de remiendos de luz y sombra. En la Gran Vía los letreros luminosos seguían parpadeando incansablemente cada noche, en una rutina que parecía vestirse forzada alegría. El asfalto mojado y sonido de las ruedas de los coches surcando los charcos, se mezclaba con el murmullo de los transeúntes cargados de bolsas y paquetes adornados con motivos navideños. Madrid era una fiesta que nunca terminaba, y la discoteca El Paraíso, con su fachada iluminada por destellos rojos y azules, seguía siendo el corazón palpitante de aquella esquina de la calle, un lugar donde los cuerpos se movían al compás de melodías disco y los corazones buscaban, aunque fuera por una noche, algo que los llenara.
 
Juan permanecía allí, fiel a su promesa, como una figura tallada en la penumbra, apoyado contra la misma pared desconchada que había sido su refugio durante semanas. La luz de una farola, pálida y frágil, se derramaba sobre su rostro, acentuando las ojeras que marcaban su piel como mapas de un viaje sin destino. Sus manos, hundidas en los bolsillos de su chaqueta, temblaban ligeramente, no por el frío, sino por la tensión de una espera que se había convertido en religión. A intervalos, la música de la discoteca se filtraba al exterior, un murmullo lejano que no lograba alcanzarlo. En su mente, el mundo entero se había reducido a esa esquina, a esa puerta, a la posibilidad de un encuentro que lo redimiera…
 
Carlos quedó impresionado con esta historia y, aunque lo deseaba, no encontraba palabras que pudieran infundir ánimo en su amigo. Permanecieron en silencio unos minutos. Apuraron sus copas de vino. Miraron el reloj y Carlos se levantó para despedirse de Juan.
- No sé qué decirte. Comprendo que cualquier palabra de ánimo sería baldía. Intenta salir de esta como tantas veces lo han intentado y conseguido los protagonistas de tus novelas.
 
Juan agradeció en silencio aquellas palabras sinceras. Se levantó y se dirigió a la puerta para despedirse. Se dieron un abrazo. Juan se dio media vuelta y se sentó, ahora, frente a la máquina de escribir; bullían en su cabeza miles de palabras y de historias que se empujaban unas a otras por salir y plasmarse en el papel. El sonido del teclear de la máquina de scribir se convirtió en la nueva melodía de aquella habitación.
 
Fuera, su amigo Carlos caminaba de regreso a su casa con todos los pensamientos y emociones de este encuentro agolpados en su cerebro y en su corazón. ¡Cómo le hubiera gustado un final distinto, uno en donde Juan encontrara a su amada, en donde sus manos se entrelazaran bajo las luces de la discoteca y una música melódica los envolviera en un abrazo eterno.
 

Novelas con corazón

No hay comentarios: