Acabé la carrera y comencé a trabajar. Mi primer trabajo
fue en los Laboratorios Latino Synyex y allí tuve la oportunidad de jugar el
primer gran partido de fútbol de mi vida. Habíamos ido de Convención al hotel
Orange, en Benicasim (Castellón), el cual tenía algo que hasta entonces sólo
había tenido a mi disposición en sueños: un campo de fútbol de medidas
reglamentarias y porterías reglamentarias con red, y líneas marcadas en el
terreno de juego, y banquillos para el entrenador y los suplentes, y
marcador... y todo sobre una alfombra de césped fresco y verde. El
entrenamiento previo para tan grandioso partido había brillado por su ausencia.
Creo recordar que nunca antes –desde los tiempos de la carrera- había vuelto a
jugar al fútbol, ni siquiera con los amigos. Pero esta vez el panorama (¡un
campo de césped!) nos ponía las pilas, tan a cien, que no necesitábamos nada
más para darlo todo sobre el terreno de juego. Una curiosa circunstancia vino a
dotar de más interés y atractivo aún a aquél partido que íbamos a jugar.
Coincidió que esos días estaba alojado en el mismo hotel que nosotros el
jugador del Real Madrid y de la selección española, Zoco, que justo ese año se
había retirado de la práctica profesional del fútbol. Le comentamos que íbamos
a jugar un partido de fútbol y que nos gustaría se uniese a esta celebración.
Como Zoco ya estaba libre de compromisos profesionales (un jugador en activo no
puede permitirse el riesgo de caer lesionado en un partido de amigos) aceptó de
buen grado.
Aquí sí que no había problema de número a la hora de
completar los equipos, ya que a la Convención de Ventas habían acudido más de
100 Visitadores Médicos, además de los que íbamos de Central. En realidad,
hasta tuvimos suplentes en cada bando; pero antes había que hacer las
alineaciones y todos querían tener a Zoco en su equipo. Sin embargo, como el
que manda manda, la decisión que se tomó no dejaba lugar a dudas: el partido
enfrentaría a “los de Central” contra “los Visitadores”, y como los de Central
dispuestos a jugar no llegábamos a once, Zoco y dos Visitadores se unieron a
nuestro equipo.
Ya estaba el partido dispuesto a comenzar y los dos
equipos haciéndose las fotografías de rigor (aún conservo la fotografía de
aquél equipo en donde se me ve formando defensa con Zoco). En nuestro equipo
formaban, entre otros, mi compañero y gran amigo Diego García Alonso, César
Ramírez, Rafael de Murcia, Francisco Rodríguez Cazorla, Carlos Pascual... A los
de Central nos habían dado una equipación completa de blanco (camiseta,
pantalón y medias) aunque el calzado lo tenía que poner cada uno y –salvo algún
caso aislado- todos llevábamos zapatillas deportivas normales y corrientes. Al
otro equipo se le dio una equipación azul oscuro. Unos voluntarios se
ofrecieron para hacer de árbitro y linieres. En el banquillo se sentó el
médico, Juan Carlos Peña y las dos guapísimas secretarias que nos habían
acompañado (por lo que caer lesionado para que te atendieran era algo bastante
apetecible). También estaban algunos suplentes que querían jugar algunos
minutos y, lo nunca visto por nosotros hasta entonces: ¡espectadores! Como ya
he dicho, a la Convención habíamos ido más de 100 personas, por lo que todos
los que no jugaron, que eran más de 80, llenaron el pequeño graderío lateral
para animar a los equipos.
Comenzó el partido y yo me situé como lateral derecho, el
número 2; un lateral un poco leñero que tenía por consigna: si pasa el balón
que no pase el hombre. Me apoyaba en esa banda mi compañero Diego García Alonso
que, gracias a sus largas piernas (era más alto que yo), prodigaba las
escapadas y cubría mis espaldas cuando era yo quien, en ocasiones, subía. Zoco
se situó en el centro del campo para organizar el juego y dar las mejores
asistencias. Pronto se vio que aquellos dos equipos eran bastante desiguales.
El de Central estaba formado por unos jugadores con poca experiencia, aunque
auxiliados por Zoco, que valía por todos los demás. El de los Visitadores,
estaba formado por la flor y nata de los Visitadores Médicos. Como eran tantos
para poder elegir su once, seleccionaron a los mejores, los que tenían más
experiencia futbolística y jugaban al fútbol habitualmente en sus respectivas
ciudades.
No recuerdo cómo fueron cayendo los goles, pero sí el
resultado final que fue de empate a dos, y recuerdo también que nuestros dos
goles los metió Zoco, así que si no llega a ser por él hubiéramos perdido por
goleada. Como estaba allí uno de nuestros artistas gráficos, Luis Díaz Ricote,
que también era un gran fotógrafo, realizó un amplísimo reportaje gráfico de
aquel partido. Gracias a eso han quedado inmortalizados muchos de aquellos
memorables momentos y, gracias a ellos
también, queda el testimonio gráfico de cómo salvé un gol a mi equipo,
despejando el balón cuando nuestro portero ya estaba batido. Por consiguiente,
este partido pasó a los anales de mi historia deportiva como uno de los más
grandes acontecimientos por múltiples razones: jugar equipos completos en campo
reglamentario de hierba y hasta con espectadores, jugar con un jugador
profesional, aguantar corriendo los 90 minutos, hacer una buena defensa y
salvar a mi equipo de un gol cantado. ¿Qué más se podía pedir?
Al final, ya exhaustos los jugadores, nos saludamos y
abrazamos unos a otros. Devolvimos nuestras equipaciones, y por alguna extraña
circunstancia, el pantalón blanco que me habían dado se quedó a vivir
conmigo... y tuvo una larga y feliz vida, recordándome muy a menudo aquella
tarde de gloria, hasta que muchos años después la tela del pantalón,
literalmente, se desintegró. Antes, no obstante, vivió otros momentos de
gloria.
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