El éxito de aquél partido había sido tan grande, que la
afición por el fútbol se desató en el laboratorio. Se organizaron más partidos
y, de uno de aquellos, guardo en la memoria una jugada extraordinaria. Nos
enfrentábamos al equipo de otro laboratorio en el campo de fútbol de los
Dominicos de Alcobendas, cuya iglesia levantó Miguel Fisac. El campo era de tierra
pero perfectamente habilitado para jugar al fútbol (redes en las porterías,
líneas marcadas, etc.). En nuestro equipo habíamos introducido –a escondidas- a
una estrella del fútbol, un jugador profesional del Castilla (lo que hoy se
llama Real Madrid B) que era novio de una secretaria del laboratorio, y que
accedió a jugar con nosotros aun sabiendo que tenían prohibido participar en
este tipo de actividades de riesgo. No me acuerdo del resultado final (aunque
ganamos gracias a la infinita superioridad de este jugador profesional) pero sí
de una jugada que dejó boquiabiertos a todos: Cogí el balón en defensa y avancé
por el campo; al llegar al borde del área me salieron dos armarios, esto es,
dos jugadores contrarios de talla XXL, los cuales se plantaron frente a mi
impidiéndome proseguir; todo fue cuestión de décimas de segundo. ¿Qué podía
hacer? ¿Regatear por la derecha? ¿Regatear por la izquierda? ¿Volver para
atrás? ¿Ceder el balón a otro compañero del equipo?... Hice lo más
insospechado, meterme con el balón controlado por la pequeña rendija que
dejaban sus dos enormes corpachones, mientras se escuchaba un ¡oooh! de
sorpresa de cuantos contemplaron aquella maniobra. Luego mi tiro no acabó el
gol, pero eso fue lo de menos, lo importante fue esa chispa de ingenio que me
permitió ver un hueco por donde a nadie se le hubiera ocurrido intentar pasar.
Recuerdo igualmente que al finalizar el partido el mosqueo del equipo rival era
de aúpa y no paraban de decir que ese jugador nuestro (el del Castilla que
habíamos llevado de tapadillo) no era normal, que debía ser profesional; pero
como no era tan famoso como para salir en el Marca, ningún rival pudo
reconocerlo y se quedaron para siempre con la duda... y la derrota.
Aunque no tenga relación con mi faceta de jugador, traeré
a estas páginas una anécdota relacionada con el fútbol durante mi estancia en
Latino-Syntex. La creciente pasión por el fútbol nos había llevado también a
hacer quinielas semanales, siendo yo el responsable de elegir las
combinaciones. Una de aquellas veces acertamos una de 13 y nos correspondió un
premio de algo más de 50.000 pesetas, que en la década de los 70 era mucho
dinero, aunque éramos muchos los que jugábamos y había que repartirlo entre
todos. Como responsable de las quinielas me fui con un maletín a las oficinas
donde se pagaban los premios altos y cobré tan suculento premio. Al llegar al
laboratorio, y antes de entrar a nuestra planta, me retiré discretamente a una
esquina y saqué unos cuantos billetes de 1.000 pesetas dejándolos pillados con
los bordes del maletín, y de esta forma, con un maletín del que sobresalían
numerosos billetes de 1.000 pesetas, hice mi entrada triunfal ante la sorpresa
y jolgorio de todos.
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