lunes, 10 de mayo de 2021

El códice y el robobo (46)

Capítulo 41.- Todo lo que sube, baja

Marcelino Linaza y Coro estaban llegando a la casa que se correspondía con la dirección IP que le había facilitado Unai cuando se percataron de la presencia de un coche de policía que estaba aparcado justo frente a ese portal. No solamente eso; también pudieron ver cómo un BMW negro imponente se acercaba en esos momentos a la vivienda, paraba muy cerca del coche de la policía y de él se bajaba alguien que les resultó familiar: Bartolomé Laza, el secretario del museo catedralicio.
 
Afortunadamente aún les faltaba un trecho para llegar a la casa, así que detuvieron el coche y apagaron el motor, con precaución para no ser vistos ni levantar sospechas. Desde una confortable distancia pudieron ver cómo Laza saludaba, junto al portal, a los agentes, al tiempo que intercambiaban unas palabras. De repente, Marcelino apretó el brazo de Coro y, le señaló con el dedo las azoteas de la zona… 
 
Vieron claramente cómo un fornido mozo saltaba como un gamo de una terraza a otra, portando a la espalda una mochila y corriendo como alma que lleva el diablo.
- Uno contra cien a que ese saltimbanqui lleva los códices en la mochila- apuntó Marcelino.
 
Coro asintió con la cabeza. No era muy común que la gente corriera por los tejados, pudiendo salir cómodamente por la puerta... a no ser que uno no quisiera toparse con lo que había en la puerta, y lo que había allí era una investigación policial en marcha.
 
Arrancaron de nuevo el motor del coche y cambiaron su rumbo, esta vez siguiendo al chico que burlaba a la policía y que, suponían, llevaba lo que estaban buscando. Las manos de Coro estaban sudorosas a causa de la tensión de aquellos momentos y a Marcelino Linaza se le aceleró la respiración.
- Párate aquí –indicó él.
Orilló el automóvil junto a la acera, mientras Marcelino salía corriendo para dirigirse al chaval que ya había descendido de las "alturas". A Coro le llamó la atención la agilidad del anticuario, ya que, pese a su edad, parecía encontrarse en una estupenda forma física. 
 
Acto seguido bajó ella del coche y se dirigió hacia su compañero, en el preciso momento en que éste agarraba al desconocido por la mochila, sin ningún tipo de miramientos, y lo arrinconaba poniéndolo de cara a la pared, con la mochila a la vista.
- Buenas tardes, joven -dijo Linaza mientras el joven padecía un ataque de taquicardia del susto que llevaba encima-, me gustaría echar un vistazo a lo que llevas dentro. ¿Puedo? 
 
Mariano estaba petrificado, ya que pensaba que aquél desconocido al que acompañaba una joven era policía, así que no opuso resistencia. Linaza le quitó la mochila y se la pasó a Coro para que comprobara su contenido. Coro se apartó un poco para abrir con tranquilidad la mochila y comprobar si contenía lo que sospechaban. El corazón le dio un vuelco cuando se percató que, en efecto, allí había unos libros antiguos, y más aún cuando sacó uno de ellos y comprobó lo que era: "Liber Sancti Iacobi", rezaba en su portada. Suspiró profundamente y con los ojos llenos de lágrimas, sólo atinó a mover la cabeza de manera afirmativa.
 
-oOo-
 
- ¿Qué se les ofrece? -dijo la señora Petra a varios señores que aporreaban su puerta.
- Señora, somos de la policía y venimos a investigar un delito que ha cometido alguien que vive en esta dirección.
- ¿Un delito? ¿Pero que dicen ustés? ¡Madre del amor hermoso! ¿Qué es lo que ha pasao?
 
Un señor muy trajeado, con cara de hurón, se abrió paso entre los agentes y se personó en el interior de la vivienda
- Señora, permítame. Soy Bartolomé Laza, secretario de museo catedralicio, y estoy aquí para verificar que alguien que vive aquí, ha puesto a la venta por Internet dos ejemplares robados al museo, entre ellos, el códice Calixtino.
- ¿Un robo? ¡Eso no es posible!... ¡Ay, ay, ay, que desgracia!
 
Fue entonces cuando la señora Petra, madre de Mariano y hermana de Ambrosia, cayó como un ropón al suelo, lo que provocó un gran alboroto entre las vecinas que estaban con la puerta de sus respectivas casas medio entornadas, e incluso otras asomándose al pasillo y al hueco de la escalera, oyéndolo todo. Al caer desplomada Petra, todas ellas acudieron en tropel y dando voces para ayudar a la buena mujer, e indignadas por lo que pudieran haberle hecho esos hombres.
 
De repente, los agentes y Laza se vieron rodeados por más de media docena de señoras que gritaban, les empujaban, se agolpaban su alrededor y revoloteaban de un lado a otro, yendo y viniendo a por agua, a por un copazo de coñac o a por las gotas de Efortil, pues todas querían colaborar en la recuperación de su vecina, la señora Petra....

Continuará...

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