Así fueron pasando los años, mientras España progresaba
adecuadamente, la economía mejoraba, y los españoles podíamos acceder a nuevos
pequeños lujos y caprichos. El balón de reglamento sustituyó, por ejemplo, a la
pelota. Llegó un día en que la mayor parte de nosotros pudo comprarse unas
botas de fútbol (todas eran negras y con tacos de goma de un único tipo, que se
atornillaban a la suela) que nos parecían preciosas. Y llegó el día en que
pudimos comprarnos camisetas de equipos de fútbol. Pero como cada uno iba a su
aire, cada uno se compraba la camiseta del equipo que quería, así que no había
dos iguales. Bueno, sí había dos iguales, las de mi amigo Benjamín Conde y yo,
que nos compramos el mismo día una camiseta del Peñarol de Montevideo, a rayas
verticales amarillas y negras. Calzarse unas botas de fútbol y salir al campo
(quiero decir al descampado) con una camiseta de equipo profesional, te daba
una fuerza adicional y hasta te hacía mejor jugador; al menos te daba más
confianza en ti mismo y eso se traducía en mejor juego (ya lo explica bien
claro Simeone, el rey de la motivación de jugadores). Como Benjamín y yo íbamos
iguales, siempre jugábamos en el mismo equipo, lo que permitió que nos
compenetrásemos y llegásemos a formar lo que dimos en llamar “el ala infernal”.
Lo que no mejoraba, aunque España sí lo hiciese, eran los campos de fútbol. En
realidad ni mejoraban ni empeoraban, simplemente seguían sin existir, al menos
para quienes íbamos por la vida a nuestro libre albedrío, sin inscribirnos en
ninguna liga, ni participar en ningún campeonato, ni na de na. Los hermanos
Rafael y Eduardo Alcántara, Joaquín Grassi, Fernando de Juana, Juan Carlos
Álvarez, Florentino Cerezo, etc., fueron algunos de aquellos heroicos jugadores
que nos acompañaron.
Nos fuimos haciendo mayores, al menos en cuanto a la edad
que figura en el DNI, porque mayores de edad mental... eso ya es otra cosa.
Pasé a estudiar la carrera de Publicidad en la Escuela Oficial de Publicidad y
allí me hice nuevos amigos aunque conservé algunos de los antiguos. Como
también los había aficionados al fútbol, organizamos de vez en cuando partidos,
pero seguía siendo en las mismas condiciones que antes: descampados de la Casa
de Campo en donde nos citábamos de forma anárquica unos cuantos compañeros, algún
que otro advenedizo y algún otro que estuviese por allí y nos viniese bien para
poder completar equipos. Enrique González Infante, Carlos Álvarez Mateos, Pedro
Díaz Cepero, Álvaro Peces Arriero, Carlos Toro... eran algunos de los
habituales con los que formaba esos equipos de fútbol que parecían una
colección de retales de lo heterogéneos que éramos.
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