El aire en
la discoteca estaba cargado de humo, un velo denso que se arremolinaba bajo las
luces estroboscópicas, pintando destellos de neón sobre los rostros sudorosos
de la multitud. La Gran Vía de Madrid vibraba con una energía febril y una
larga fila de jóvenes esperaba su turno para entrar en la discoteca El Paraíso,
un templo del hedonismo, un lugar donde los jóvenes escapaban del gris
cotidiano para sumergirse en un torbellino de música, risas y coqueteos
efímeros. La pista de baile palpitaba al ritmo de los Shocking Blue con su
melodía pegajosa que hacía ondear los cuerpos como si fueran banderas en una
tormenta. Jóvenes con pantalones de campana y camisas de colores chillones se
mezclaban con chicas de vestidos ajustados y zapatos de plataforma, todos
moviéndose bajo un cielo artificial de luces que parpadeaban como estrellas
fugaces.
Juan estaba
sentado en una mesa abarrotada de vasos vacíos, con el respaldo de la silla
hundiéndose en su espalda como un reproche. A su lado, Néstor y Rafael reían
con una despreocupación que a Juan le parecía tan ajena como el brillo de las
lentejuelas que adornaban la pista. Néstor, con su cabello engominado y una
camisa verde esmeralda desabotonada hasta el pecho, fanfarroneaba con una voz
que competía con la música.
- Este
verano conocí a una alemana en Torremolinos. ¡Estaba forrada! -dijo, alzando su
vaso de cubalibre con un gesto teatral-. Alquiló un yate para fiestas todas las
noches. ¡Menudo verano!
Rafael, con una sonrisa pícara y un cigarrillo Mencey colgando de los labios, asintió con entusiasmo. Su chaqueta de pana marrón estaba ligeramente arrugada, pero había en él un aire de confianza, como si supiera que el mundo siempre le sonreiría.
- No está mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el teatro. ¡Y qué mujer!
Néstor soltó una carcajada, dando una palmada en la mesa que hizo temblar los vasos.
- ¡Eso sí que es un buen plan! ¡Mira qué calladito te lo tenías, eh, bribón! Ya sabes cómo son las del teatro...
Juan apenas
escuchaba. Sus ojos vagaban por la sala, atrapando fragmentos de la escena: Una
pareja que se besaba con urgencia en un rincón, un grupo de chicas riendo
mientras sus pendientes dorados destellaban, el camarero sorteando la multitud
con una bandeja llena de copas. Todo le parecía un espectáculo vacío, una
coreografía de cuerpos sin alma. Tomó un sorbo de su bebida preferida, un vodka
con limón, y se preguntó cómo había terminado allí, en un lugar que lo hacía
sentir como un extranjero en su propia ciudad.
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Rafael, con una sonrisa pícara y un cigarrillo Mencey colgando de los labios, asintió con entusiasmo. Su chaqueta de pana marrón estaba ligeramente arrugada, pero había en él un aire de confianza, como si supiera que el mundo siempre le sonreiría.
- No está mal, Néstor. Pero yo no me quejo. Estoy con una actriz que empieza en el teatro. ¡Y qué mujer!
Néstor soltó una carcajada, dando una palmada en la mesa que hizo temblar los vasos.
- ¡Eso sí que es un buen plan! ¡Mira qué calladito te lo tenías, eh, bribón! Ya sabes cómo son las del teatro...
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