dama de grande nobleza
va acompañando a una monja
por su dilatada hacienda;
que es su feudo el señorío
de Malagón, y sus tierras
son las fértiles campiñas
que aguas cristalinas riegan.
Va la dama alborozada
admirando la belleza
del paisaje, y entre tanto,
la monja suspira y reza...
y queda estática al fin
ante la visión más bella,
ante su esposo, Jesús,
que quiere con su presencia
santificar el lugar
donde la monja lo encuentra.
Doña Luisa era la dama;
la monja, sabéis quién era,
y el lugar de la visión
tan celestial, tan excelsa.
Fue desde entonces Sagrario
donde prisionero queda
en las redes de amor místico
amor de divina esencia.
Fue el Carmelo reformado
por su santa mensajera,
fue un convento, al que acudieron
como palomas sedientas
para abrevarse en las aguas
de la virginal pureza
las aves del palomar
que cuida Santa Teresa.
Guárdanse allí objetos suyos
como inestimables prendas
y aún florece el albo almendro
que fue plantado por ella.
Como en su sitio subsiste
el asiento que eligiera
para dirigir las obras
del Convento, la gran piedra
que cual símbolo perpetuo
de la Piedra de la Iglesia,
en el correr de los tiempos
pregona siempre firmeza.
En esa piedra desnuda
la desnudez se recuerda
del Rey de reyes, Jesús.
¡Bendita quien dio por ella
los rubíes, los diamantes
y las sartas de sus perlas!
¡Y bendita la doctora
que alegró aquella existencia
con fulgores de sus ojos,
con cantares de su lengua!
¡Resplandor de Santidad
que ya ilumina una senda!
¡Camino de perfección
donde va dejando huellas,
en los conventos y libros
que ella alzara y escribiera!
Por eso al honrar su nombre
los pueblos de gozo tiemblan
pensando que se abre el cielo
y los bendice Teresa
en las obras de las artes
y en las artes de las letras.
y en las artes de las letras.
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