Capítulo 33.- El cambiazo
Cuando llegaron los tres nuevos
socios al hospital, Coro Elizalde, Ioseba Rena y Marcelino Linaza al hospital,
les comunicaron que llegaban tarde, que los pacientes de las habitaciones 213 y
214 ya habían sido dados de alta. Sin perder más tiempo, subieron todos al
coche de Coro y se dirigieron al barrio de San Lázaro, pues no querían perder
la pista de Remigio y su preciada carga. Sin embargo el muchacho ya había
salido de su casa cuando ellos llegaron al lugar.
Otra vez de camino al local de
antigüedades de Marcelino Linaza, Remigio decidió pasarse un momento a saludar
a su primo Mariano, que trabajaba de portero en una discoteca los fines de
semana y durante la semana, como monitor en un gimnasio. Mariano estaba como un
armario ropero, debido a las horas que dedicaba a levantar pesas y a una dieta
especialmente formulada para los fisioculturistas, basada en la ingesta de
proteínas y la reducción del consumo de hidratos de carbono. Se hacía las
tortillas francesas solo con la clara de huevo y tiraba la yema, hasta que un
día su madre le pilló cometiendo semejante despropósito y le soltó un par de
guantazos de órdago, por haber desperdiciado “lo más alimenticio del huevo”.
Como le resultaba difícil poder
seguir la dieta en casa de unos padres tan anticuados, había optado por comprar
él mismo la verdura y la carne que quería que le preparara su madre, la señora
Anacleta, para no tener problemas. Cada mañana iba al mercado y cargaba una
buena cantidad de verdura de temporada en una de estas bolsas verdes, que en
tan pocos sitios daban gratis. Cuando llegaba al gimnasio la dejaba en la
recepción, porque no dejaban entrar con bolsas, y luego la recogía.
Allí fue también donde dejó
Remigio su bolsa con los libros, porque le dijo una chica pelirroja que estaba
informando sobre los horarios de las clases a una pareja de chiquillas, que con
aquello “no podía entrar a la sala”.
Remigio saludó muy afectuoso a su
primo Mariano, sin embargo este no se alegró tanto de volver a verle, ya que el
aspecto descuidado de Remigio y su fama de atontao, no contribuían a que las
chicas se llevaran una buena impresión y esto a Mariano le disgustaba
profundamente, sobre todo cuando de ligar se trataba; y si él dedicaba tantas
horas a sus músculos era para poder sacarle luego partido con las chicas.
-
Hola Mariano- saludó Remigio.
-
Hola Remi. ¿Qué te trae por aquí?
-
Saludarte, únicamente, es que pasaba de camino a la tienda de Marcelino para
venderle unos libros y dije, “voy a saludar al Mariano, que seguro que está
ahí, machacándose en el gimnasio”.
Lo que en realidad pretendía el
pobre desgraciado es que Mariano le dejara pasar el sábado por la noche a la
discoteca en la que trabajaba de portero y le invitara a un cubata "por la
patilla", pero no sabía como decírselo sin que el fornido chaval se lo
tomara mal.
-
Pues mira -dijo Mariano apartándolo para un lugar menos visible- aquí me
tienes, haciendo deporte.
-
Ya, lo mismo que por la noche -espetó Remigio tratando de hacer una
gracia.
-
¿Por la noche? ¿Que quieres decir?
-
Por la noche también haces de porte, pero en una discoteca... ¡De portero!
¡jajajajaja!- estalló en carcajadas, asombrándose a sí mismo de lo gracioso de
su ocurrencia.
-
Si, claro.... jejejejejejeje –coreó sin entusiasmo Mariano, a quien no le había
hecho ninguna gracia la chorrada de su primo.
-
¡Bueno machote!- dijo Remigio que no sabía cómo prolongar más la charla- te
dejo aquí, que sigas con lo tuyo, a ver si nos vemos algún fin de semana y nos
tomamos algo....
-
Ya sabes que yo trabajo por las noches y eso va a ser complicado, pero siempre
me encontrarás aquí por las mañanas para tomar un café o una caña....
Remigio se quedó un tanto
fastidiado, porque, muy lejos de salirle bien la jugada -que él consideraba
haber realizado con suma astucia- la respuesta de su pariente le cayó como un
jarro de agua fría. No solamente Mariano no había captado su indirecta y su
sentido del humor sino que tenía claro que, si quería tomar un cubata el fin de
semana, tendría que rascarse el bolsillo.
Tan ofuscado salió del recinto
deportivo que no se percató que había cogido una bolsa verde cargada de verdes
habichuelas y verdes alcachofas hasta que no había caminado más de media hora
en dirección a la chamarilería. Entonces se dio cuenta de lo que había pasado y
volvió al gimnasio tan deprisa como sus pies se lo permitían....
Para entonces, Mariano ya estaba
en su casa, mirando extrañado dos ejemplares que parecían antiquísimos, que
venían metidos en una bolsa verde de plástico en la que tenía que haber
habichuelas y alcachofas... pero ahora sólo contenía aquellos dos libros
viejos.
Continuará...
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