Dice José Hierro en uno de sus poemas, titulado “El
muerto” que “aquél que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría, no
podrá morir nunca”. Y es que no hay nada como la poesía para tocar lo
intangible, para sentir la vibración de vida que anida y resplandece en cada
cosa, en cada gesto, en cada instante… Somos seres espirituales aunque ahora
estemos encerrados en un cuerpo, pero aun así somos seres inmortales, y si
apelamos a nuestro interior, si apelamos a la vibración de vida que exhala
nuestro espíritu y le dejamos actuar con libertad, veremos el mundo de una
forma diferente y sentiremos cosas que el resto de los mortales no han podido
siquiera imaginar.
Del poema antes citado estos son mis versos favoritos,
los que desde hace muchos años calaron hondo en mi alma y me sentí identificado
con ellos:
“Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la
alegría
no podré morir nunca.
Pero yo que he tocado
una vez las agudas agujas del pino
no podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
no podré morir nunca”.
Ahora bien, que nadie piense que sentir así es algo
fácil; todo lo contrario, requiere esfuerzo y trabajo diario. En ese mismo
poema él también lo reconoce:
“Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
muchos siglos de olvido y de sombra constante,
muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
a la yerba que encima de mí balancea su fresca verdura”.
No desesperes, pues, y sigue dándole a tu espíritu la
oportunidad de salir de su encierro.