Cuando dejé Sideta cambié de tercio, pasando de la
industria farmacéutica a la industria agroquímica, incorporándome a una empresa que se llamaba
Zeltia Agraria, que poco después pasó a llamarse ICI-Zeltia, que luego se llamó
Zéneca Agro, y que ahora se llama Syngenta. ¡Hay que ver qué cambiante es la
vida! ¡Aunque no te cambies de empresa es la empresa la que se cambia! Como
Jefe de Publicidad de la misma estaba en contacto con muchas Agencias de
Publicidad y con una central de compra de Medios, Central Media, cuyo director
era Antonio Ruiz, un gran aficionado al deporte que nos animó a jugar partidos
de fútbol en donde algunos empleados de su compañía y de la nuestra nos
enfrentábamos a los equipos de otras empresas. Por mi parte, ya estaba olvidada
aquella lesión y aún mantenía una buena forma física, capaz de correr los 90
minutos sin desfallecer, así que participé en algunos de aquellos partidos,
incluso una vez volvimos a jugar en un campo de hierba, el que había en el
Parque Sindical, pero lo normal era jugar en campos de tierra, aunque eso sí,
reglamentarios. De estos últimos recuerdo –por lo insólito- uno de ellos.
Se jugó en un campo reglamentario de fútbol en El Pardo y
nuestro equipo –ya llevábamos varios partidos jugando juntos- demostró su
superioridad desde el principio. Sin embargo aquél día brillé más que ningún
otro (bueno, en realidad pocas veces brillé, pero esta vez sí que sí) y realicé
una proeza sin precedentes en toda mi larga, irregular e intermitente carrera
como futbolista. Actué como lateral derecho pero subiendo una y otra vez al
ataque y si bien mi equipo ganó por 9 a 2, ese día marqué 5 goles; pero no
cinco goles cualquiera, sino cinco soles, cinco goles de todas las facturas
posibles. Para el primero, el que abría la cuenta goleadora de mi equipo,
utilicé la estrategia, que era una de mis armas preferidas. Mientras que al ir
a rematar un córner todos los jugadores se apelotonan en el centro del área, yo
busqué el espacio libre que siempre se dejaba (y se sigue dejando) un poco más
allá del segundo palo. Tal como esperaba, hacia ese lugar llegó un balón
rebotado y entonces, estiré la pierna, le di con la tibia y el balón entró en
la portería. Está claro que no es muy normal marcar un gol con la tibia, pero
es que eso sólo era el comienzo, después marqué un gol de un perfecto punterazo
con la derecha, más tarde –algo inédito en mi carrera- marqué de cabeza al
rematar un córner, después marqué otro gol también con la derecha aunque esta
vez golpeando el balón con el interior de la bota, y finalmente, el más
recordado: me escapé por la banda corriendo con el balón controlado; me seguía
de cerca, pegajosamente cerca, un defensa contrario al que no podía dejar
atrás; así, corriendo en paralelo nos fuimos acercando hacia la portería
contraria; no conseguía dejar atrás al defensor contrario, el portero iniciaba
la salida para tapar ángulo, el oxígeno llegaba cada vez con más dificultad a
mi cerebro a consecuencia del esfuerzo que suponía tan larga carrera ya muy
cerca del final del partido; aun así tuve un momento de lucidez mental y un
desborde de confianza y me atreví a hacer lo que no había hecho nunca en mi
vida: chutar con la izquierda, que era la única pierna que me dejaba libre el
defensor-lapa que llevaba pegado todo el tiempo como mi propia sombra. Aquél
inopinado disparo desde fuera del área se coló en la portería rival y todos los
de mi equipo estallamos en un éxtasis de alegría, sobre todo yo que aún no daba
crédito a lo que había sido capaz de hacer con mi pierna mala, la izquierda.
Con aquél momento de gloria irrepetible finalizó mi
carrera como futbolista en activo. En mi haber queda haber jugado en campos de
hierba natural, haber formado defensa con un internacional como Zoco, haber
hecho regates increíbles, haber salvado goles cantados aun a costa de mi
integridad física, y haber marcado goles de todas las facturas. No me gustaría,
sin embargo, acabar este capítulo sin insistir en la importancia de saber jugar
sin balón y saber situarse bien en el campo; pocos jugadores profesionales
saben colocarse en esos espacios libres que quedan en el segundo palo cuando se
saca un córner y esto lo aprendí y utilicé yo solo sin que nadie me lo
enseñara.
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