viernes, 5 de octubre de 2018

Oda a la Virgen del Prado

Esta composición fechada el 15 de agosto de 1887 fue publicada en el nº 206 de “El Eco de Daimiel”, del 24 de agosto de 1887. Al comienzo de la misma se indicaba lo siguiente: “En el ‘Certamen Literario’ celebrado en Ciudad Real, ha obtenido el primer premio (regalo del Ilmo. Sr. Obispo) la poesía de nuestro querido Director, que llevaba por lema ‘Servire Deo regnare est’ y que a continuación insertamos”:

Serena luz del cielo
que en el mar irritado de la vida
reflejas tu fulgor, dulce consuelo
del alma humana en el dolor sumida,
Madre de Dios, yo ansío
mirar tu luz en el cerebro mío.

¿Será mi esfuerzo vano?
Quiero cantar tu nombre, Virgen Santa,
lo escucho en mi interior,
(débil gusano mi ser estremecido se agiganta)
palpita aquí, lo siento.
¡Suba el átomo al Sol! ¡Oye mi acento!

Tu imagen en mi cuna,
flotando en las miradas maternales
cual flota en las estrellas la alba Luna,
besábame entre sueños ideales,
y siempre confundía
con el nombre de madre... el de María.

“¡María!” pronunciaba
con placer infantil; y adolescente,
Virgen del Prado, ante tu altar oraba...
¡Cuán lejos hoy de ahí, mas cuán presente
tu hermosa imagen miro
flotando, vaga rosa, en mi suspiro!

En la ausencia recito
milagros que embellecen nuestra historia,
recuerdos de tu amor dulce, infinito,
que iluminan un punto la memoria,
trocando en claro día
la negra noche de la vida mía.

Los reyes de Castilla
buscaron a tu lado la victoria,
-que es más sublime cuanto más sencilla
si se apoya en la fe la humana gloria-
y tu efigie adorada
decidió por Castilla la jornada.

En tu histórico templo,
los lauros de la patria más queridos
del culto nacional dan alto ejemplo;
los regios estandartes suspendidos,
monarcas proclamaron
que humildes su trofeo allí dejaron.

En carroza argentada
con que ya tu ciudad se enorgullece
¡cuánto, Virgen del Prado, idolatrada,
la piedad de tu pueblo resplandece,
que es su joya querida
lágrima de sus ojos desprendida!

Inestimable prenda
del culto, que en su pecho se atesora,
te ha dedicado la sagrada ofrenda,
cuando aún rigores de la suerte llora
luchando agonizante
por alzarse en la fe pueblo gigante.

Tus hijos, respetados
del naufragio serán, en que inconscientes
pueblos sin fe, sin brújula, arrastrados,
caerán de la impiedad en las corrientes,
y el torpe fanatismo
con ellos rodará hasta el hondo abismo.

¿Por qué, verdad, te alejas
y sólo tienes por morada el cielo?
Grande eres, siglo, mas también ¡ay! dejas
tras de cada conquista un desconsuelo.
¡Progreso antes que atraso,
no vértigo mortal a cada paso!

La justicia se esconde,
sucumbe el débil al rigor del fuerte,
la voz del vicio a la virtud responde,
guerra gritando de tan triste suerte
que la ciencia es del sabio,
no llega al corazón, muere en el labio.

¡Bendita seas, la ciencia,
que en la moral más pura está basada,
triunfa así la verdad en la conciencia,
de otra vida se siente la alborada,
y una madre en la altura
presenta al Creador la criatura.

Divina intercesora,
Madre del Dios que al hombre ha redimido,
torna aquí tu mirada bienhechora,
protege al pueblo que a tu amor rendido,
con su culto ferviente
combate, noble, a la impiedad de frente.

Como la aurora bella,
las sombras de la noche va alejando,
tu pueblo predilecto así descuella
las sombras de la duda disipando,
que el religioso anhelo
Sol es que rompe de la duda el hielo.

A ti, Virgen bendita,
te entona el pueblo cantos de alabanza,
que tu bondad proclaman infinita
con la infinita voz de la esperanza;
“¡Salve!” doquier resuena,
“¡Salve!” la tierra y el espacio llena.

“¡Salve!” Virgen del Prado,
vuela tu nombre en nubes de oraciones,
tus hijos congregándose a tu lado,
por templos te prestan corazones,
y adornarte desean
donde sus almas tus altares sean.

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