lunes, 3 de mayo de 2021

El códice y el robobo (39)

Capítulo 34.- Ambrosia conection

Mariano se percató enseguida que aquellos libros antiguos debían tener valor, aunque ni se le pasaba por la imaginación que pudiera tratarse de un códice valiosísimo y… ¡robado! Recordó entonces que por la discoteca solía pasar un tal Adolfo, que trabajaba como secretario de un millonario aficionado a coleccionar antigüedades y todo tipo de obras de arte. Pensó que lo mejor sería guardarlo en su taquilla de la disco y enseñárselo al tal Adolfo en cuanto lo viera. Mientras tanto, lo que más prisa le corría era recuperar sus chuletones y verduras especiales que con tanto mimo había comprado. 
 
Cuando llegó al gimnasio contó lo sucedido y, una vez hubo descrito perfectamente qué es lo que había en la bolsa, le dejaron mirar entre los objetos depositados en la consigna. Revisó una y otra vez pero allí no había ni rastro de su bolsa de la compra, así que no tuvo más remedio que volver al mercado y comprar otra vez los mismos alimentos; su musculatura tenía prioridad y había que cuidarla, a fin de cuentas era su modo de vida; si hubiese sido un tipo enclenque nunca le hubieran contratado como portero en la disco ni como monitor en el gimnasio, así que no podía comer cualquier cosa. 
 
Mientras tanto, Remigio no salía de su asombro ante el milagro que se había producido ante sus ojos: los dos libros viejos se habían convertido en unos suculentos chuletones y unas verduras de primera calidad; seguro que su madre se pondría muy contenta cuando llegase a casa con esa mercancía que sin duda valía más que lo que pudieran darle por los dos libracos. Además, ya estaba cansado de los vanos intentos por deshacerse de ellos; cada vez que los vendía, por alguna e inexplicable circunstancia volvían a sus manos. Esta vez, sin embargo, la compensación no ofrecía dudas: “Donde estén estos chuletones que se quite todo lo demás”, se dijo. 
 
Ni corto ni perezoso se dirigió a su casa, pero nada más abrir la puerta se quedó petrificado. Ante sus ojos, su madre y el tal Ioseba Rena, se hacían carantoñas. Nunca se le hubiera pasado por la imaginación la viabilidad de semejante pareja, pero allí estaban los dos, entre arrumacos, mientras él estaba de pie, inmóvil, con un hilo de babilla resbalando por la comisura de sus labios y la bolsa del supermercado que poco a poco se resbalaba de su mano. Fue precisamente el sonido de la bolsa al caer, el que sacó de su ensimismamiento a los dos tórtolos (porque tortolitos no se les podía llamar ya que entre los dos sumaban más de un siglo). 
 
- ¡Remigio! ¿Cómo tan pronto tú por aquí? –exclamó Ambrosia mientras, tanto ella como Ioseba, recobraban la compostura.
- Pos… pos… que na, que ya estoy de vuelta…
- ¿Cuánto te han dao por los libros? –le preguntó para evitar que la conversación siguiese otros derroteros.
- Pos… pos los he cambiao por esta bolsa de comida…
- ¿Por comida? –exclamó de nuevo Ambrosia, cada vez más convencida de lo tonto que era su hijo. Se levantó, se ajustó el refajo y miró la bolsa. Inmediatamente le cambió la expresión- ¡Pero bueno! ¡Y yo que creía que eras tonto! ¡Mira Ioseba, lo que ha traío!
Ioseba lo saludó, disimulando, como si allí no hubiera pasado nada. Echó un vistazo a aquellos tremendos chuletones de primera calidad e hizo un gesto de asentimiento.
- ¿Y qué hace aquí el Isoeba? –preguntó Remigio.
Pero su pregunta no solo no obtuvo respuesta, sino que condujo a una situación peor:
- Ioseba, quédate con nosotros a comer. Ya que has sío tan amable de traerme esas flores –dijo Ambrosia señalando a una docena de rosas rojas que destacaban en un rincón del salón, puestas ya a remojo en una jarra de Duralex- no está bien que te vayas con el estómago vacío, y menos teniendo aquí lo que nos ha traío el Remigio. 
 
Ioseba dio las gracias y aceptó encantando, porque su principal objetivo –aunque Ambrosia le gustase de verdad- no era pelar la pava con ella sino tratar de localizar el códice. Esta invitación le daría más tiempo para tratar de averiguar si existía alguna conexión entre Ambrosia y el códice Calixtino. “¿Será Ambrosia la clave de todo este misterio?”, se preguntó Ioseba, mientras le daba vueltas en su cabeza a una mezcla de sentimientos de atracción carnal a partes iguales entre Ambrosia y los chuletones. “Quizás después de una buena comida y en medio de una conversación relajada, pueda descubrir qué sabe Ambrosia de todo esto”, se dijo Ioseba, dándose cuenta que aquella era su oportunidad y tenía más cerca y mejor dispuesta que nunca a su “Ambrosia conection”.

Continuará...

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