Una vez retirado de la práctica activa del fútbol (los
años no perdonan) seguía viva en mí la afición a este deporte, no sólo como
espectador (abonado fiel del Atlético de Madrid) sino también en todo lo
relacionado con este bello deporte. Sin embargo no pasó mucho tiempo puesto que
apenas un año después de empezar a trabajar en la división de agroquímicos del
grupo ICI (Imperial Chemical Industries) que entonces se llamaba en España
Zeltia Agraria aunque poco después pasaría a llamarse ICI-Zeltia, me tocó
inventarme una nueva promoción para nuestro producto estrella, el herbicida
Gramoxone (paraquat).
No sé si sería por aquello de que un herbicida es para
secar las malas hierbas y los campos de fútbol son de hierba, pero el caso es que
al coincidir en el tiempo con la fase final del Campeonato de Europa de Fútbol
de 1984, cuya final se celebraría en París, se me ocurrió dar como premio gordo
50 viajes para dos personas para presenciar la final, y como premio menor,
1.000 balones de reglamento, así como un llavero con los logotipos de aquella
Eurocopa y de Gramoxone, como premio de consolación a todos los participantes
en la promoción.
Como slogan para el producto me inventé “El gol decisivo
contra las malas hierbas” y diseñé una amplísima campaña publicitaria que
incluso incluía cuñas de radio en donde el famoso locutor Elías Rodríguez (se
decía por aquél entonces que nueve de cada 10 anuncios llevaban su voz) narraba
un partido de fútbol imaginario que decía, más o menos así (con una voz
atropellada como la de los locutores de partidos de fútbol): “La presión de las
malas hierbas sobre el cultivo es insistente... pero ahí llega Gramoxone que
recupera el balón, avanza por el campo sorteando contrarios, se interna en el
área, tira y ¡goooool!...´” y ya con voz más pausada añadía: “Agricultor,
marque un gol decisivo a las malas hierbas con Gramoxone. Acuda a su proveedor
habitual y gane un viaje a París para presenciar la final de la Eurocopa o un
balón de reglamento. Gramoxone, el gol decisivo contra las malas hierbas”.
A todos los agricultores se les enviaba una carta que
contenía una entrada falsa para la final y en la misma se indicaba lo que
debían hacer: acudir a su proveedor habitual y canjearla por un sobre
herméticamente cerrado. Dentro del sobre encontraban una tarjeta con un
recuadro de plata que tenían que rascar y descubrir si habían ganado un premio.
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