viernes, 19 de diciembre de 2025

Sigue esperando… (19)

Tras escuchar esta historia, Carlos quedó impresionado pero, a la vez, esperanzado de que aquél encuentro hubiese traído por fin un poco de alegría y esperanza a su amigo. Pero intuyó que aún quedaba algo más por desvelarse al contemplar el rostro de Juan que permanecía triste. Por eso le pidió que continuara su relato…
 
La Gran Vía de Madrid, era un río de sombras y luces parpadeantes en aquella noche de 1975. Los letreros de neón de los bares y discotecas titilaban como luciérnagas cansadas, arrojando destellos rojos y azules sobre los adoquines húmedos por una lluvia reciente. El aire olía a tabaco, a colonia barata y a la promesa fugaz de la noche. Parejas pasaban riendo, sus voces mezclándose con el eco de la música disco que se filtraba desde El Paraíso, la discoteca que parecía devorar la calle con su bullicio. Era algo así como si la ciudad entera quisiera despertar y gritar al mundo que estaba viva e invitase a todos a un futuro de alegría y felicidad. Pero para Juan, apoyado contra una pared desconchada, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta de pana, el mundo entero se reducía a esa esquina, a ese instante, a esa espera.
 
Tenía el rostro cansado, con ojeras que delataban noches mal dormidas y días consumidos por la escritura y la obsesión. Su cabello, desordenado como siempre, caía sobre su frente, y sus ojos verdes, apagados por la fatiga, escrutaban la calle como si pudieran conjurar a quien buscaba. La música de la discoteca, un ritmo frenético que vibraba en el aire, no lograba penetrar la burbuja de su introspección. Había algo en su postura, en la forma en que su cuerpo se apoyaba contra la pared, que hablaba de una determinación frágil, como si estuviera sosteniendo un castillo de naipes que podía derrumbarse con un soplo.
 

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