miércoles, 19 de mayo de 2021

El códice y el robobo (55)

Capítulo 50.- En tu casa me colé
 
Los dos coches se dirigieron hacia el almacén de chatarra. Coro conducía el primer coche, en cuyo asiento trasero estaba el maloliente Mariano con las manos y pies atados, y a su lado Marcelino sosteniendo en sus manos el bate la barra antirrobo y unas enormes ganas de “agradecerle” a Mariano el puñetazo que la había dado momentos antes. Detrás de ellos les seguía Unai, a quien apenas habían dado explicaciones; sólo sabía que iban en busca del códice... y eso para él ya era más que suficiente.
 
Al divisar el almacén de chatarra, Coro hizo ademán de aparcar, pero sólo fue eso, un ademán. Se dio cuenta que junto al portalón de acceso a la nave había dos policías, por lo que inmediatamente giró con suavidad el volante y pasó despacio delante de ellos. Cuando se hubo alejado un poco, intercambió miradas con Marcelino y le dijo:
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Déjame pensar –respondió Marcelino-. Aparca por allí, en donde no nos vean.
 
Unai aparcó también y se unió al grupo.
- ¿Habéis visto a la pasma? –les dijo Unai.
- Sí, ya la hemos visto, por eso hemos aparcado aquí –respondió Marcelino.
- Hay que despejar la puerta para poder entrar –comentó Unai mientras se rascaba la coronilla, signo inequívoco de que estaba ideando algún plan…
- ¿Y si dentro hay más policías? –añadió Coro.
- Si me ven dentro –explicó Marcelino- puedo decir que soy el experto en antigüedades y que me han pedido que vaya a ayudarles.
- ¿Quién te lo ha pedido? –le interrogó Unai.
- Nadie, hombre, pero les puedo decir que ha sido el deán de la catedral, con el que me une una cierta amistad, lo cual es cierto.
- Entonces, lo primero –recapituló Coro- es despejar la puerta...
- Y para eso necesitamos el paquete –dijo Unai señalando al maniatado Mariano.
 
Una vez explicado el plan, se acercaron Marcelino, Unai y Mariano (este último de mala gana) hasta una de las esquinas, mientras Coro aguardaba con el coche en marcha a la vuelta de la esquina. Unai desató a Mariano y le recordó lo que tenía que hacer:
- ¿Te has enterado bien de lo que tienes que hacer o te lo recuerdo? –le dijo Unai en tono amenazante.
- Sí, sí, ya lo sé –tartamudeó Mariano.
- ¡Pues venga! ¡Ahora!
 
Mariano echó a correr pasando por delante de los dos policías que custodiaban la puerta. Inmediatamente por detrás apareció Unai gritando “¡al ladrón, al ladrón!”. Los policías contemplaron absortos la escena. Al pasar delante de ellos, Unai les gritó “me ha robado, cójanlo, no puedo más!” y se fingió agotado. Los policías salieron corriendo tras él y en ese momento Marcelino entró al almacén. Al doblar la equina, Mariano subió al coche de Coro y esta arrancó. Cuando los dos policías doblaron la esquina no pudieron ver absolutamente a nadie. Siguieron corriendo en varias direcciones pero no había ni rastro del “ladrón” por lo que regresaron exhaustos a su puesto de guardia otra vez y, tras una pequeña conversación con Unai le indicaron que acudiese a la comisaría a poner una denuncia, que ellos no se podían mover de allí.
 
En el interior del almacén, Roncero iba sacando uno a uno los libros, comprobando para su desesperación que ninguno de ellos se parecía al de la foto. Marcelino lo saludó y le contó que le enviaban como experto para ayudarle en la búsqueda. El policía agradeció la ayuda, toda vez que aquella gigantesca montaña de libros no parecía disminuir de tamaño nunca por muchos libros que le quitase.
 
Mientras tanto, en el sitio convenido, se juntaron de nuevo los dos coches, el de Coro (con Mariano en el asiento de atrás) y el de Unai. Y en otro lugar de Santiago, una música romántica inundaba todos los rincones de la casa de Ambrosia que sólo tenía ojos para su Ioseba, mientras que este no paraba de fisgonear todos los rincones tratando de averiguar dónde podría estar escondido el dichoso Códice. Ni siquiera cuando la besaba dejaba de mirar en todas direcciones o de mover los brazos –cuando la abrazaba- para abrir algún cajón, levantar algún periódico o mantel o lo que fuera, con la esperanza de toparse con el códice en el lugar más insospechado.

Continuará...

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