viernes, 14 de mayo de 2021

El códice y el robobo (50)

Capítulo 45.- Compostela connection
 
Cuando Marcelino Linaza oyó las sirenas de los coches de policía que circulaban a toda velocidad en dirección a la Rua Maior no le quedo la menor duda. En Santiago no ocurrían demasiadas cosas que requiriesen la presencia de media docena de vehículos policiales. Aquello estaba relacionado, casi con seguridad, con el códice Calixtino.
 
Tuvo que zarandear a Coro para que pusiera el coche en marcha, puesto que la chica había quedado en shock tras haber tenido el ejemplar en sus manos y, segundos después, haberle sido arrebatado. Estaba tan noqueada que no había sido siquiera capaz de echarse a llorar. Sólo hiperventilaba, con la cabeza baja apoyada en el antebrazo que reposaba en un poyete de piedra.
 
- Chica, ahora no es el momento, tenemos que seguir a la policía... Si mi instinto no me falla, estos van detrás del chaval de la mochila.
 
Sólo hizo falta esta palabra para que Coro reaccionara inmediatamente. Como movida por un resorte se incorporó y subió sin tardanza al asiento del conductor. Sin muchas contemplaciones enfiló en dirección al centro y en el trayecto poco le importó la luz que mostrasen los semáforos o lo que hubiese dibujado en las señales de tráfico. Conducía como enloquecida por un febril deseo de encontrar al que le había arrebatado lo que ella más deseaba en este mundo y eso le producía un profundo malestar por haberse quedado paralizada y no ser capaz de reaccionar a su debido tiempo.
 
- Tranquila mujer, no hace falta que te saltes ese semaf... Oye mira que aquí no se puede girar por... Escucha, frena un poco que el máximo de velocidad permi...
 
A Linaza se le quedaban las frases a medias porque, en su frenética carrera, Coro no reparaba en nada, ni se detenía ante ningún obstáculo con tal de llegar al lugar donde se reunían los coches patrulla para, supuestamente, dar caza al interfecto.
 
Y no se equivocaba el anticuario. Cuando estaban apenas a una manzana del gimnasio "O músculo forte", varios vehículos se colocaron en la puerta formando una barrera, como en las pelis de acción y sacaron sus megáfonos para avisar al sospechoso.
 
- ¡Mariano Cifuentes! ¡Le habla la policía! ¡Salga Ud. con las manos en alto y no intente nada!
 
Coro y Marcelino estaban viendo la escena desde una distancia prudencial, agazapados detrás de un buzón de correos situado a escasos metros de los coches, puesto que se había establecido un cordón de seguridad y no se dejaba pasar a nadie.
 
Las sirenas de los coches atronaban el ambiente, como si se tratase de una feria local. Los vecinos habían salido a los balcones y la gente se arremolinaba en las esquinas para saber qué era lo que  pasaba.
 
De repente, el prófugo, tembloroso y moqueante, apareció en la puerta del local, con los pantalones del chandal cagaos y llorando como un bebé.
- ¡Saque la mochila! -exigió una voz desde el megáfono- ¡La mochila con los libros!
- No la tengo -aseguró Mariano, con la voz entrecortada, incapaz siquiera de gritar- Me la han robao cuando venía para acá.
 
Pero el policía, al que esta historia no le cuadraba lo más mínimo, no se dejó convencer por el joven y volvió a la carga.
- ¡Mariano Cifuentes! -volvió a proferir, con voz autoritaria, por el megáfono- ¡Entregue en este momento la mochila con los libros! ¡Es una orden!
 
Mariano entonces se vino abajo. Preso de un ataque de pánico se tiró al suelo a patalear, berreando que no la tenía y que era inocente, que el no había hecho nada.
 
Fue entonces, cuando, como una fuerza arrolladora de la naturaleza, la Ambrosia, a quien le habían avisado mientras estaba atendiendo a su hermana, de que la policía iba a arrestar a su sobrino y que estaban todos los coches patrulla en la puerta del gimnasio, rompió el cordón policial y se abalanzó sobre el agente que llevaba el megáfono y se lo arrebató ante la sorpresa general.
 
- ¡Marianooooooooooo! -berreó con todas sus fuerzas la Ambrosia- ¡No seas loco, hermoso... Si te piden la mochila dásela, que ya te compraremos otra!
- ¡Titaaaaaaaaaaaaaa! -gritó el joven, a quien ya estaban esposando un par de agentes - ¡Ayúdame! ¡Me van a llevar preso! ¡Habla con el Remigio! ¡Él los tiene! ¡No quiero ir a la cárcel! ¡Llama  a mi madre! ¡Titaaaa!
- ¡Traiga eso señora! -dijo un policía intentando arrebatarle el megáfono con muy malos modales- Ud. no tenía que estar aquí. ¿Pero es que no ha visto que la zona está acordonada?
- Oiga Ud. -replicó Ambrosia sin dejarse amilanar.
- ¡Ni oigo ni ocho cuartos! Ud. traiga aquí el megáfono.
- Yo le doy el meganfox si ustedes dejan en paz al muchacho, que está en un "ay" y a su madre le va a dar algo
- Señora, ese chico está acusado de un delito contra el Patrimonio Histórico Artístico y ahora mismo va a venir a declarar a la comisaría y Ud. también como no me devuelva el megáfono y no salga ahora mismo de esta zona. Deje ya de molestar o la acuso de obstrucción a la justicia y se viene también con nosotros.
- Habráse visto, desalmaos y sinvergüenzas... El probre chico que se va a poner malo... No tien ustés corazón...
 
Ya estaba Ambrosia dispuesta a soltarle un bolsazo al agente, cuando un brazo la detuvo.
- Ambrosia, estate quieta que te buscarás un lío. Así no vas a ayudar al muchacho- le dijo Ioseba Rena, sumándose a la escena no se sabe bien cómo ni por dónde-. Ya nos vamos agente, discúlpela, es que el chico ese es su sobrino y la señora está muy nerviosa...
 
Y así, finalmente, apoyada en el hombro de su hombre, Ambrosia se alejó calle abajo mientras dos sombras les seguían de cerca... Las de Coro Elizalde y Marcelino Linaza.

Continuará...

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