domingo, 23 de mayo de 2021

El códice y el robobo (59)

Capítulo 54.-Explicación interruptus
 
El trabajo en el almacén de chatarra era agotador, parecía como si su dueño, ese tal Locojo, efectivamente lo cogiese todo, porque la montaña de periódicos y libros viejos nunca descendía de volumen por muchos libros y periódicos que Luis Roncero, el policía, y Marcelino Linaza, apartasen de allí. Como la montaña de papelote no se acababa nunca, al hacer un relevo de los policías que custodiaban la entrada a la nave de chatarra, les hicieron llegar un par de bocadillos y coca-colas, lo cual dejaba bien a las claras que ellos dos no iban a tener relevos y que deberían seguir allí, si fuera preciso, toda la noche.
 
Los dos sacaban libros, periódicos y revistas y los iban amontonando en una carretilla que, cuando estaba llena, la llevaban hacia otro contenedor vacío para descargarla. En general no prestaban atención a lo que cogían salvo que se tratase de un libro antiguo, puesto que estaban buscando un valioso códice. Fue así, como al cabo de varias horas de infructuoso trabajo, Marcelino Linaza cogió un viejo libro que le pareció verdaderamente antiguo y pensó que podría sacarse un buen dinero por él, pero no podía entretenerse en examinarlo teniendo a ese policía allí al lado, así que se apartó un poco y lo escondió debajo de su chaqueta que había dejado doblada sobre unos tablones que hacían las veces de banco. Tal como se había propuesto, algún beneficio habría de sacar de todo esto. En cualquier caso, ese hallazgo le hizo presagiar que podían encontrarse en el buen camino y redobló sus esfuerzos.
- ¿Has encontrado algo? –le preguntó Roncero al darse cuenta Marcelino había parado un rato de buscar.
- No, nada. Falsa alarma –respondió Marcelino-. Era un libro viejo, pero cuando lo he observado con más detalle he visto que no tenía valor y lo he tirado al otro montón.
 
Marcelino no supo que allá afuera, Unai había recibido una llamada de Coro y se había marchado del lugar siguiendo otras pistas y sin decirle nada de nada.
 
-oOo-
 
- ¿Te paice bonito? –le gritó Ambrosia a Remigio, con un enfado monumental por haberlos dejado sin cena y cabreada como estaba porque su amado Ioseba se había marchado por culpa de ese desgraciado accidente que había convertido su coche en una fogata de la que aún quedaban rescoldos. Pero Remigio, cabizbajo, se fue a su habitación en silencio para dormir, algo que no pudo hacer porque la sirena de un coche de policía estaba cada vez más cerca, tanto que se escuchó el frenazo justo a la puerta de su casa.
- ¿De quién es este coche? –preguntó un policía a un grupo de curiosos que charlaban animadamente alrededor de la hoguera como si fuera la Noche de San Juan.
- Es de un amigo de la Ambrosia –dijo una.
- ¿Y dónde está esa señora?
- Ahí mismo –le respondió señalando la puerta de la casa, la más limpia y brillante, por cierto, de todas las del barrio.
 
El policía llamó a la puerta de la casa de Ambrosia para preguntarle por el incidente del coche que había explotado y se había quedado convertido en un amasijo de hierros retorcidos y humeantes. Ambrosia le fue contando todo lo sucedidos, según su versión, o sea, que oyó una explosión, vio que era el coche de su amigo Ioseba Rena ardiendo y se fue a salvar su colada para que no se ensuciase. De Rena sólo añadió que se fue andando porque tenía que dar parte al seguro. En esto, Remigio, no pudiendo contener la curiosidad, asomó la cabeza con tal mala fortuna que el policía lo reconoció, ya que lo había interrogado ese mismo día con relación a todos los sucesos ocurridos con la misteriosa mochila y su misterioso contenido.
 
- ¿Otra vez tú? –exclamó el policía-. ¿Qué has hecho esta vez?
A Remigio no se le ocurrió otra cosa que, recordando a Bart Simpson, responder:
- Yo no he sido, ya estaba así cuando llegué, qué buena idea ha tenido señor agente.
- ¿Se puede saber en qué lío te has metido esta vez? –gritó de forma intimidante.
- Yo, yo, no he hecho nada... sólo me he comido los calamares.
- ¿Qué calamares ni qué niño muerto?
- Que no, que no ha muerto naide, señor agente –terció Ambrosia- quel condutor del auto estaba fuera cuando esplotó y to eso.
- A ver, a ver, vamos a ir por partes...
- Sí, pos eso, a dar el parte pal seguro sa ío, segurisma que estoy –dijo Ambrosia.
- ¡Pero de qué coño está hablando! Voy a hacer yo las preguntas y quiero que respondan sólo a lo que les pregunte y solo al que yo me dirija. ¡Entendido!
Ambrosia y Remigio vieron que el horno no estaba para bollos y contuvieron sus impulsos, Ambrosia el de contarlo todo y Remigio el de no contar nada.
 
-oOo-
 
En otro lugar de Santiago, concretamente en la calle Laverde, Ioseba llegaba a su casa con el preciado códice Calixtino junto a su palpitante corazón, escondido bajo su camisa. Una sombra se movía oculta tras la esquina y no lo perdía de vista mientras se acercaba. Cuando Ioseba se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves, la sombra salió de improviso de su anonimato y se plantó ante él, impidiéndole el acceso a la puerta -roja por cierto- de su casa.
- Hola, guapo, a dónde vas con tanta prisa –le dijo con tono insinuante y acento rumano una despampanante rubia con falda tan corta que se le veían las bragas.
- Ahora no es el mejor momento... –comenzó a responder Ioseba- el cual no pudo terminar la frase porque una especie de tubo circular metálico se incrustó en su espalda.
- No hagas nada o te descerrajo un tiro. ¿Entendido? –le dijo una voz a sus espaldas.
Ioseba no movió ni un músculo mientras oía una voz femenina a sus espaldas que se dirigía a la mujer que lo había abordado al llegar al portal de su casa.
- Aquí tienes lo convenido, y gracias por tu colaboración.
La prostituta cogió un billete de 100 euros y se marchó sigilosamente perdiéndose de inmediato entre las sombras. Ioseba, recuperándose un poco de la impresión creyó reconocer la voz femenina que tenía detrás, pero no estaba seguro; un montón de ideas se agolpaban en ese momento en su cabeza.
- ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres?
- Entra en casa y no hagas ninguna tontería.
Rena abrió la puerta y entraron los tres. Oyó cómo la puerta volvía a cerrarse. Encendió la luz. Se dio la vuelta. Quedó mudo de asombro.

Continuará...

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