domingo, 2 de mayo de 2021

El códice y el robobo (38)

Capítulo 33.- El cambiazo

Cuando llegaron los tres nuevos socios al hospital, Coro Elizalde, Ioseba Rena y Marcelino Linaza al hospital, les comunicaron que llegaban tarde, que los pacientes de las habitaciones 213 y 214 ya habían sido dados de alta. Sin perder más tiempo, subieron todos al coche de Coro y se dirigieron al barrio de San Lázaro, pues no querían perder la pista de Remigio y su preciada carga. Sin embargo el muchacho ya había salido de su casa cuando ellos llegaron al lugar.
 
Otra vez de camino al local de antigüedades de Marcelino Linaza, Remigio decidió pasarse un momento a saludar a su primo Mariano, que trabajaba de portero en una discoteca los fines de semana y durante la semana, como monitor en un gimnasio. Mariano estaba como un armario ropero, debido a las horas que dedicaba a levantar pesas y a una dieta especialmente formulada para los fisioculturistas, basada en la ingesta de proteínas y la reducción del consumo de hidratos de carbono. Se hacía las tortillas francesas solo con la clara de huevo y tiraba la yema, hasta que un día su madre le pilló cometiendo semejante despropósito y le soltó un par de guantazos de órdago, por haber desperdiciado “lo más alimenticio del huevo”.
 
Como le resultaba difícil poder seguir la dieta en casa de unos padres tan anticuados, había optado por comprar él mismo la verdura y la carne que quería que le preparara su madre, la señora Anacleta, para no tener problemas. Cada mañana iba al mercado y cargaba una buena cantidad de verdura de temporada en una de estas bolsas verdes, que en tan pocos sitios daban gratis. Cuando llegaba al gimnasio la dejaba en la recepción, porque no dejaban entrar con bolsas, y luego la recogía.
 
Allí fue también donde dejó Remigio su bolsa con los libros, porque le dijo una chica pelirroja que estaba informando sobre los horarios de las clases a una pareja de chiquillas, que con aquello “no podía entrar a la sala”.
 
Remigio saludó muy afectuoso a su primo Mariano, sin embargo este no se alegró tanto de volver a verle, ya que el aspecto descuidado de Remigio y su fama de atontao, no contribuían a que las chicas se llevaran una buena impresión y esto a Mariano le disgustaba profundamente, sobre todo cuando de ligar se trataba; y si él dedicaba tantas horas a sus músculos era para poder sacarle luego partido con las chicas.
 
- Hola Mariano- saludó Remigio.
- Hola Remi. ¿Qué te trae por aquí?
- Saludarte, únicamente, es que pasaba de camino a la tienda de Marcelino para venderle unos libros y dije, “voy a saludar al Mariano, que seguro que está ahí, machacándose en el gimnasio”.
 
Lo que en realidad pretendía el pobre desgraciado es que Mariano le dejara pasar el sábado por la noche a la discoteca en la que trabajaba de portero y le invitara a un cubata "por la patilla", pero no sabía como decírselo sin que el fornido chaval se lo tomara mal.
 
- Pues mira -dijo Mariano apartándolo para un lugar menos visible- aquí me tienes, haciendo deporte.
- Ya, lo mismo que  por la noche -espetó Remigio tratando de hacer una gracia.
- ¿Por la noche? ¿Que quieres decir?
- Por la noche también haces de porte, pero en una discoteca... ¡De portero! ¡jajajajaja!- estalló en carcajadas, asombrándose a sí mismo de lo gracioso de su ocurrencia.
- Si, claro.... jejejejejejeje –coreó sin entusiasmo Mariano, a quien no le había hecho ninguna gracia la chorrada de su primo.
- ¡Bueno machote!- dijo Remigio que no sabía cómo prolongar más la charla- te dejo aquí, que sigas con lo tuyo, a ver si nos vemos algún fin de semana y nos tomamos algo....
- Ya sabes que yo trabajo por las noches y eso va a ser complicado, pero siempre me encontrarás aquí por las mañanas para tomar un café o una caña....
 
Remigio se quedó un tanto fastidiado, porque, muy lejos de salirle bien la jugada -que él consideraba haber realizado con suma astucia- la respuesta de su pariente le cayó como un jarro de agua fría. No solamente Mariano no había captado su indirecta y su sentido del humor sino que tenía claro que, si quería tomar un cubata el fin de semana, tendría que rascarse el bolsillo. 
 
Tan ofuscado salió del recinto deportivo que no se percató que había cogido una bolsa verde cargada de verdes habichuelas y verdes alcachofas hasta que no había caminado más de media hora en dirección a la chamarilería. Entonces se dio cuenta de lo que había pasado y volvió  al gimnasio tan deprisa como sus pies se lo permitían....
 
Para entonces, Mariano ya estaba en su casa, mirando extrañado dos ejemplares que parecían antiquísimos, que venían metidos en una bolsa verde de plástico en la que tenía que haber habichuelas y alcachofas... pero ahora sólo contenía aquellos dos libros viejos.

Continuará...

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