viernes, 21 de mayo de 2021

El códice y el robobo (57)

Capítulo 52.- El hombre invisible
 
Cuando Ioseba llegó hasta su coche, el espectáculo era dantesco y el corazón se le encogió al verlo todito él envuelto en llamas. No acertaba a comprender qué había pasado, pero el cristal lateral trasero estaba roto y todo el interior ardía como si le hubieran echado gasolina... “gasolina” se dijo, y comprendió no solo que aquello no había quien lo apagase sino que de un momento a otro el coche podía volar por lo aires. Se alejó rápidamente de allí y gritó a unos curiosos que contemplaban divertidos el espectáculo, para que se alejasen. Apenas unos segundos después, una tremenda explosión levantó el coche del suelo dejándolo caer de nuevo en el mismo sitio, esta vez, envuelto en unas llamaradas mucho mayores... no era de extrañar, esa misma mañana había llenado el depósito de gasolina.
 
Cuando se oyó la explosión, Ambrosia, en un acto instintivo, abrazó su colada tratando de protegerla de la chamusquina que ya podía olerse en todo el barrio y que comenzaba a esparcir el tizne por todos los lugares... “pero no mi ropa recién lavada”, se dijo. Y de inmediato cerró bien las ventanas para que su casa siguiese estando tan limpia como siempre. Tan atareada estaba que no se dio cuenta de Remigio que, sentado a la mesa, estaba dando buena cuenta de la cena de los tres, con tanto apetito que hasta se le había manchado de tinta de calamares la punta de la nariz.
 
Se oyeron unos golpes en la puerta y acudió Ambrosia a abrir. Lo que vio la dejó sin palabras: era Ioseba, con la cara y la ropa llena de tizne y el semblante demudado por la impresión. Tras unos instantes de titubeo, Ambrosia recuperó la normalidad y le dijo:
- Vamos pa dentro que tiés que lavarte bien. (Y es que ella no pensaba en otra cosa, ni siquiera cuando estaba en presencia de su amado).
Ioseba sólo acertaba a decir:
- Mico... mico...
- ¿Qué dices de un mono? –preguntó extrañada Ambrosia.
- Mi coche... ha explotado.
- ¿Era tu coche?
- Sí, y no ha quedado nada.
- ¡Válgame Dios! –exclamó Ambrosia- ¡Si es que esos inventos los carga el diablo! ¡Ven pacá que te lave bien questás hecho un ecce homo!
 
Una vez aseado, Ambrosia lo llevó al cuarto de Remigio para buscarle algo de ropa de su hijo para que se la pusiese, ya que la que llevaba necesitaría una buena sesión de lavadora. Lo dejó unos instantes solo en la habitación de Remigio y este comenzó a vestirse. Al meter una pierna por el pantalón, se le enganchó el pie dentro de la pernera y comenzó a dar saltitos tratando de no perder el equilibrio, pero sus esfuerzos fueron en vano; cayó de culo sobre un montón de ropa, libros, papeles y cajas que el chico había dejado amontonadas en un rincón (era su forma de “ordenar” su habitación). Cuando, por fin, consiguió ponerse los pantalones miró hacia el montón donde había caído y el corazón le dio un vuelco. “¿Qué es eso?”, se dijo mientras se acercaba a un viejo libro que asomaba en la parte baja de dicho montón. Lo cogió y notó que el corazón se le salía del pecho: ¡Era el códice Calixtino...! O al menos eso parecía... y estaba allí tirado entre montañas de papelote sin valor. Lo cogió con cuidado y lo envolvió en un periódico viejo que encontró por allí.
 
- Ya estoy, Ambrosia –contestó, una vez hubo recuperado el resuello después de la impresión que le produjo encontrar el códice, más fuerte aún que la impresión de ver destruido su coche-. Mañana mismo te devolveré la ropa del chico, ahora tengo que irme para dar parte al seguro.
- ¿Y te vas a ir sin cenar...?
Ambrosia no pudo terminar la frase porque según hablaban entraron en el salón y allí estaba Remigio, con la nariz y los morros manchados de tinta de calamar y la fuente en donde lo había preparado Ambrosia para los tres completamente vacía; incluso rebañada con migas de pan según podía deducirse de los churretones que aún se apreciaban.
Por toda respuesta, Remigio soltó un eructo tan grande que hasta vibró el televisor.
 
Antes que Ambrosia pusiese a caldo a su hijo, Ioseba enfiló la puerta:
- Ya te llamaré, Ambrosia, y gracias por todo.
Salió y cerró la puerta tras de sí, mientras Remigio ponía cara de circunstancias ante la mirada asesina de su madre, y trataba de hacerse invisible, cosa que no logró, por supuesto.

Continuará...

 

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