Pero vayamos con más detalles relacionados con aquella
curiosa promoción (“El gol decisivo contra las malas hierbas”) en donde
contribuí a despertar el interés por el fútbol. Uno de los premios de
consolación era un balón de reglamento y había comprado 1.000 que podían
conseguirse a través de esas tarjetas-rasca que daban a los agricultores que
acudiesen al punto de venta con la entrada de fútbol recibida por correo. El
problema fue que el proveedor nos entregó los 1.000 balones... desinflados,
porque según se excusó si no era así ocupaban mucho espacio y subían mucho los
portes. El caso es que allí estaban los 1.000 balones desinflados y como
aquello era cosa de “los de Publicidad”, o sea, de mi compañero Javier Cebrián
y de mí mismo, nos fuimos allí un día... a inflar balones. Al ser sólo dos “los
de Publicidad”, nos tocó a cada uno inflar 500 balones, y todo esto en el
almacén de productos agroquímicos de la compañía que, por si no lo sabéis, este
tipo de lugares donde se almacenan insecticidas, herbicidas y funguicidas,
tienen un olor terrible a pesticidas, aunque la verdad es que al cabo de un
cuarto de hora de estar allí se te adormece la pituitaria y se te embotan los
sentidos.
La promoción fue todo un éxito y, conforme pasaba el
tiempo, más todavía, porque la fase final de la Eurocopa para España no pudo
ser más exitosa, tanto que llegó lo que nadie podía imaginar al principio de la
misma: que España disputaría la final. Ya teníamos las 50 parejas ganadoras y
junto a estas 100 personas viajamos el Jefe de Producto de Gramoxone (Enrique
Portús, que más tarde sería presidente de la compañía), varios delegados comerciales
para atender a sus clientes, y yo mismo como padre de la criatura (la exitosa
promoción). El viaje no sólo era para ver el partido de fútbol sino también
para visitar París, incluyendo un paseo en barca por el Sena y una excursión al
palacio de Versalles. La anécdota más curiosa tuvo lugar antes de la citada
excursión a Versalles. Nos habíamos citado todos en la recepción del hotel.
Llegó la hora y ya estábamos casi todos. Pasaron 10 minutos y ya estábamos
todos... menos un matrimonio. Pasaron 15 minutos y ese matrimonio no llegaba.
Cundió la alarma. Un delegado comercial subió a su habitación para ver si les
había ocurrido algo. Llamó a la puerta. Le abrieron... y se quedó boquiabierto
con lo que vio. ¿Qué fue eso que llamó tanto su atención? El matrimonio estaba
perfectamente arreglado para salir de excursión y simplemente aguardaban
sentados en la cama a que alguien fuese a recogerlos porque les daba miedo
moverse solos por un hotel (y menos aún por una ciudad) en donde no entendían
nada de lo que hablaba la gente. Aquella había sido la primera vez que salían
de viaje; y por supuesto la primera vez que iban al extranjero. Pero además,
aquella debía ser la primera vez en su vida que se alojaban en un hotel, porque
–según nos el delegado- habían arreglado ellos mismos la habitación y hasta
habían dejado hecha la cama.
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