Antiguamente
(hace sesenta años) cuando uno se iba de viaje (aunque sólo fuese a unos pocos
kilómetros de distancia) lo primero que hacía era llamar por teléfono para
decir que había llegado bien y poco más (las conferencias eran muy caras). Al
cabo de unos pocos días se solía comprar una postal y escribir algunas letras y
mandarla para que supiesen lo bien que te lo estabas pasando. Salvo que la
estancia fuese muy prolongada, la mayor parte de las veces tú regresabas antes
que hubiesen llegado las postales a su destino.
Aquella
era una época en blanco y negro sobre el papel, pero llena de color en nuestra
vida. Y como todo avanza, y como todo cambia, las postales en blanco y negro
fueron dejando paso a las postales en… (no, en color no, que eso llegaría años
más tarde), a las postales coloreadas. Aquí tenemos un ejemplo de aquellos
primeros intentos en que con habilidad iban dando algunos trazos de color suave
a determinados detalles de la foto (las copas de los árboles siempre eran
verdes, el suelo siempre marrón, el cielo siempre azul, los tejados siempre
rojizos…)
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