lunes, 8 de octubre de 2018

La cuna vacía

Este poema, en el que Gaspar Fisac Orovio aborda nada menos que la muerte de un niño, fue escrito el 26 de diciembre de 1888 y subtitulado “A mis queridos amigos D. Miguel Pintado y Dña. Matilde Maján, en la muerte de su niño”. Fue publicado en el nº 387 de “El Eco de Daimiel”.

Ya nada ambiciono,
ya nada poseo,
ya todo me hastía...
¡Mi niño ya ha muerto!

Primer fruto ansiado
de amor verdadero,
sueño que su muerte
solo ha sido sueño;

que sus manecitas
dirige a mi seno,
que entorna los ojos,
que duerme en mi lecho.

Y entonces le abrazo,
le abrazo... y despierto,
y el seno, convulso
destroza mis dedos,

pues solo tinieblas
rodean mi lecho,
solo mis sollozos
turban el silencio.

La cuna vacía
que es hogar sin fuego,
nido abandonado,
alcázar desierto,

me dice implacable,
muy quedo, muy quedo,
que allí ya no guarda
al niño durmiendo.

Ya nada ambiciono,
ya nada poseo,
ya todo me hastía...
¡Mi niño ya ha muerto!

El gozo inefable,
el íntimo afecto
con que contemplaba
su rostro hechicero,

y el bálsamo grato,
el dulce consuelo
que con sus caricias
llevaba a mi pecho,

si fueron mi gloria
son hoy mi tormento,
que del bien perdido
me hiere el recuerdo.

La limpia mirada
de sus ojos bellos
ya no ha de enviarme
celestes reflejos.

La dulce sonrisa
de sus labios frescos
ya no ha de decirme
del alma secretos.

Mi frente que lleva
de la pena el sello,
no la desarrugan
del niño los dedos.

La sed que produce
de la fiebre el tedio,
ya no se mitiga
con sus castos besos.

Ya nada ambiciono,
ya nada poseo,
ya todo me hastía...
¡Mi niño ya ha muerto!

En la oscura noche,
el ruido del viento,
el mueble que cruje
con chasquido seco;

de luz mortecina
el chisporroteo,
forjan los fantasmas
que en vano ¡ay! ahuyento.

Todos en la alcoba
salen a mi encuentro,
todos de mi niño
la agonía vieron,

e impasibles, mudos,
cruzaron sus dedos,
cerraron sus ojos,
helaron sus huesos.

De expirante día
el albor postrero
llevó a mi Fernando
en sombras envuelto.

De los pajarillos
los varios gorjeos,
de flores y brisas,
aromas y besos,

la voz le prestaron,
las alas le dieron,
y hoy canta el ¡Hosanna!
y adora al Eterno.

Ya nada ambiciono,
ya nada poseo,
ya todo me hastía...
¡Mi niño ya ha muerto!

No hay comentarios: