sábado, 20 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (20)

Rafael apareció desde la penumbra, acompañado de una mujer de cabello rubio y un vestido brillante que reflejaba las luces de neón. La dejó con un grupo de amigos que reían frente a la discoteca, intercambiando un guiño y una promesa de volver pronto. Luego, se acercó a Juan, con una sonrisa que se desvaneció al ver la expresión de su amigo.
- ¡Hola, escritor! ¿Qué haces aquí solo? -preguntó, con un tono que intentaba ser ligero pero no podía ocultar una genuina preocupación. 
Juan no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en un punto lejano, donde la calle se perdía en la oscuridad.
- Nada -dijo finalmente, con una voz tan apagada que apenas se escuchó por encima del rumor de la noche. 
Rafael frunció el ceño, apoyándose en la pared junto a él. Vestía una camisa de color mostaza y pantalones de campana, con un aire de desenfado que contrastaba con la tensión en su rostro.
- Venga, hombre, ¿qué te pasa?
- Nada -repitió Juan, pero esta vez había un dejo de amargura en su voz, como si la palabra fuera un escudo que no podía sostener por mucho tiempo. 
Rafael suspiró, cruzando los brazos, intentando encontrar alguna forma de animar a su amigo.
- No me vengas con esas. ¿Es por la chica de aquel día?
Juan asintió lentamente y, por un instante, sus ojos se iluminaron con un destello de vulnerabilidad.
- Sí. 
Rafael se pasó una mano por el cabello, con un gesto de frustración contenida.
- Venga, Juan, no te lo tomes así. Hay muchas mujeres en el mundo.
Juan se volvió hacia él, con una intensidad que hizo retroceder a Rafael un paso.
- ¿Pero es que no lo entiendes, Rafael? Yo no busco “mujeres”… busco “un alma”… la suya.
 
Como si se hubiese hecho un silencio repentino en el mundo, la atmósfera entre ellos se volvió densa, cargada de la dolorosa verdad que Juan había pronunciado. Rafael lo miró, como si intentara descifrar un enigma que siempre había eludido. Finalmente, suavizó el tono, como si temiera romper algo frágil.
- Lo siento. Quizás este ambiente no era para ti. 
Juan esbozó una sonrisa amarga, mirando hacia la discoteca, donde las luces parpadeaban como un latido artificial.
- Pero ya estoy dentro. 
Rafael se apoyó más en la pared, con una expresión que oscilaba entre la comprensión y la impotencia.
- ¡Y puedes salir! Hay más almas como la tuya, en tu mundo, el de la vida real –trató de animarle dando más energía a sus palabras.
- ¿Mi mundo? -Juan soltó una risa seca, casi cruel-. ¿Cuál es mi mundo?
- El normal, el de la mayoría de la gente -respondió Rafael, con un entusiasmo que sonaba forzado, como si también estuviera intentando convencerse a sí mismo-. Te envidio, ¿sabes? Tú puedes ser quien quieras. Yo solo tengo esto: la noche, las máscaras. Fuera de aquí, no soy nadie. 
 

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