Ella alzó
los ojos, sorprendida, y Juan sintió una vibración especial que recorrió todo
su cuerpo. Sus ojos, de un castaño cálido, tenían una profundidad que parecía
invitar a perderse en ellos.
- “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme, como si no tuviera nada que demostrar.
Juan sonrió, genuinamente intrigado.
- No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan.
- Claro -dijo, con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía.
- Harry... Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers, por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
Ella rio suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad.
- ¿Qué lees normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
- Poesía y prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-. Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
Ella lo miró con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
- No -respondió ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
Novelas con corazón
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- “Noches de Sing-Sing”, de Harry Stephen Skiller -respondió, con una voz suave pero firme, como si no tuviera nada que demostrar.
Juan sonrió, genuinamente intrigado.
- No lo conozco, y eso que leo mucho. ¿Me dejas anotar el autor? -Sacó una pequeña libreta y un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta. Ella sostuvo el libro abierto para él, con un gesto natural que desarmó la timidez de Juan.
- Claro -dijo, con una sonrisa que era más una invitación que una cortesía.
- Harry... Stephen... Skiller -murmuró Juan mientras escribía, con una caligrafía apresurada pero legible-. Listo. Yo también soy escritor, aunque no de best sellers, por supuesto. ¿Tanto te gusta leer que vienes a un sitio como este?
Ella rio suavemente, una risa cálida y cristalina que se alzó por encima del murmullo de la discoteca como un acorde perfecto.
- Cualquier lugar es bueno para leer un libro… si es un buen libro, claro. Pero en este caso prefiero leer a estar aquí, esa es la verdad.
- ¿Qué lees normalmente? -preguntó Juan, sentándose frente a ella sin pedir permiso, como si supiera que no necesitaba hacerlo.
- De todo, pero me pierden los franceses: Camus, Sartre, Colette. ¿Y tú?
- Poesía y prosa poética, ya sean libros de poemas, novelas o teatro. No sé, por ejemplo Tagore, Casona… -Hizo una pausa, como si evaluara si valía la pena sincerarse-. Estoy escribiendo unas novelas para una editorial, pero no las típicas que todos compran y nadie lee. En las mías, el argumento es secundario; lo importante es el alma de los personajes, sus reflexiones.
Ella lo miró con un brillo de interés genuino.
- Eso es lo que realmente importa. ¿Has leído “La dueña de las nubes”?
- No. ¿Y tú “Amanecer de otro día”?
- No -respondió ella, con una sonrisa que se ensanchó- ¿Y “El príncipe de Hamburgo”?
- Tampoco.
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