Capítulo 50.- En tu casa me colé
Los dos coches se dirigieron
hacia el almacén de chatarra. Coro conducía el primer coche, en cuyo asiento
trasero estaba el maloliente Mariano con las manos y pies atados, y a su lado
Marcelino sosteniendo en sus manos el bate la barra antirrobo y unas enormes
ganas de “agradecerle” a Mariano el puñetazo que la había dado momentos antes.
Detrás de ellos les seguía Unai, a quien apenas habían dado explicaciones; sólo
sabía que iban en busca del códice... y eso para él ya era más que suficiente.
Al divisar el almacén de
chatarra, Coro hizo ademán de aparcar, pero sólo fue eso, un ademán. Se dio
cuenta que junto al portalón de acceso a la nave había dos policías, por lo que
inmediatamente giró con suavidad el volante y pasó despacio delante de ellos. Cuando
se hubo alejado un poco, intercambió miradas con Marcelino y le dijo:
- ¿Y ahora qué hacemos?
- Déjame
pensar –respondió Marcelino-. Aparca por allí, en donde no nos vean.
Unai aparcó también y se unió al
grupo.
- ¿Habéis visto a la pasma? –les dijo Unai.
- Sí,
ya la hemos visto, por eso hemos aparcado aquí –respondió Marcelino.
- Hay
que despejar la puerta para poder entrar –comentó Unai mientras se rascaba la
coronilla, signo inequívoco de que estaba ideando algún plan…
- ¿Y
si dentro hay más policías? –añadió Coro.
- Si
me ven dentro –explicó Marcelino- puedo decir que soy el experto en
antigüedades y que me han pedido que vaya a ayudarles.
- ¿Quién
te lo ha pedido? –le interrogó Unai.
- Nadie,
hombre, pero les puedo decir que ha sido el deán de la catedral, con el que me
une una cierta amistad, lo cual es cierto.
- Entonces,
lo primero –recapituló Coro- es despejar la puerta...
- Y
para eso necesitamos el paquete –dijo Unai señalando al maniatado Mariano.
Una vez explicado el plan, se
acercaron Marcelino, Unai y Mariano (este último de mala gana) hasta una de las
esquinas, mientras Coro aguardaba con el coche en marcha a la vuelta de la
esquina. Unai desató a Mariano y le recordó lo que tenía que hacer:
- ¿Te has enterado bien de lo que tienes que hacer o te lo recuerdo? –le dijo Unai en tono amenazante.
- Sí,
sí, ya lo sé –tartamudeó Mariano.
- ¡Pues
venga! ¡Ahora!
Mariano echó a correr pasando por
delante de los dos policías que custodiaban la puerta. Inmediatamente por
detrás apareció Unai gritando “¡al ladrón, al ladrón!”. Los policías
contemplaron absortos la escena. Al pasar delante de ellos, Unai les gritó “me
ha robado, cójanlo, no puedo más!” y se fingió agotado. Los policías salieron
corriendo tras él y en ese momento Marcelino entró al almacén. Al doblar la
equina, Mariano subió al coche de Coro y esta arrancó. Cuando los dos policías
doblaron la esquina no pudieron ver absolutamente a nadie. Siguieron corriendo
en varias direcciones pero no había ni rastro del “ladrón” por lo que regresaron
exhaustos a su puesto de guardia otra vez y, tras una pequeña conversación con
Unai le indicaron que acudiese a la comisaría a poner una denuncia, que ellos
no se podían mover de allí.
En el interior del almacén,
Roncero iba sacando uno a uno los libros, comprobando para su desesperación que
ninguno de ellos se parecía al de la foto. Marcelino lo saludó y le contó que
le enviaban como experto para ayudarle en la búsqueda. El policía agradeció la
ayuda, toda vez que aquella gigantesca montaña de libros no parecía disminuir
de tamaño nunca por muchos libros que le quitase.
Mientras tanto, en el sitio
convenido, se juntaron de nuevo los dos coches, el de Coro (con Mariano en el
asiento de atrás) y el de Unai. Y en otro lugar de Santiago, una música
romántica inundaba todos los rincones de la casa de Ambrosia que sólo tenía
ojos para su Ioseba, mientras que este no paraba de fisgonear todos los
rincones tratando de averiguar dónde podría estar escondido el dichoso Códice.
Ni siquiera cuando la besaba dejaba de mirar en todas direcciones o de mover
los brazos –cuando la abrazaba- para abrir algún cajón, levantar algún
periódico o mantel o lo que fuera, con la esperanza de toparse con el códice en
el lugar más insospechado.
- ¿Y ahora qué hacemos?
- ¿Habéis visto a la pasma? –les dijo Unai.
- ¿Te has enterado bien de lo que tienes que hacer o te lo recuerdo? –le dijo Unai en tono amenazante.
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario