Hubo un mártir, San Vicente,
que antes de partir al cielo
mostró una mina en el suelo,
la herencia de un penitente:
Caridad, Paz y Consuelo.
Muchos seres la explotaron,
y con afán insaciable
la caridad prodigaron,
y paz y consuelo hallaron
en filón inagotable.
Y otras cien generaciones
de hermanas de caridad,
van prodigando esos dones
con indecible piedad
a cambio de bendiciones.
Caridad, sagrada fuente
de amor que en el pecho brota,
la herencia de San Vicente
que en España no se agota
mientras la mujer aliente.
Vedla, es joven y quizá
llora amargos desengaños;
tal vez huérfana será,
y el mundo le tenderá
las redes de sus engaños.
Oye el ruido de la orgía
y del inmundano bullicio,
mas no cae en el precipicio
donde rueda la alegría
abrazada con el vicio.
La lujosa vestidura
deja por tosco sayal,
y desprecia su hermosura,
recibiendo de la altura
otra belleza ideal.
Ella recoge al anciano,
al enfermo, al desvalido
que imploró socorro en vano...
¡y a todos tiende la mano,
y el hospital trueca en nido!
Nido de paz y de amor
do el ángel de caridad,
cobijando la orfandad,
cubre el lecho del dolor
con sus alas de piedad.
Y en la noche silenciosa,
el enfermo agonizante,
que en su vida licenciosa
sintió la muerte angustiosa,
abandonado y errante,
ahora la mira venir
lleno de plácida calma...
Ya no está solo al morir,
ya ve un ángel sonreír,
¡ya siente un cielo en el alma!
De rodillas, en el suelo;
no maldigas con enojos,
soy el ángel del consuelo,
levanta al cielo los ojos,
y bajará a tu alma el cielo.
Yo contigo he de rezar,
que en la lucha singular
que ahora sostiene tu ser...
¡te salvará la mujer
que te hace un punto llorar!
que te hace un punto llorar!
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