martes, 18 de mayo de 2021

El códice y el robobo (54)

Capítulo 49.- Todos a una
 
Fue solo durante un instante, pero cuando Coro reconoció la cara de Unai, tras la luna frontal del coche que salía de la bocacalle, se quedé tan petrificada que no pude reaccionar. Estaba clavada al volante, con el pie hundido en el pedal del freno, y mirando incrédulamente a quien tenía frente a ella, su amigo y socio Unai a quien había estado ninguneando esos últimos días en que su ayuda ya no parecía serle útil. Tan absorta estaba, que no vio como Mariano –el chico que tenia el códice y al que habían estado persiguiendo- se hacía el longuis y desaparecía por una de las callejuelas estrechas que se encaminaban al barrio del Santa Marta Abajo.
 
Por suerte para todos, Marcelino, que pese a su edad, había demostrado una excelente forma física, reaccionó a tiempo y salió disparado como un gamo, corriendo en la misma dirección que el chico.
 
- "¡Coro, mujer! –le gritó Linaza- ¿Qué estas haciendo?... ¡Arranca ya que se nos escapa otra vez!
"¡Coro, Coro, Coro!- le gritó Unai desde otro lado- ¡Esto es inaudito! ¡No me lo puedo creer!... ¿Por qué no das señales de vida?
- ¡Unai! –acertó a responder, Coro, que ya había reaccionado al oír ese coro de voces- ¡Sígueme!... ¡Y no preguntes!
 
Pasó de primera a directa de tres décimas de segundo. Volvió a frenar para que Marcelino Linaza subiera de nuevo al coche y emprendió la persecución a toda velocidad. El coche iba dando tumbos por las calles, que cada vez se estrechaban más. La suspensión resultaba deficiente para todos los saltos a los que le obligaba el terreno. A poca distancia, les seguía el Honda Civic de Unai, a quien veía por el retrovisor de reojo sacando la cabeza por la ventana y vociferando frases de las que sólo llegó a entender algo así como un "nos matamos"  o "¿qué está ocurriendo aquí?"...
 
Al doblar una esquina, y debido a que la calzada estaba húmeda por la intensa llovizna que había caído toda la noche, Mariano se escurrió y se vino al suelo, ocasión que Marcelino no desaprovechó para bajar rápidamente del coche que ya le había dado alcance y saltar encima de él, cual felino hambriento.
 
Pero a Mariano, pese a estar debilitado por el intenso interrogatorio y las tensiones de la jornada, aún le quedaban fuerzas para zafarse de su agresor. Las largas sesiones de gimnasio no habían sido en vano y el mozo, con un potente gancho de izquierda, tumbó a Linaza y lo echó a un lado de la calle.
 
Desafortunadamente, aquello no le sirvió de mucho, puesto que Coro también había bajado del coche y esta vez iba decidida a no dejarlo escapar. Tanto era así que según bajaba del coche cogió la barra antirrobo y blandiéndola en alto le amenazó con abrirle el cráneo.
 
- Ni se te ocurra moverte o te arranco la cabeza –le dijo con determinación a Mariano.
- ¿Tú? ¿Tú y cuántos más? –respondió desafiante el chico.
- Uno más -dijo Unai apareciendo por detrás con una barra antirrobo más grande aún.
 
Ahí fue cuando Mariano se vino abajo y se echó a lloriquear de nuevo, maldiciendo su suerte, a su primo Remigio y al día en que se cruzó en su camino.
- ¡Dejadme en paz! -gimió- ¡Yo ya he dicho todo lo que sabía a la policía! ¿Qué coño queréis vosotros ahora?...
- Que nos ayudes a encontrar el códice que pusiste a la venta por ebay" –exclamó Marcelino, ya repuesto del puñetazo recibido, mientras se tocaba, aún dolorido, la mejilla.
- ¡Pero si yo no lo tengo! ¡Me duele la boca de decirlo! ¡Lo debe tener Remigio! Nos chocamos cuando me perseguíais y se me cayó la mochila con los libros, así que ahora los tiene él.
- Llévanos con Remigio... llévanos donde está el códice o tendremos problemas –le dijo Coro con cara de pocos amigos.
 
Debió estar muy convincente porque Unai, a quien veía de reojo, se quedó mirando impresionado por su actuación. En realidad Coro estaba terriblemente desorientada, no tenía ni idea de qué iba a venir a continuación, de qué utilidad les iba a ser ese joven o cómo iban a dar con un libro que llevaba rodando durante varios días por todo Santiago de Compostela. Lo que si tenía claro era que el nexo de unión entre el códice Calixtino y Remigio era innegable. Y ese joven sucio y tembloroso que tenía delante sabía dónde encontrar al tal Remigio.
- Mira –se explicó Mariano en un tono que sonaba sincero- yo con mi primo tengo poco trato. Ni se qué hace con su vida ni me interesa. El libro se lo dejó en el gimnasio una mañana que fue a gorronear para que le invitara a la disco en la que hago de porte por la noche. Según he oído a mi madre, le lleva a vender el papel al peso a Locojo, el chatarrero de la Cava baja. El resto del tiempo gandulea por su casa y poco más te puedo decir.
- Vamos a la Cava baja –cortó Unai resolutivo.
 
Unai no tenía un pelo de tonto y, después de haber escuchado todas esas explicaciones, había llegado a la conclusión que el códice lo habían vendido como papel al peso en el almacén de ese chatarrero. No había tiempo que perder; debían dirigirse allí de inmediato.

Continuará...

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