Capítulo 54.-Explicación interruptus
El trabajo en el almacén de chatarra
era agotador, parecía como si su dueño, ese tal Locojo, efectivamente lo
cogiese todo, porque la montaña de periódicos y libros viejos nunca descendía
de volumen por muchos libros y periódicos que Luis Roncero, el policía, y
Marcelino Linaza, apartasen de allí. Como la montaña de papelote no se acababa
nunca, al hacer un relevo de los policías que custodiaban la entrada a la nave
de chatarra, les hicieron llegar un par de bocadillos y coca-colas, lo cual
dejaba bien a las claras que ellos dos no iban a tener relevos y que deberían
seguir allí, si fuera preciso, toda la noche.
Los dos
sacaban libros, periódicos y revistas y los iban amontonando en una carretilla
que, cuando estaba llena, la llevaban hacia otro contenedor vacío para
descargarla. En general no prestaban atención a lo que cogían salvo que se
tratase de un libro antiguo, puesto que estaban buscando un valioso códice. Fue
así, como al cabo de varias horas de infructuoso trabajo, Marcelino Linaza
cogió un viejo libro que le pareció verdaderamente antiguo y pensó que podría
sacarse un buen dinero por él, pero no podía entretenerse en examinarlo
teniendo a ese policía allí al lado, así que se apartó un poco y lo escondió
debajo de su chaqueta que había dejado doblada sobre unos tablones que hacían
las veces de banco. Tal como se había propuesto, algún beneficio habría de
sacar de todo esto. En cualquier caso, ese hallazgo le hizo presagiar que
podían encontrarse en el buen camino y redobló sus esfuerzos.
- ¿Has encontrado algo? –le preguntó Roncero al darse cuenta Marcelino había parado un rato de buscar.
- No, nada. Falsa alarma
–respondió Marcelino-. Era un libro viejo, pero cuando lo he observado con más
detalle he visto que no tenía valor y lo he tirado al otro montón.
Marcelino no supo que allá
afuera, Unai había recibido una llamada de Coro y se había marchado del lugar
siguiendo otras pistas y sin decirle nada de nada.
-oOo-
- ¿Te
paice bonito? –le gritó Ambrosia a Remigio, con un enfado monumental por
haberlos dejado sin cena y cabreada como estaba porque su amado Ioseba se había
marchado por culpa de ese desgraciado accidente que había convertido su coche
en una fogata de la que aún quedaban rescoldos. Pero Remigio, cabizbajo, se fue
a su habitación en silencio para dormir, algo que no pudo hacer porque la
sirena de un coche de policía estaba cada vez más cerca, tanto que se escuchó
el frenazo justo a la puerta de su casa.
- ¿De
quién es este coche? –preguntó un policía a un grupo de curiosos que charlaban
animadamente alrededor de la hoguera como si fuera la Noche de San Juan.
- Es
de un amigo de la Ambrosia –dijo una.
- ¿Y
dónde está esa señora?
- Ahí
mismo –le respondió señalando la puerta de la casa, la más limpia y brillante,
por cierto, de todas las del barrio.
El policía llamó a la puerta de
la casa de Ambrosia para preguntarle por el incidente del coche que había
explotado y se había quedado convertido en un amasijo de hierros retorcidos y
humeantes. Ambrosia le fue contando todo lo sucedidos, según su versión, o sea,
que oyó una explosión, vio que era el coche de su amigo Ioseba Rena ardiendo y
se fue a salvar su colada para que no se ensuciase. De Rena sólo añadió que se
fue andando porque tenía que dar parte al seguro. En esto, Remigio, no pudiendo
contener la curiosidad, asomó la cabeza con tal mala fortuna que el policía lo
reconoció, ya que lo había interrogado ese mismo día con relación a todos los
sucesos ocurridos con la misteriosa mochila y su misterioso contenido.
- ¿Otra
vez tú? –exclamó el policía-. ¿Qué has hecho esta vez?
A Remigio no se le ocurrió otra
cosa que, recordando a Bart Simpson, responder:
- Yo no he sido, ya estaba así cuando llegué, qué buena idea ha tenido señor agente.
- ¿Se
puede saber en qué lío te has metido esta vez? –gritó de forma intimidante.
- Yo,
yo, no he hecho nada... sólo me he comido los calamares.
- ¿Qué
calamares ni qué niño muerto?
- Que
no, que no ha muerto naide, señor agente –terció Ambrosia-
quel condutor del auto estaba fuera cuando esplotó y to eso.
- A
ver, a ver, vamos a ir por partes...
- Sí,
pos eso, a dar el parte pal seguro sa ío, segurisma que estoy –dijo Ambrosia.
- ¡Pero
de qué coño está hablando! Voy a hacer yo las preguntas y quiero que respondan
sólo a lo que les pregunte y solo al que yo me dirija. ¡Entendido!
Ambrosia y Remigio vieron que el
horno no estaba para bollos y contuvieron sus impulsos, Ambrosia el de contarlo
todo y Remigio el de no contar nada.
-oOo-
En otro lugar de Santiago,
concretamente en la calle Laverde, Ioseba llegaba a su casa con el preciado
códice Calixtino junto a su palpitante corazón, escondido bajo su camisa. Una
sombra se movía oculta tras la esquina y no lo perdía de vista mientras se
acercaba. Cuando Ioseba se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves,
la sombra salió de improviso de su anonimato y se plantó ante él, impidiéndole
el acceso a la puerta -roja por cierto- de su casa.
- Hola, guapo, a dónde vas con tanta prisa –le dijo con tono insinuante y acento rumano una despampanante rubia con falda tan corta que se le veían las bragas.
- Ahora no es el mejor momento...
–comenzó a responder Ioseba- el cual no pudo terminar la frase porque una
especie de tubo circular metálico se incrustó en su espalda.
- No hagas nada o te descerrajo un tiro. ¿Entendido? –le dijo una voz a sus espaldas.
Ioseba no movió ni un músculo mientras oía una voz femenina a sus espaldas que se dirigía a la mujer que lo había abordado al llegar al portal de su casa.
- Aquí tienes lo convenido, y gracias por tu colaboración.
La prostituta cogió un billete de 100 euros y se marchó sigilosamente perdiéndose de inmediato entre las sombras. Ioseba, recuperándose un poco de la impresión creyó reconocer la voz femenina que tenía detrás, pero no estaba seguro; un montón de ideas se agolpaban en ese momento en su cabeza.
- ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?
- Entra en casa y no hagas ninguna tontería.
Rena abrió la puerta y entraron los tres. Oyó cómo la puerta volvía a cerrarse. Encendió la luz. Se dio la vuelta. Quedó mudo de asombro.
- ¿Has encontrado algo? –le preguntó Roncero al darse cuenta Marcelino había parado un rato de buscar.
- Yo no he sido, ya estaba así cuando llegué, qué buena idea ha tenido señor agente.
- Hola, guapo, a dónde vas con tanta prisa –le dijo con tono insinuante y acento rumano una despampanante rubia con falda tan corta que se le veían las bragas.
- No hagas nada o te descerrajo un tiro. ¿Entendido? –le dijo una voz a sus espaldas.
Ioseba no movió ni un músculo mientras oía una voz femenina a sus espaldas que se dirigía a la mujer que lo había abordado al llegar al portal de su casa.
- Aquí tienes lo convenido, y gracias por tu colaboración.
La prostituta cogió un billete de 100 euros y se marchó sigilosamente perdiéndose de inmediato entre las sombras. Ioseba, recuperándose un poco de la impresión creyó reconocer la voz femenina que tenía detrás, pero no estaba seguro; un montón de ideas se agolpaban en ese momento en su cabeza.
- ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?
- Entra en casa y no hagas ninguna tontería.
Rena abrió la puerta y entraron los tres. Oyó cómo la puerta volvía a cerrarse. Encendió la luz. Se dio la vuelta. Quedó mudo de asombro.
Continuará...
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