Capítulo 47.- Cantando la Traviata
- Perdone, pero estoy buscando la
Rua Mayor y creo que me he perdido...
Unai se
dirigió a un policía nacional cuya moto se encontraba aparcada, junto con un
par de coches de policías, a la entrada de la ciudad por al A231.
- Oiga
-interrumpió al agente que le estaba dando las instrucciones sobre cómo llegar
al centro- pero me sorprende ver tanto despliegue policial a estas horas del día...
¿Ocurre algo?
- No le puedo dar información concreta porque estamos en medio de una operación delicada, pero todo este dispositivo está relacionado con el robo del códice Calixtino –respondió el policía sin darse cuenta que le acababa de dar la información que no podía dar.
- ¡Ah! –soltó Unai, procurando no mostrar excesivo entusiasmo- ¿Y han dado ya con el ladrón?
- Ya le he dicho que no le puedo decir nada más. Estamos en plena actuación, ya tenemos un detenido y ya está prácticamente localizado el lugar donde han escondido el Calixtino ese; pero ya le he dicho que no puedo darle ninguna información, así que circule, por favor, que me va a obstaculizar el tráfico...
Después de varias llamadas y SMS
a Coro, sin obtener respuesta, Unai tenía claro que tendría que hacer
averiguaciones por su cuenta si quería dar con ella. Y ella estaría
persiguiendo al códice, de forma que, en lugar de dirigirse a donde tenía
pensado ir inicialmente, encaminó el coche en dirección a la comisaría de
policía. Ahí podría enterarse de algo más.
Mientras tanto, en la comisaría
central, Mariano estaba derrumbado en una silla, enfocado por un flexo
deslumbrante en una habitación de paredes desconchadas y olor a humedad. Le
habían trasladado a las dependencias de la Brigada Antivicio, ya que por falta
de personal y de presupuesto, ni en la división en la que llevaban los delitos
contra el Patrimonio ni en la de Delitos Tecnológicos, podían realizar un
interrogatorio como Dios manda, así que, los de Antivicio, que estaban muy acostumbrados
a obtener las mejores "cantatas", se encargarían del caso, según
había decidido el comisario de Policía.
McArron llegó a las dependencias, justo a tiempo,
cuando empezaron a interrogar a Mariano, que era todo un manojo de nervios,
mocos y llanto. El chico, además de haberse cagado en los pantalones, se había
venido abajo tan pronto lo esposaron a la entrada del gimnasio. El porte y la
chulería que mostraba cuando exhibía sus musculitos en el gimnasio habían
quedado para el recuerdo. Ahora era sólo un pobre jovenzuelo, recostado en una
silla, sollozando mientras aseguraba una y otra vez que él no tenía nada que
ver con el robo.
- Por última vez -le insistió el sargento Domínguez, de la Brigada Antivicio- quiero que nos cuentes despacito cómo llegaron los libros que pusiste a la venta en ebay, a tu poder.
- ¡Es que se lo he dicho ya tres
veces y no me hacen caso! –volvió a lloriquear Mariano desesperado-. Estaban en
la bolsa de las verduras que compro en el mercado para que mi madre me las
cocine... Yo estoy haciendo una dieta rica en proteínas y baja en carbohidratos
y...
- ¡Que te calles! -le gritó el sargento-
¡Eso no es lo que te he preguntado!... Repito de nuevo: ¿Cómo llegaron esos
códices a la bolsa de verduras?
- Remigio -susurró Mariano mirando
al suelo-, tiene que ser Remigio... Él llevaba aquella mañana una bolsa con sus
papeles para ir al trapero o donde sea...
- Empezamos a entendernos -resopló
el sargento-. A ver, ¿quién es ese Remigio?
- Es mi primo, un atontao, pero
buen chico... ¿Como iba yo a pensar que él había robado esos libros? Pero
además... Yo no sabía que eran los libros robados, por eso los puse a la venta
en ebay...
- Eso puede que sea cierto, mi sargento -apuntó el
cabo Bonales- Nadie puede ser tan imbécil como para poner a la venta por
Internet unos libros robados que está buscando toda la policía de la ciudad y
la Interpol... ¡y encima pedir por ellos sólo 200 euros!
McArron observaba la escena desde una esquina sin querer intervenir. A fin de cuentas, lo suyo era la parte administrativa, y los interrogatorios siempre le habían desagradado, máxime en este caso, cuando el interrogado se había cagado y la habitación apestaba a una mezcla de sudor y restos fecales... realmente muy desagradable.
Desde su posición alejada para evitar en lo posible el mal olor, McArron hizo una señal al cabo Bonales, el cual se acercó al teniente.
-Este no sabe ni por donde le llegan los tiros. Averigüemos de qué manera se deshizo de los códices y lo dejamos ir, pero manteniendo la vigilancia policial.
Tras una hora más de interrogatorio, en la que Mariano explicó lo que había ocurrido con la mochila, cómo se la había arrancado de las manos a una desconocida que salió tras de él y cómo se había chocado con Remigio, el joven fue puesto en libertad con cargos, ya que el hecho de vender Patrimonio Histórico Artístico a través de Internet, estaba tipificado como delito y debería responder ante los tribunales por su falta.
A la puerta de las dependencias policiales, alguien que se estaba liando un cigarrillo en un coche, puso el motor en marcha cuando vio salir a Mariano. Ni corto ni perezoso, siguió al mozo por las intrincadas callejuelas del centro durante un trecho hasta que, en un ceda el paso, lo perdió de vista.
Fue entonces cuando Unai se bajó del coche para observar hacia donde se había encaminado el condenado chico. Su sorpresa fue mayúscula cuando, de un frenazo en el mismísimo cruce, casi se estampa contra el coche que conducía su amiga Coro, acompañada de Marcelino Linaza...
- No le puedo dar información concreta porque estamos en medio de una operación delicada, pero todo este dispositivo está relacionado con el robo del códice Calixtino –respondió el policía sin darse cuenta que le acababa de dar la información que no podía dar.
- ¡Ah! –soltó Unai, procurando no mostrar excesivo entusiasmo- ¿Y han dado ya con el ladrón?
- Ya le he dicho que no le puedo decir nada más. Estamos en plena actuación, ya tenemos un detenido y ya está prácticamente localizado el lugar donde han escondido el Calixtino ese; pero ya le he dicho que no puedo darle ninguna información, así que circule, por favor, que me va a obstaculizar el tráfico...
- Por última vez -le insistió el sargento Domínguez, de la Brigada Antivicio- quiero que nos cuentes despacito cómo llegaron los libros que pusiste a la venta en ebay, a tu poder.
McArron observaba la escena desde una esquina sin querer intervenir. A fin de cuentas, lo suyo era la parte administrativa, y los interrogatorios siempre le habían desagradado, máxime en este caso, cuando el interrogado se había cagado y la habitación apestaba a una mezcla de sudor y restos fecales... realmente muy desagradable.
Desde su posición alejada para evitar en lo posible el mal olor, McArron hizo una señal al cabo Bonales, el cual se acercó al teniente.
-Este no sabe ni por donde le llegan los tiros. Averigüemos de qué manera se deshizo de los códices y lo dejamos ir, pero manteniendo la vigilancia policial.
Tras una hora más de interrogatorio, en la que Mariano explicó lo que había ocurrido con la mochila, cómo se la había arrancado de las manos a una desconocida que salió tras de él y cómo se había chocado con Remigio, el joven fue puesto en libertad con cargos, ya que el hecho de vender Patrimonio Histórico Artístico a través de Internet, estaba tipificado como delito y debería responder ante los tribunales por su falta.
A la puerta de las dependencias policiales, alguien que se estaba liando un cigarrillo en un coche, puso el motor en marcha cuando vio salir a Mariano. Ni corto ni perezoso, siguió al mozo por las intrincadas callejuelas del centro durante un trecho hasta que, en un ceda el paso, lo perdió de vista.
Fue entonces cuando Unai se bajó del coche para observar hacia donde se había encaminado el condenado chico. Su sorpresa fue mayúscula cuando, de un frenazo en el mismísimo cruce, casi se estampa contra el coche que conducía su amiga Coro, acompañada de Marcelino Linaza...
Continuará...
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