Capítulo 53.- La puerta roja, la puerta verde
Coro tenía muy claro que de allí
no se iba a mover, así que aparcó el coche una calle más abajo y siguió
vigilando desde una esquina, a unos cientos de metros. El almacén de Locojo
estaba controlado, porque allí quedaban Unai, vigilando desde fuera, y
Marcelino Linaza revisando las montañas de papel entre las que pudiera estar el
códice.
El otro punto candente -y ahora
más que nunca- era la casa del Remigio. El muchacho que vendía papel al peso y
que según parecía llevaba varios días paseando el libro de un sitio a otro,
perdiéndolo una y otra vez y, por alguna extraña razón, como si se tratara de
una maldición gitana, siempre volvía a sus manos. Si lo que decía Marcelino era
cierto, si lo que decía Mariano era cierto y si lo que aseguraba Ioseba era
cierto, de alguna manera, aquel chico tenía algo "magnético" con el
libro, porque ciertamente, siempre acababan encontrándose el uno al otro.
Así las cosas, Coro decidió que el
maloliente joven, Mariano, se fuese; pero no sin antes decirle dónde vivía ese
primo suyo que parecía el principal responsable de todo este embrollo. Condujo
hasta la dirección que le había indicado pero, por precaución, aparcó a una
cierta distancia.
Llevaba un tiempo vigilando y
aburriéndose, puesto que no pasaba nada digno de mención, cuando escuchó una
tremenda explosión y unas llamaradas, a las que siguieron un sin fin de gritos,
carreras, gente que salía a la calle. Para no verse implicada en más líos, puso
el motor en marcha y ya estaba dispuesta a salir de allí cuando creyó reconocer
una figura que le resultaba familiar. Se fijó más y sí, era él; era Ioseba
Rena, con unos pantalones que le quedaban ostensiblemente cortos y estrechos, y
un jersey que parecía del baby mocosete, despidiéndose de una mujer y saliendo
del barrio como alma que lleva el diablo, con un sospechoso bulto cuadrado
debajo de la chaqueta. Coro no tuvo la menor duda de lo que podía ser aquello
que escondía ni de cuál debía ser el lugar a donde Ioseba se dirigiría ahora.
Ya estaba dispuesta a seguirlo
cuando, de repente, recapacitó. Las veces anteriores la precipitación había
arruinado todo, el actuar sin pararse a pensar, el decidir sobre la marcha no
había sido la mejor decisión. Esta vez no estaba dispuesta a que se repitiese
lo mismo, así que puso el manos libres y llamó a Unai mientras conducía su
coche hacia la casa de Ioseba Rena, puesto que estaba convencida que él iría
allí, y como ella iba en coche llegaría mucho antes y lo esperaría con
tranquilidad.
- Dime Coro -respondió al
instante.
- Unai, he localizado a una persona que creo que lleva lo que buscamos.
- Coro -rogó Unai-, ten cuidado, no se te ocurra ir tú sola a por él.
- En principio no tendría que temer nada porque es alguien conocido, pero ya no sé de quién fiarme. Es por eso que te llamo, amigo -expliqué-. Por favor reúnete conmigo en la Rua de Laverde Ruiz, no me acuerdo del número, pero es una casa con la puerta pintada en rojo... ¿Lo recordarás?
- Sí, sí, no hay problema.... ¡No hagas nada hasta que llegue!
Coro recordó el día que Marcelino
y ella estuvieron hablando con Rena en su casa. Entonces pensaba que Rena
estaría de su parte, ya que su objetivo –según les dijo- no era el códice sino
fastidiar al secretario del museo catedralicio y que se llevase él todas las
culpas. Sin embargo los últimos acontecimientos habían demostrado que Rena
actuaba por su cuenta...
Llegó en muy poco tiempo y aparcó
el coche a una distancia prudencial. Sabía de sobra que Ioseba aún tardaría un
buen rato en llegar, además, dejar el coche más cerca o circular con él por
allí habría sido más que llamativo, algo que Coro quería evitar a toda costa.
Se situó en un portal un poco más arriba de su vivienda, oculta por la arboleda
de la calle.
Esperaba ver aparecer a Unai en
cualquier momento para abordar juntos a Rena o idear algún plan para entrar en
la casa, pero este se retrasaba; y es que ella era consciente que el
agotamiento y el haber pasado tantas horas de agitación habían pasado factura.
Lo cierto es que Unai estaba
intentando recordar la dirección, pero no estaba seguro de si le había dicho
que era una casa con la puerta roja en Laverde Ruiz o una casa con la puerta
verde en Laroja Ruiz.....
Había intentado utilizar el navegador
pero éste había caído al suelo en no se sabe qué momento y parecía estar
inservible. En otras circunstancias se hubiera parado a repararlo, porque no
había problema electrónico o informático que se le resistiese... Intentó
entonces escribir la dirección en el buscador del móvil, pero cuando éste
empezó a indicar "nivel de batería 7%, enchufe el cargador", supo que
aquello tampoco le iba a ayudar...
- Unai, he localizado a una persona que creo que lleva lo que buscamos.
- Coro -rogó Unai-, ten cuidado, no se te ocurra ir tú sola a por él.
- En principio no tendría que temer nada porque es alguien conocido, pero ya no sé de quién fiarme. Es por eso que te llamo, amigo -expliqué-. Por favor reúnete conmigo en la Rua de Laverde Ruiz, no me acuerdo del número, pero es una casa con la puerta pintada en rojo... ¿Lo recordarás?
- Sí, sí, no hay problema.... ¡No hagas nada hasta que llegue!
Continuará...
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