Capítulo 39.- Siguiendo el rastro
El teniente McArron estaba
jugando a una partida de "Lords of warcraft" cuando sonó el teléfono.
Era una llamada del inspector, quien había acudido al museo catedralicio tras
conocer la noticia de que alguien había puesto a la venta unos códices antiguos
en ebay. Ante la sospecha de que uno de ellos pudiera corresponder con el
códice robado, había que realizar las correspondientes diligencias desde la
brigada de delitos tecnológicos.
Y la brigada de delitos
tecnológicos de Santiago la componían el teniente McArron y Falete, un rapaz de
Cádiz que se había hecho novio de una compostelana y se trasladó al norte,
dejando atrás sus soleadas playas y cálidos veranos. Falete estaba decidido a
casarse con Carmiña Burela, por lo que había ofrecido sus servicios como hacker
informático a la policía. Esto era básicamente un intercambio de favores, ya
que Falete había sido detenido por crear una web de descargas ilegales, cuyo
servidor se encontraba en la Isla de Man, y que había traído de cabeza a la
policía hispalense durante más de seis meses.
Por avatares del destino, Falete
acabó prestando servicio en las dependencias de la comisaría de Santiago, a las
órdenes del teniente McArron, que había pasado a ocupar ese puesto por ser el
único entre los oficiales que se interesaba mínimamente por el mundo de la
tecnología. Entre ambos existía un buen entendimiento y comprensión, quizás
motivado porque los dos eran foco constante de bromas, McArron –que era hijo de
padre irlandés y madre compostelana- porque casi siempre le llamaban
“macarrón”, y “Falete” porque –debido a su gordura- ya ni se acordaba de su
verdadero nombre y siempre atendía por “Falete”.
Así que la brigada la componían
básicamente ellos dos. Era una de las unidades más reducidas de la
organización, pero el volumen del trabajo y la importancia de los delitos
tampoco precisaban de una plantilla mayor, así que de momento, y dado que en época
de crisis tenían que apañarse con lo que había, aquel era el equipo.
Sin embargo, cuando le llamó el
inspector, McArron supo enseguida que aquello se trataba de algo serio.
Rápidamente pasó el aviso a la unidad de análisis y rastreo, que en este caso,
era Falete, quien tardó menos de 30 segundos en localizar la ubicación de la IP
desde la que se había puesto el anuncio.
Sin perder tiempo, el teniente se
dirigió a la dirección indicada, para solucionar el tema con la mayor brevedad
y limpieza posibles. Era un hombre muy resolutivo y, quizá por su carácter de
herencia irlandesa, no despreciaba ninguna situación en la que se pudiera
derrochar algo de adrenalina. A fin de cuentas, lo más excitante de los últimos
dos años se lo ofrecían los videojuegos, no su trabajo. Pero esto prometía ser
algo diferente....
Mientras tanto, en la otra punta
de la ciudad, un teléfono sonaba a la espera de respuesta.
Coro vio quién
llamaba y no quiso cogerlo. Estaba quedando fatal con Unai, pero es que
realmente ahora no podía pararse a hablar y explicarle cómo iban las pesquisas.
Además, cada vez que le llamaba le dejaba con la palabra en la boca y eso le
sabía fatal. Pero el móvil sonaba sin parar, hasta ocho timbrazos seguidos, y
luego volvía a empezar. Pensó en desconectarlo directamente, pero Unai no se
merecía aquello. Le volvería a pedir disculpas y le prometería solemnemente
devolverle la llamada, pues su amigo siempre había estado a su lado durante
todo este tiempo y ahora, por circunstancias ajenas a ella, lo estaba apartando
a un segundo plano.
- Unai -dijo cogiendo el
teléfono-. De verdad que iba a llamarte pero lo que ocurre... –Coro no pudo
terminar la frase. La voz de Unai sonaba al otro lado del móvil agitada y
nerviosa.
- Coro, escúchame atentamente. No
te lo vas a creer pero algún imbécil ha puesto a la venta en ebay el códice
Calixtino y otro manuscrito medieval, no se muy bien cuál puede ser, pero
respecto al códice estoy seguro. Indica en la descripción que en la portada
está escrito "Liber Sancti Iacobi"... ¡Es el códice, Coro! ¡No me
cabe la menor duda!
- Dame el número de artículo,
Unai -pidió Coro acelerada, aunque sin llegar a creer que aquello pudiera ser
cierto. Como tenía conexión a Internet desde el móvil pudo verlo con sus
propios ojos. No daba crédito. El códice Calixtino aparecía a la venta, junto
con otro libro, por 200 euros negociables-. Unai, la ubicación del vendedor es
en Santiago de Compostela -acertó a decir hecha un manojo de nervios- tú
podrías por casualidad rastrear la IP del vendedor...?
- Ya lo he hecho, Coro, apunta...
Mientras Coro conducía a toda
prisa a la dirección que Unai le había indicado, el teniente McArron maldecía a
todos sus antepasados en gaélico, lleno de barro hasta las rodillas, al haber
derrapado su moto de camino a la casa del sospechoso. Y lo peor de todo era que
del golpe, el ciclomotor se había quedado averiado y tendría que llamar a
alguien para que viniera a echarle una mano...
Continuará...
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