viernes, 12 de octubre de 2018

Sátira

Esta sátira en verso fue escrita por Gaspar Fisac Orovio en noviembre de 1889 llevando como subtítulo las siguientes palabras de Gaspar Melchor de Jovellanos: “...que yo persigo en mi sátira al vicio, no al vicioso”. Dedicado a cinco vicios sociales que, según va enumerando, son: Envidia, Calumnia, Fraude, Voluptuosidad y Favor. Fue publicado en el nº 390 de “El Eco de Daimiel”.
(1) Calliope, musa de la Literatura. (2) Astrea, personificación de la Justicia. (3) Dios de la burla y el sarcasmo.

Dame tu grata voz y tu elocuencia,
el mágico sonido que cantaba
las glorias de las musas y sus triunfos;
déjame que en las hojas y en la cera
los conceptos trazados por tu “estilo”
consiga adivinar. Que yo consiga
en las tranquilas aguas del Permesso
beber la inspiración, bella Calliope (1);
vierte en mi pluma del raudal del genio
flamígeros destellos que iluminen
los versos que enojada va trazando,
que es forzoso sentir amarga pena
viendo al vicio escalar los altos puestos
que a la virtud tan solo corresponden.

Al pie de sacra piedra cuadrilátera,
do descansa esa joven candorosa,
ven ¡oh, musa! a cantar, y del sendero
que en su insondable sima va perdiéndose,
podrá el vicio salir. Mas... ¿no me escuchas
y dejas en mis manos abatidas
el muñeco y la máscara que ostenta
el bufón del Olimpo? Ya comprendo:
¿Anhelas que descubra el cuerpo horrible
de ese monstruo social que nos devora?
¿Que el látigo estallante de la crítica,
crujiendo sin piedad en sus espaldas,
azote las deformes desnudeces?
¿Que al ver sus contorsiones y flaquezas,
y al mirar sus ridículos visajes,
la alegre carcajada de la burla
brote del pecho del lector? Pues sea.

Desfilad ante mi tal como sois,
comparsas engreídos de ese monstruo,
distintas metamorfosis del vicio,
que a todos por igual he de trataros;
dichoso yo si en aversión trocara,
y en asco y en desprecio, los deseos
que a la mente inspiráis, con eso solo
muchos se librarán del vasallaje
que os rinden torpes sin saberlo acaso.

Ved la hermosa mujer que arrastra galas,
mientras carece de los más preciso,
pugnar en vano por subir un punto
del humilde escalón en que naciera;
no puede tolerar que su vecina
gaste sombreros, trajes, cintas, moños,
más ricos que los suyos. La que sigue
y oculta vanidosa sus defectos,
deslumbra con sus joyas los salones
por superar en algo a la más bella,
mientras que deja a sus ancianos padres
a mercenarias manos entregados.

Mirad... mas no miréis, esclavas todas
de la fiera pasión que las subyuga,
aparecen felices ¡ay! sin serlo,
que dentro de su pecho va escondida
la de frente arrugada y rostro pálido,
mirada incierta y en su exhausto seno
la sierpe que devora sus entrañas,
(no de otra suerte pintan a la “Envidia”),
de la que brota el miserable engendro
de faz alegre y lengua venenosa
cual la del áspid que en la flor se esconde...
la maldita “Calumnia”. Ved al “Fraude”
sonriente también tras los labios
de todo mercader, sin que le importe
-siempre en acecho de ocasión propicia-
al lecho del enfermo o del hambriento
llegar falsificando el específico
que pregona salud, y poco a poco
la ponzoña letal que lo asesina
va vertiendo en sus venas abrasadas
por el fuego de lenta calentura.

Pasa de mano en mano sin descanso
la copa de oro del placer que liban
en continuas orgías los impúberes,
haciendo ostentación de su cinismo;
la “Voluptuosidad” encuentra altares
allí donde las artes y las ciencias
debieran solo penetrar. Asombra
tanto zángano ver tras de la Venus,
renunciando al amor santificado,
al amor conyugal sagrado y tierno,
si no les sirve de fortuna o base
para seguir después sus tropelías
en el ajeno hogar. ¡Oh, escarnio! ¡Oh, mengua!
-Mancilla del honor de sus mayores-
¡Cuántos que obran así, moral predican,
jurando “por su honor” y se desdeñan
de rozarse tal vez con el honrado
padre de la doncella seducida!
Nada detiene su veloz carrera
por el lado del vicio, y cuando sienten
la fuerza material ya disipada,
si acaso tornan con pesar los ojos,
ni una lágrima escalda su mejilla,
al mirar que en su marcha luctuosa
tras el carro triunfal el honor suyo
arrastraba su cuerpo ensangrentado.
¿Qué dirían los viles, qué dirían,
si en la noche callada sus esposas
dejando el blando lecho se lanzasen
en los brazos del vicio que los cerca?
Si sus hijas tal vez, si sus hermanas,
si sus madres... “¡Ay, Dios! ¡Silencio! ¡Basta!”
les escucho decir. ¡Y aún os perdonan,
y pasáis dando el brazo a vuestra amiga,
la que exhibe las galas de la esposa!
¡Y lleváis al hogar... a la familia,
el contagio del virus asqueroso,
que adquiristeis de labios nauseabundos
de aquella meretriz en las orgías!
¡Y aún os perdonan! ¡Cuánta mansedumbre!
Maldiciendo quizás vuestro recuerdo
vivirán ¡ay! los hijos de esos hijos,
sin que en su castidad hallen el arma
que los defienda de la horrible lepra
que su herencia en la frente les ha impreso
como sello fatal; y enferma, anémica,
la actual generación ni dará brazos
que enaltezcan las glorias de su patria
cual Viriato, Pelayo y tantos otros
héroes sin cuento, ni darán cerebros
de los que surja el genio de Cervantes.

De la lozana América las naves,
impulsadas por vientos del progreso,
vendrán para llevarse lo caduco,
los leños secos que en la vieja Europa
no absorban, corrompidos o viciosos,
la nueva savia que de vida llena
honrosas tradiciones y creencias...
¿Serás, hermosa patria, tú uno de ellos?

No desfiléis ya más ante la pluma,
comparsas necios que cruzáis doquiera
en alas del “Favor”, el más tirano
de los vicios sociales, el que encumbra
al nepotismo, al deshonor y al dolo
-amasados del vicio en los pantanos-
a los altos sitiales de la ciencia,
donde el que las vulnera enseña leyes...
¡Sarcasmo horrible de la edad que pasa!

¿Dónde -¡teméis!- se ocultan -¡ay!- tus hijos:
la Ley, la Paz y Astrea (2)? Toma al punto
el muñeco y la máscara de Momo (3),
que ya risa y desprecio y mofa inspiras,
arrastrada, sin duda, por el vértigo
que a la infeliz España empuja al caos...
¡La justicia del pueblo, escarnecida!
¿Es la moral una palabra vana?

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