Capítulo 88.- Otra vez al Hospital y
por la puerta grande
-
¿Cómo dizusté que se llama? -preguntó Toribio.
- Fransuá –respondió Francoise, que acababa de encontrase con él a la entrada de la urbanización “El Chaparral” a la que Toribio había regresado tras escaparse del Hospital.
Al oír esa pronunciación francesa a Toribio se le vinieron a la mente (o más bien “al dente”) los deliciosos sabores del fuagrás (o sea, “foie gras” en francés) y –mientras empezaba a babear como el perro de Paulow- volvió a preguntar:
- ¿Y por quién pregunta?
- Por Jacintillo, o sea, Jacinto Monteperales –respondió con acento francés Francoise.
- Pos al Jacinto lo he visto en el Hospital Central. Mismamente yo vengo de allí porque no aguantaba más y ya estoy libre.
Al oír esto, Francoise saltó como un resorte sobre Toribio:
- ¡Qué suerte, ya que dice que está libre, lléveme al Hospital!
Pero las cosas no salen nunca como uno quisiera, y si pueden ir a peor, seguro que van a peor, así que al subirse Francoise encima de Toribio a este se le saltaron los puntos y comenzó a sangrar por las costuras que le habían hecho en el estómago.
Ante tal desaguisado Francoise llamó a una Ambulancia.
- ¿Otra vez a El Chaparral? –se oyó decir a una voz, al otro lado del teléfono, con tono de resignación- Ya vamos, que ya nos sabemos bien el camino.
Y Toribio volvió a entrar otra vez en el Hospital Central por la puerta grande. ¡Qué aficiones más taurinas!
Mientras
tanto, Anacleta estaba compungida; bueno, en realidad estaba sola en su
habitación pero tenía compungido su corazón. ¡Qué malo es el mal de amor!
Pero al mismo tiempo en el cuartelillo, cuando apenas se habían despedido Inocencio Palominos y el sargento Miñambres, entró el guardia Chencho Gandía que ya había regresado –otra vez- de los carnavales de Cádiz y –como no podía ser de otra forma en el líder de un grupo de chirigotas- le cantó a su sargento:
- Ya dicen las malas lenguas
que el hospital es muy malo,
que todo el que allí se ingresa
se queda hecho un guiñapo.
Y pa colmo de los males,
los pacientes se impacientan,
se cruzan a tos los cables,
se insultan y patalean.
Y ansí nos dicen de urgencia
que vayamos para allá;
una jaranda tremenda
que tendremos que parar.
La llamada del deber le hizo levantarse de inmediato de la silla y salir hacia el coche acompañado por Chencho. Justo allí aún estaba Palominos que no encontraba la Vespino.
- ¿Pero no había venido usted en coche? –le preguntó sorprendido Miñambres.
- Andá, ¿en qué estaría pensando? –respondió Palominos que, en realidad, sí sabía en qué pensaba, en su falta de valor para pedir la mano de su amada.
- Vamos al Hospital Central, síganos que puede que necesitemos su ayuda -le dijo Miñambres.
- ¿Ha pasado algo allí?
- Sí, una pelea tremenda en la segunda planta.
Y entonces Palominos se dio cuenta que esa era la planta de Anacleta y de tamaña impresión, se le bajó la bragueta.
- Fransuá –respondió Francoise, que acababa de encontrase con él a la entrada de la urbanización “El Chaparral” a la que Toribio había regresado tras escaparse del Hospital.
Al oír esa pronunciación francesa a Toribio se le vinieron a la mente (o más bien “al dente”) los deliciosos sabores del fuagrás (o sea, “foie gras” en francés) y –mientras empezaba a babear como el perro de Paulow- volvió a preguntar:
- ¿Y por quién pregunta?
- Por Jacintillo, o sea, Jacinto Monteperales –respondió con acento francés Francoise.
- Pos al Jacinto lo he visto en el Hospital Central. Mismamente yo vengo de allí porque no aguantaba más y ya estoy libre.
Al oír esto, Francoise saltó como un resorte sobre Toribio:
- ¡Qué suerte, ya que dice que está libre, lléveme al Hospital!
Pero las cosas no salen nunca como uno quisiera, y si pueden ir a peor, seguro que van a peor, así que al subirse Francoise encima de Toribio a este se le saltaron los puntos y comenzó a sangrar por las costuras que le habían hecho en el estómago.
Ante tal desaguisado Francoise llamó a una Ambulancia.
- ¿Otra vez a El Chaparral? –se oyó decir a una voz, al otro lado del teléfono, con tono de resignación- Ya vamos, que ya nos sabemos bien el camino.
Y Toribio volvió a entrar otra vez en el Hospital Central por la puerta grande. ¡Qué aficiones más taurinas!
Pero al mismo tiempo en el cuartelillo, cuando apenas se habían despedido Inocencio Palominos y el sargento Miñambres, entró el guardia Chencho Gandía que ya había regresado –otra vez- de los carnavales de Cádiz y –como no podía ser de otra forma en el líder de un grupo de chirigotas- le cantó a su sargento:
- Ya dicen las malas lenguas
que el hospital es muy malo,
que todo el que allí se ingresa
se queda hecho un guiñapo.
Y pa colmo de los males,
los pacientes se impacientan,
se cruzan a tos los cables,
se insultan y patalean.
Y ansí nos dicen de urgencia
que vayamos para allá;
una jaranda tremenda
que tendremos que parar.
La llamada del deber le hizo levantarse de inmediato de la silla y salir hacia el coche acompañado por Chencho. Justo allí aún estaba Palominos que no encontraba la Vespino.
- ¿Pero no había venido usted en coche? –le preguntó sorprendido Miñambres.
- Andá, ¿en qué estaría pensando? –respondió Palominos que, en realidad, sí sabía en qué pensaba, en su falta de valor para pedir la mano de su amada.
- Vamos al Hospital Central, síganos que puede que necesitemos su ayuda -le dijo Miñambres.
- ¿Ha pasado algo allí?
- Sí, una pelea tremenda en la segunda planta.
Y entonces Palominos se dio cuenta que esa era la planta de Anacleta y de tamaña impresión, se le bajó la bragueta.
“El dulce gorjeo del buitre en celo”: https://www.bubok.es/libros/210805/El-dulce-gorjeo-del-buitre-en-celo