jueves, 25 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (y 25)

Juan le había contado que alguna vez, en una de esas interminables noches de espera, distinguió al final de la calle, bajo la luz plateada de la luna, una figura femenina. Era una joven, con el cabello largo y oscuro cayendo sobre sus hombros, sosteniendo un libro contra su pecho como si fuera un escudo. Sus pasos eran lentos, vacilantes, como si la ciudad misma la intimidara. Se detuvo a unos pocos metros de distancia, bajo el resplandor de un letrero de neón que anunciaba “Cerveza Mahou”. Sus ojos, grandes y profundos, se cruzaron por un instante con los de Juan, y el mundo entero pareció contener el aliento. ¿Era ella? Podría haberlo sido. Y sin embargo sostenía un libro entre sus manos, apretado junto a su pecho. ¿El título? No podía distinguir el título. ¿Sería “Noches de Sing-Sing? ¿O tan sólo se trataba de otro espejismo de un corazón hambriento?
 
Según contó, este suceso se repitió algunas veces más. Aquella joven lo miraba fugazmente y algo se encendía dentro del alma de Juan. Pero entonces, como si un viento invisible se hubiera levantado de repente, aquella joven daba media vuelta y se alejaba, y cada golpe del tacón de sus zapatos sobre el asfalto de la calle, se convertía en un martilleo constante de punzadas de dolor que penetraba más y más en su corazón.
 
Tan obsesionado estaba Juan con encontrarla de nuevo, que no supo decirle a Carlos si aquella escena se repitió muchas más veces; tan sólo recordaba unas pocas, porque siempre tenía la vista clavada en la puerta de aquella discoteca rebuscando entre los rostros de todas las chicas que entraban y salían esperando reconocer a Clara o a su amiga.
 
Y es que en nuestra vida, en nuestra existencia en esta tierra, no hay respuestas, sólo preguntas, sólo espera y ojalá que también perviva la esperanza. Así lo reconoció Carlos, comprendiendo que la historia de Juan no había terminado, porque aquella historia era la espera misma, la obstinación de un alma que se niega a rendirse al vacío de lo superficial.
 
Carlos llegó por fin a su casa, para reencontrarse con su vida habitual, aunque el impacto emocional de esta historia perduraría para siempre en su memoria. Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, en el apartamento de Juan, el sonido de la vieja Olivetti seguí rompiendo monótonamente el silencio de la noche. Porque Clara, real o imaginada, era el símbolo de lo que Juan anhelaba: un amor que trascienda, una conexión que dé sentido a nuestra vida. Y aunque ella no volviese a parecer en su vida nunca más, la espera de Juan continuaría indefinidamente, porque la chispa de luz que desprendió aquél inusual encuentro era un faro que rompía eternamente la oscuridad reinante. Y en aquél mundo de negrura, iluminado tan sólo por la lejana e intermitente luz de ese faro, Juan era la voz de un poeta que gritaba con tinta su irredimible esperanza.


Novelas con corazón


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