Como el fútbol ha sido siempre mi deporte favorito, tanto
para practicarlo como para disfrutar como espectador (y sufrir, que para eso
soy del Atleti), no debería extrañar que además de haber sido jugador haya sido
entrenador y empresario. En este capítulo me
voy a referir a mi experiencia como entrenador.
Todo comenzó cuando en 1988 llevé a mi hijo a hacer las
pruebas en el Rayo Vallecano y, tras superar varias de ellas, finalmente
consiguió una plaza en uno de los equipos de fútbol de la categoría Alevín
(niños de 11 a 12 años) que tenía el Rayo Vallecano y que en este caso concreto
estaba patrocinado por Pastelerías Mallorca.
Fue una inmensa alegría conseguir que entrase en un
equipo “profesional” y yo, como padre orgulloso de su hijo, acudí con él al
primer entrenamiento de la temporada 88-89 que iba a comenzar y se estrenaría
con el comienzo de la Liga en el grupo del Ayuntamiento de Vallecas. Allí
fueron llegando todos los niños, algunos de ellos con sus padres, aunque no
todos, puesto que salvo mi hijo y yo que veníamos del otro extremo de Madrid,
el resto eran vecinos de aquél barrio y vivían muy cerca del campo de
entrenamiento. Esto significaba además que yo tendría que llevar a mi hijo
todos los días que hubiese entrenamiento o partido, esperarlo, y volver con él;
un niño pequeño no puede andar solo por Madrid ni viajar solo en Metro.
Conocedores de mi ineludible obligación de acudir y estar allí todos los días,
me pidieron que les echase una mano y fuese su Delegado de Equipo. Acepté
encantado y comencé a llevar las riendas administrativas del equipo.
Los equipos que formaban aquél grupo eran, además de
nosotros que nos llamábamos “Pastelerías Mallorca”, el Rayo Mallorca (también
filial del Rayo), Galerías Serena, Recreativo Palomeras, Deportivo Vallecano,
Buena Noticia, Cosmos, Almadén, Unión y –el que se mostró como nuestro más duro
rival- AFE (el equipo de la Federación de Futbolistas Españoles). El primer
partido se jugó el cinco de noviembre de 1988 contra el equipo hermano Rayo
Mallorca y ¿sabéis cómo acabó? Nada más y nada menos que 9-0 así que ya desde
el principio este equipo demostraba su superioridad. Y es que conforme pasaban
los entrenamientos y los partidos, me quedaba maravillado de la calidad y la
conjunción de aquellos pequeños futbolistas, uno de los cuales –el lateral
derecho- era mi hijo.
Como Delegado del Equipo me reunía con el árbitro antes
del partido para darle las alineaciones y después del mismo para firmar y
recoger el acta arbitral. Muy metido en mi papel, seguía cada partido llevando
la contabilidad de los minutos que jugaba cada jugador, y de los goles que iba
metiendo cada uno. Dos veces entre
semana, acudía a los entrenamientos que se celebraban en un completísimo
polideportivo de Vallecas en donde había un campo de fútbol solo para nosotros
con sus correspondientes focos (ya que en invierno a última hora de la tarde
era noche oscura), suficientes balones, conos de plástico para ensayar jugadas,
petos para los partidillos, etc.
A pesar de tratarse de niños de 11 y 12 años, se les daba
un entrenamiento muy completo, no sólo de táctica, sino también de técnica, de
estrategia y de fortaleza física. Se les hacía correr durante media hora al
menos, saliendo del polideportivo para llegar al parque cercano y regresar
luego otra vez al campo para seguir entrenando. Por entonces yo aún conservaba
buena forma física y me unía al grupo para correr con ellos, al igual que hacía
su entrenador. No contento con eso, también echaba mis pinitos corriendo luego
en solitario por la pista de atletismo que había junto al campo de fútbol de
entrenamiento. Y ya metidos en faena, me ocupaba del entrenamiento específico
de los porteros.
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