Capítulo 42.- Primero, segundo, tercero, cuarto...
Mariano se había quedado paralizado cuando aquellos
dos individuos, un hombre y una mujer lo agarraron, lo empotraron contra
la pared y, sin identificarse, echaron mano de su mochila y quedaron atónitos
al contemplar los libros que llevaba en su interior. Mariano no sabía quiénes
podían ser aquellos dos individuos pero, pasados unos instantes del susto
inicial, comprendió que no eran policías, por lo que si no eran policías y lo
asaltaban de esa forma sólo podía tratarse de ladrones que querían robarle su
mercancía.
En eso se oyó un gran alboroto,
un coro de gente gritando, voces femeninas que chillaban y voces masculinas que
intentaban sin éxito que se calmasen. Aquél revuelo provenía precisamente del
portal de su casa y hacia allí se dirigieron la mirada del hombre y de la joven
que aún sostenía la mochila entre sus manos.
Mariano no se lo pensó ni un
segundo más, pegó un tirón para recuperar su mochila y salió corriendo. El
hombre y la mujer fueron en su persecución, pero Mariano tenía buenas piernas y
muchas horas de gimnasio, con lo cual fue poco a poco aumentando la distancia
sobre sus perseguidores. Para tratar de despistarles se internó por diversas
calles, girando ora a la derecha ora a la izquierda, sin descanso. Al cabo de
un cuarto de hora, ya sudoroso y con el corazón palpitando a tope, comprendió
que ya nadie le seguía. Sin embargo, si aquellos dos individuos querían los
libros de su mochila y la policía se había presentado en su casa, no cabía duda
que se trataba de los libros robados de los que había oído hablar en la radio.
Pensó que tenía que deshacerse de ellos, aunque era evidente que había puesto
unos anuncios en ebay para venderlos y la policía podría comprobar que se
trataba de los libros robados... salvo que la policía no pudiese comprobar nada
si esos libros desaparecían...
Fue entonces, cuando
providencialmente, Mariano vio que se acercaba por la calle un pordiosero y, en
cuestión de segundos ideó un absurdo plan para deshacerse de los libros. Según
iba corriendo, se acercó al pordiosero que –por cierto- iba sucio a más no
poder, completamente lleno de barro, chocó a propósito contra él y dejó caer la
mochila. Sin detenerse, la dejó allí en el suelo y continuó corriendo hasta el
gimnasio. Era la coartada absurda más perfecta que se le había ocurrido: diría
que había encontrado en un contenedor unos libros viejos y varios comics pero
que luego al ir al gimnasio se había topado con un mendigo que le robó la
mochila con todo su contenido. De esta forma, pensaba que, al no haber “cuerpo
del delito” no podrían acusarlo de nada.
Una vez dejó atrás el lugar del
simulado robo, continuó caminando más despacio hasta llegar al gimnasio.
- ¿Cómo tan pronto por aquí? –le preguntó Raúl, el encargado de recepción del gimnasio.
- Pues
ya ves, que un tipo me ha robado la mochila y lo he perseguido corriendo pero
al llegar aquí le he perdido la pista, así que, ya que estaba aquí, he decidido
hacer unas pesas –le respondió Mariano.
- ¿Y
qué te han robado?
- ¡Bah!
Nada importante, unos libros y comics que pensaba regalar luego a la parroquia.
Mariano respiró ahora un poco más
tranquilo. Ya tenía alguien que podría afirmar que le habían robado la mochila
y que en ella no tenía nada de valor. Si ahora la policía le interrogaba diría,
primero que se encontró unos libros viejos y los puso a la venta en ebay,
segundo que un ladrón le robó la mochila con los libros, tercero que no denunció
el robo porque eso no tenía ningún valor salvo para algún coleccionista
caprichoso y por eso había puesto el anuncio, cuarto... si no hay cadáver no
hay crimen (esto último no lo diría pero es lo que pensaba).
Mientras tanto, Remigio aún no
salía de su asombro, primero porque su primo Mariano no lo había reconocido
(claro que eso era lógico puesto que aún estaba lleno de barro) a pesar de
haber chocado contra él cuando se cruzaron por la calle; segundo, porque del
golpe se le había caído la mochila; tercero, porque no se había dado cuenta y
había seguido corriendo; cuarto, porque había abierto la mochila y había visto
su contenido... ¡otra vez estaban en su poder esos libros!
Caminó despacio hasta su casa
para lavarse y contárselo a su madre, pero antes de llegar salió la vecina y le
gritó:
- ¿Pero eres tú, Remigio? ¡La Ambrosia, sa ido pa casa de tu tía, la Petra! ¡Que la dao un patatús!
- ¿A
mi tía la Petra? –preguntó Remigio.
- ¡Sí,
la misma! ¡Veste payá, que lo mismo es algo serio!
Pero Remigio no podía ir así.
Entró primero en casa, se lavó a toda prisa y se cambió de ropa, y sin pausa
echó a andar a buen paso hacia la casa de su tía Petra.
- ¿Cómo tan pronto por aquí? –le preguntó Raúl, el encargado de recepción del gimnasio.
- ¿Pero eres tú, Remigio? ¡La Ambrosia, sa ido pa casa de tu tía, la Petra! ¡Que la dao un patatús!
Continuará...
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