sábado, 22 de mayo de 2021

El códice y el robobo (58)

Capítulo 53.- La puerta roja, la puerta verde
 
Coro tenía muy claro que de allí no se iba a mover, así que aparcó el coche una calle más abajo y siguió vigilando desde una esquina, a unos cientos de metros. El almacén de Locojo estaba controlado, porque allí quedaban Unai, vigilando desde fuera, y Marcelino Linaza revisando las montañas de papel entre las que pudiera estar el códice.
 
El otro punto candente -y ahora más que nunca- era la casa del Remigio. El muchacho que vendía papel al peso y que según parecía llevaba varios días paseando el libro de un sitio a otro, perdiéndolo una y otra vez y, por alguna extraña razón, como si se tratara de una maldición gitana, siempre volvía a sus manos. Si lo que decía Marcelino era cierto, si lo que decía Mariano era cierto y si lo que aseguraba Ioseba era cierto, de alguna manera, aquel chico tenía algo "magnético" con el libro, porque ciertamente, siempre acababan encontrándose el uno al otro.
 
Así las cosas, Coro decidió que el maloliente joven, Mariano, se fuese; pero no sin antes decirle dónde vivía ese primo suyo que parecía el principal responsable de todo este embrollo. Condujo hasta la dirección que le había indicado pero, por precaución, aparcó a una cierta distancia.
 
Llevaba un tiempo vigilando y aburriéndose, puesto que no pasaba nada digno de mención, cuando escuchó una tremenda explosión y unas llamaradas, a las que siguieron un sin fin de gritos, carreras, gente que salía a la calle. Para no verse implicada en más líos, puso el motor en marcha y ya estaba dispuesta a salir de allí cuando creyó reconocer una figura que le resultaba familiar. Se fijó más y sí, era él; era Ioseba Rena, con unos pantalones que le quedaban ostensiblemente cortos y estrechos, y un jersey que parecía del baby mocosete, despidiéndose de una mujer y saliendo del barrio como alma que lleva el diablo, con un sospechoso bulto cuadrado debajo de la chaqueta. Coro no tuvo la menor duda de lo que podía ser aquello que escondía ni de cuál debía ser el lugar a donde Ioseba se dirigiría ahora.
 
Ya estaba dispuesta a seguirlo cuando, de repente, recapacitó. Las veces anteriores la precipitación había arruinado todo, el actuar sin pararse a pensar, el decidir sobre la marcha no había sido la mejor decisión. Esta vez no estaba dispuesta a que se repitiese lo mismo, así que puso el manos libres y llamó a Unai mientras conducía su coche hacia la casa de Ioseba Rena, puesto que estaba convencida que él iría allí, y como ella iba en coche llegaría mucho antes y lo esperaría con tranquilidad.
 
- Dime Coro -respondió al instante.
- Unai, he localizado a una persona que creo que lleva lo que buscamos.
- Coro -rogó Unai-, ten cuidado, no se te ocurra ir tú sola a por él.
- En principio no tendría que temer nada porque es alguien conocido, pero ya no sé de quién fiarme. Es por eso que te llamo, amigo -expliqué-. Por favor reúnete conmigo en la Rua de Laverde Ruiz, no me acuerdo del número, pero es una casa con la puerta pintada en rojo... ¿Lo recordarás?
- Sí, sí, no hay problema.... ¡No hagas nada hasta que llegue!
 
Coro recordó el día que Marcelino y ella estuvieron hablando con Rena en su casa. Entonces pensaba que Rena estaría de su parte, ya que su objetivo –según les dijo- no era el códice sino fastidiar al secretario del museo catedralicio y que se llevase él todas las culpas. Sin embargo los últimos acontecimientos habían demostrado que Rena actuaba por su cuenta...
 
Llegó en muy poco tiempo y aparcó el coche a una distancia prudencial. Sabía de sobra que Ioseba aún tardaría un buen rato en llegar, además, dejar el coche más cerca o circular con él por allí habría sido más que llamativo, algo que Coro quería evitar a toda costa. Se situó en un portal un poco más arriba de su vivienda, oculta por la arboleda de la calle.
 
Esperaba ver aparecer a Unai en cualquier momento para abordar juntos a Rena o idear algún plan para entrar en la casa, pero este se retrasaba; y es que ella era consciente que el agotamiento y el haber pasado tantas horas de agitación habían pasado factura.
 
Lo cierto es que Unai estaba intentando recordar la dirección, pero no estaba seguro de si le había dicho que era una casa con la puerta roja en Laverde Ruiz o una casa con la puerta verde en Laroja Ruiz.....
 
Había intentado utilizar el navegador pero éste había caído al suelo en no se sabe qué momento y parecía estar inservible. En otras circunstancias se hubiera parado a repararlo, porque no había problema electrónico o informático que se le resistiese... Intentó entonces escribir la dirección en el buscador del móvil, pero cuando éste empezó a indicar "nivel de batería 7%, enchufe el cargador", supo que aquello tampoco le iba a ayudar...

Continuará...

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