Capítulo 34.- Ambrosia conection
Mariano se percató enseguida que
aquellos libros antiguos debían tener valor, aunque ni se le pasaba por la
imaginación que pudiera tratarse de un códice valiosísimo y… ¡robado! Recordó
entonces que por la discoteca solía pasar un tal Adolfo, que trabajaba como
secretario de un millonario aficionado a coleccionar antigüedades y todo tipo
de obras de arte. Pensó que lo mejor sería guardarlo en su taquilla de la disco
y enseñárselo al tal Adolfo en cuanto lo viera. Mientras tanto, lo que más
prisa le corría era recuperar sus chuletones y verduras especiales que con
tanto mimo había comprado.
Cuando llegó al gimnasio contó lo
sucedido y, una vez hubo descrito perfectamente qué es lo que había en la
bolsa, le dejaron mirar entre los objetos depositados en la consigna. Revisó
una y otra vez pero allí no había ni rastro de su bolsa de la compra, así que
no tuvo más remedio que volver al mercado y comprar otra vez los mismos
alimentos; su musculatura tenía prioridad y había que cuidarla, a fin de
cuentas era su modo de vida; si hubiese sido un tipo enclenque nunca le
hubieran contratado como portero en la disco ni como monitor en el gimnasio,
así que no podía comer cualquier cosa.
Mientras tanto, Remigio no salía
de su asombro ante el milagro que se había producido ante sus ojos: los dos
libros viejos se habían convertido en unos suculentos chuletones y unas
verduras de primera calidad; seguro que su madre se pondría muy contenta cuando
llegase a casa con esa mercancía que sin duda valía más que lo que pudieran
darle por los dos libracos. Además, ya estaba cansado de los vanos intentos por
deshacerse de ellos; cada vez que los vendía, por alguna e inexplicable
circunstancia volvían a sus manos. Esta vez, sin embargo, la compensación no
ofrecía dudas: “Donde estén estos chuletones que se quite todo lo demás”, se
dijo.
Ni corto ni perezoso se dirigió a
su casa, pero nada más abrir la puerta se quedó petrificado. Ante sus ojos, su
madre y el tal Ioseba Rena, se hacían carantoñas. Nunca se le hubiera pasado
por la imaginación la viabilidad de semejante pareja, pero allí estaban los
dos, entre arrumacos, mientras él estaba de pie, inmóvil, con un hilo de
babilla resbalando por la comisura de sus labios y la bolsa del supermercado que
poco a poco se resbalaba de su mano. Fue precisamente el sonido de la bolsa al
caer, el que sacó de su ensimismamiento a los dos tórtolos (porque tortolitos
no se les podía llamar ya que entre los dos sumaban más de un siglo).
- ¡Remigio! ¿Cómo tan pronto tú
por aquí? –exclamó Ambrosia mientras, tanto ella como Ioseba, recobraban la
compostura.
- Pos… pos… que na, que ya estoy
de vuelta…
- ¿Cuánto te han dao por los
libros? –le preguntó para evitar que la conversación siguiese otros derroteros.
- Pos… pos los he cambiao por
esta bolsa de comida…
- ¿Por comida? –exclamó de nuevo
Ambrosia, cada vez más convencida de lo tonto que era su hijo. Se levantó, se
ajustó el refajo y miró la bolsa. Inmediatamente le cambió la expresión- ¡Pero
bueno! ¡Y yo que creía que eras tonto! ¡Mira Ioseba, lo que ha traío!
Ioseba lo saludó, disimulando,
como si allí no hubiera pasado nada. Echó un vistazo a aquellos tremendos
chuletones de primera calidad e hizo un gesto de asentimiento.
- ¿Y qué hace aquí el Isoeba?
–preguntó Remigio.
Pero su pregunta no solo no
obtuvo respuesta, sino que condujo a una situación peor:
- Ioseba, quédate con nosotros a
comer. Ya que has sío tan amable de traerme esas flores –dijo Ambrosia
señalando a una docena de rosas rojas que destacaban en un rincón del salón,
puestas ya a remojo en una jarra de Duralex- no está bien que te vayas con el
estómago vacío, y menos teniendo aquí lo que nos ha traío el Remigio.
Ioseba dio las gracias y aceptó
encantando, porque su principal objetivo –aunque Ambrosia le gustase de verdad-
no era pelar la pava con ella sino tratar de localizar el códice. Esta
invitación le daría más tiempo para tratar de averiguar si existía alguna
conexión entre Ambrosia y el códice Calixtino. “¿Será Ambrosia la clave de todo
este misterio?”, se preguntó Ioseba, mientras le daba vueltas en su cabeza a
una mezcla de sentimientos de atracción carnal a partes iguales entre Ambrosia
y los chuletones. “Quizás después de una buena comida y en medio de una
conversación relajada, pueda descubrir qué sabe Ambrosia de todo esto”, se dijo
Ioseba, dándose cuenta que aquella era su oportunidad y tenía más cerca y mejor
dispuesta que nunca a su “Ambrosia conection”.
Continuará...
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