Unos 10 años después, mi hija pequeña y yo hicimos otra
escalada aunque no tan vertical como aquella. Fue en el peñón de Ifach, en
Calpe (Alicante), aunque no por ninguna de sus paredes verticales sino por la
ruta habitual de los montañeros. Eso sí, una vez que se atraviesa el túnel que
deja atrás el paseo tranquilo de subida y te deja a solas con la montaña, te
encontrabas con unas cuerdas sujetas a la pared ya que sin agarrarte a ellas
mientras haces palanca con los pies sobre la pared diagonal, no era posible
seguir adelante. Así lo hicimos los dos, y tanto gusto nos dio aquello que una
vez atravesamos tan difícil zona nos dijimos: “Vamos para atrás para hacerlo
otra vez y nos hacemos fotos”. Y así lo hicimos, primero ella y luego yo,
mientras el otro le hacía las correspondientes fotografías en tan difícil
tesitura, propia de consumados escaladores.
Después continuamos con la ascensión que ya no presentaba
tanto riesgo aunque sí dificultad y aunque no llegamos a la cumbre, sí que nos
dejó exhaustos y contentos por la experiencia vivida y por lo que íbamos a
fardar enseñando después aquellas fotos agarrados a unas cuerdas sobre una
pared diagonal divisándose muy abajo y a lo lejos el mar y la playa de Calpe.
¡Hay que ver lo agradecido que es el arte de la fotografía!
Hoy día, los alpinistas realizan grandes proezas, pero
van equipados con calzado especial, ropa ajustada, cuerdas, arneses, piolets,
etc... y es que así cualquiera; lo que tiene verdaderamente mérito es escalar
(aunque sólo sea un par de metros) vestido y calzado con ropa de paseo.
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