Capítulo 35.- El que espera, desespera
Marcelino y Coro se habían quedado en el coche
esperando a Ioseba, porque según él, era el más adecuado para sonsacar a
Ambrosia los planes que tenía en relación con el códice Calixtino. Para
entretenerse durante la espera, pusieron la radio del coche.
Las noticias locales eran de lo más común, sin
ningún tipo de interés, salvo el hecho de que un camión había derrapado en la
AP 53, provocando una fuga masiva del cargamento que llevaba: gallinas. Según
decían, más de 3.000 gallinas pintas andaban desperdigadas entre las
localidades de A Barcía y Covas, causando no pocos problemas a sus vecinos,
hasta el punto que, a última hora de la tarde, había tenido que intervenir el
SEPRONA para solucionar la invasión gallinácea...
Antes de apagar la radio, después de la Meteo, dieron
una información de última hora que captó su atención. El día 17 del mes próximo
se esperaba la visita de varias autoridades suecas, acompañadas de la reina
Silvia, al museo catedralicio de la ciudad para participar unas las jornadas
organizadas por la delegación de Cultura de la Xunta de Galicia, con el
patrocinio de Caixa Galicia, bajo el sugestivo título de “Los primeros legados
documentales del Camino Jacobeo”.
Ante la reciente desaparición del códice Calixtino,
las autoridades en cuestión habían pensado en posponerlas, pero como el museo
contaba con fondos suficientes y un facsímil del ejemplar sustraído, finalmente
se decidió continuar, ya que resultaba un acontecimiento cultural de primer
orden.
Marcelino Linaza volvió a encender otro cigarrillo,
aburrido por la espera.
- Pero, ¿qué diantre hace este hombre ahí
dentro?
- Mejor no preguntar... –le respondió Coro en
tono sarcástico..
Fue entonces cuando Ioseba asomó la cabeza por la
ventana, moviendo mucho los brazos y haciendo aspavientos. Parecían señales
dirigidas a sus cómplices, Coro y Marcelino, así que Coro se apresuró a salir
del coche y acercarse con disimulo a la verja de la ventana.
- Oye, chica, que me quedo a comer con la
Ambrosia –le susurró desde el interior de la casa Ioseba.
- ¿Cómo que te quedas a comer? ¿Pero has sacado
algo en claro? ¿Dónde está el códice? ¿Dónde anda el Remigio? –le ametralló con
preguntas Coro.
- Deja de preguntar ahora, ya os explicaré cuando
sepa algo más. Cambio y cierro –y tras soltar esa chorrada, Ioseba cerró la
ventana y volvió al interior de la vivienda.
De regreso al coche, Coro informó a Marcelino. Los
dos estuvieron de acuerdo en que no tenía sentido permanecer allí más tiempo.
Él se iría a la tienda, porque tenía que organizar cosas, y Coro volvería a su
casa, porque tenía que coger ropa limpia, revisar sus correos, llamar a Unai...
- ¡Ufff! –suspiró Coro- Unai me va a matar...
Llevo sin llamarle no sé cuánto tiempo...
- ¿Quién es Unai? ¿Alguien que debamos conocer?
- No, es mi amigo... Él está al tanto de todo
esto... Al menos, lo estaba hace un par de días, porque no he tenido ni tiempo
de volver a llamarle y de ponerle al día...
- ¿También participará en el rescate del códice
y reclamará su parte?
Coro frenó el coche en seco y miró fijamente a
Linaza para aclararle las cosas ya que, al parecer, él tenía sus propios planes
para el Códice y ella no iba a permitir que nadie la apartase de su secreto
objetivo.
- Escucha –le
dijo pausadamente Coro-, aquí nadie va a pedir un rescate por el códice.
Nadie se va a beneficiar de su robo, no se trata de una extorsión económica...
Pero... ¿con quién te crees que estás tratando?
- No lo sé –replicó extrañado Marcelino
Linaza-. Dímelo tú –respondió a la gallega-. Sería esta la primera vez que
alguien perpetra un robo sin perseguir una finalidad monetaria...
- Pues –aclaró- estás asistiendo a ese momento.
No tengo la menor intención de comerciar con él, y si esa es tu idea, más vale
que nos separemos ahora. La idea de conseguirlo es mía, todos los esfuerzos han
sido míos...
- Pero entonces, si no se trata de dinero –le
cortó Linaza- ¿qué es lo que buscas, rapaza?
Ella sólo aludió a razones personales, sin
especificar y le dijo que si no quería ayudarla podía marcharse; a fin de
cuentas ninguno de los dos se iría de la lengua puesto que estaban metidos en
eso hasta las cejas. Marcelino Linaza no estaba dispuesto a desperdiciar
ninguna oportunidad de negocio y esa chica no le ofrecía ninguno, antes al
contrario, sólo buscaba ayuda desinteresada, por lo que estuvo a punto de
dejarla ahí plantada y olvidarse del asunto; sin embargo, pensó que el curso de
los acontecimientos suele ser imprevisible y que quién sabe si más adelante se
presentaría alguna oportunidad de hacer negocio, así que comprendió que era
mejor seguirle el juego a esa rapaza en espera de cualquier oportunidad que, en
su propio beneficio, pudiera surgir de todo aquello.
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